Páginas

5/2/13

Creación Mística

Extracto de "El Modelo Fractal Holográfico"

La creación mística hace referencia al estado de conciencia unificada. Por tanto, podría argumentarse que la experiencia transpersonal del místico es una modalidad de asumir el proceso creativo, autorrealización en el caso que nos atañe.

La autorrealización radica en la utilización de las energías instintivas al servicio de un objetivo más elevado. Es lo que en psicología psicoanalítica se conoce como sublimación. En cierto sentido, la creatividad del místico forma parte del proceso de sublimación, constituyendo el arte de llevar las reacciones automáticas a la consciencia y de unificarlas. Jung perseguía ese mismo estado de conciencia con la psicoterapia, un método para dirigir la energía instintiva desde el inconsciente hasta la mente consciente como forma equilibrada de sanar y prevenir los conflictos internos que ocasionaban las represiones.

Unos conceptos terapéuticos que son la traducción al lenguaje contemporáneo de verdades sabidas desde siglos, y todavía vigentes, que quedan reflejadas, por ejemplo, en el punto medio que la antigua China designa con el nombre de  Tao  o con el término Chong Yong (camino medio); en la doctrina budista, que concibe la plenitud solo a través del Sendero del Medio, donde los extremos no son excesivos; en la idea de “Autarquía” propia de los filósofos griegos, entendida como autosuficiencia; en la máxima délfica “De nada demasiado”, que define la armonía de lo apolíneo y lo dionisíaco; en la idea de Virtud de Aristóteles, como un hábito de la voluntad regulada por la razón, que consiste en establecer un término medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, doctrina que, seis siglos antes de Cristo, aconsejaba el político y escritor griego Solón, y que se le ha llamado la “Dorada Mediocridad” como forma de evitar los extremos en los ideales y la conducta; en el concepto epicúreo “Ataraxia”, como un estado de paz y equilibrio interior moderado por la prudencia en la búsqueda de placer; en el término “Templanza” de los romanos y de la iglesia cristiana primitiva, cuyo objetivo es la cautela o moderación de las emociones desde el control de la razón; en el de “Docta Ignorancia” (ignorancia sapienta), que, ya desde Sócrates y Platón (recta opinión), equivale a una disposición media entre dos extremos: la sabiduría y la ignorancia; o en el término de “Autónomo” de la filosofía moderna, entendido como bienestar interior, satisfacción de uno mismo. Todas estas doctrinas ofrecen las cualidades de la autorrealización.

Durante milenios, los seres humanos se han sentido atraídos por ideas como la unidad y la dualidad, y siempre han estado sometidas a la búsqueda de un equilibrio. Aunque no toda la realidad tiene por qué seguir la configuración básica y generalizada de este modelo conceptual, debemos admitir que da resultados útiles, en cuanto que establece una armonía funcional y estructural en la mente. Por esta misma razón debiera de incluirse en la realidad de cada individuo. El problema radica en que este modelo es difícil de llevarse a la práctica si uno no se toma en serio la contradicción ni trata de hacerle frente cuando sea necesario.

Y el término para designar la trascendencia sería el amor como voluntad -en el fondo amor y voluntad están presentes en todo acto genuino-, gracias al cual se consigue disolver todas las resistencias, lo que hace posible el trabajo de todas las capacidades mentales. Si existen un amor y una voluntad, estas residirán en la selección de las distintas mentes que podemos convocar, como son las percepciones de lo instintivo, lo emocional, lo intuitivo, lo racional y lo espiritual.

Dar el salto desde pensar en la separación a pensar en la unión es la clave de ciertos tipos de salud mental y de la creatividad. De la integración resulta la forma más elevada de autorrealización, por la que se manifiesta la divinidad humana para medrar sinérgicamente; del lado opuesto el conflicto entre los contrarios, el sujeto y el objeto, el observador y lo observado.

En el misticismo oriental, una persona virtuosa es aquella capaz de mantener un equilibrio dinámico entre la unión y la separación, unas cualidades que están reguladas por el amor y por la voluntad, tal y como lo regularía el hombre verdaderamente sabio. A cada uno de nosotros le corresponde crear sus propios mecanismos autorreguladores a lo largo de la vida, para evitar las divisiones que socavan la estabilidad personal y, en consecuencia, interpersonal. El que carece de ellos no sabe controlar las emociones ni superar con éxito los fracasos que nos abre camino hacia la autocreación. Este sería el primer prerrequisito para obtener la potencia creadora. El principio unificador que lleva, por la superación de los antagonismos de uno mismo, a la creación espiritual que genera conciencia.

Extracto del libro “El modelo Fractal-Holográfico” de Alejandro Troyán.

Más información en:  http://www.holofractico.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario