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19/6/13

El Sendero Espiritual

LAS SEIS REGLAS DEL SENDERO.  
(el camino del discípulo)

1.-El Camino se recorre a la plena luz del día, la cual es pro­yectada sobre el Sendero por Aquellos que saben y guían. Nada puede ocultarse, y en cada vuelta de ese camino el hombre debe enfrentarse a sí mismo.

2.-En el Camino lo oculto es revelado. Cada uno ve y conoce la villanía del otro. No encuentro otra palabra para traducir la antigua palabra que designa la estupidez y la vileza no reveladas, la burda ignorancia y el propio interés, caracte­rísticas sobresalientes del aspirante común. Sin embargo a pesar de esa gran revelación, no es posible volver atrás, des­preciar a  los demás ni vacilar en el Camino. El Camino va hacia el día.

3.-Ese Camino no se recorre solo. No hay prisa ni apremio. No hay tiempo que perder. Cada peregrino, sabiéndolo, apre­sura sus pasos y se encuentra rodeado por sus semejantes. Algunos logran pasar adelante, él los sigue. Otros caminan detrás, él marca el paso. No camina solo.

4.-Tres cosas debe evitar el peregrino. Llevar un capuchón o velo, que oculte su rostro a los demás, un cántaro que sólo contenga suficiente agua para sus propias necesidades y un báculo sin horqueta.

5.-Cada Peregrino en el Camino, debe llevar consigo lo nece­sario; un brasero para dar calor a sus semejantes; una lámpa­ra para iluminar su corazón y mostrar a sus semejantes la na­turaleza de su vida oculta; una talega con oro que no ha de esparcir por el Camino sino compartirlo con los demás; una  vasija cerrada donde guarda todas sus aspiraciones para arrojarlas a los pies de Aquel que espera en el portal para darle la bienvenida.

6.-A medida que el Peregrino recorre el Camino debe tener el oído atento, la mano dadivosa, la lengua silenciosa, el corazón casto, la voz áurea, el pie ligero y el ojo, que ve en la luz, abierto. Él sabe que no camina solo.

La ilusión del Poder.

Es quizás una de las primeras y más serias pruebas que se le presenta al aspirante y también uno de los mejo­res ejemplos de este "gran error"; por lo tanto, les pido que lo con­sideren como algo contra lo cual deben precaverse cuidadosamente. Raras veces el discípulo escapa a los efectos de este error de la ilu­sión, pues se basa, en forma curiosa, en el éxito y el móvil correc­tos. De allí la naturaleza plausible del problema, que podrá expre­sarse de la manera siguiente:

El aspirante logra hacer contacto con su alma o ego, mediante el correcto esfuerzo. Por la meditación, la buena intención y la correc­ta técnica, más el deseo de servir y amar, obtiene el alineamiento. Entonces llega a ser consciente de los resultados de su exitoso tra­bajo. Su mente se ilumina. Un sentido de poder fluye a través de sus vehículos. Es consciente del Plan, al menos temporalmente. La necesidad del mundo y la capacidad del alma para enfrentar esa necesidad invade su conciencia. Su dedicación, consagración y pro­pósito correctos acrecientan la afluencia de energía espiritual. Conoce. Ama. Trata de servir, realizando las tres cosas con ma­yor o menor éxito.
El resultado de todo ello es que el sentido de poder y la parte que debe desempeñar para ayudar a toda la humanidad lo absorben más que la comprensión del debido y adecuado sentido de proporción y de los valores espirituales. Se sobreestima a sí mismo y también su experiencia. En vez de redo­blar sus esfuerzos y establecer un contacto más estrecho con el reino de las almas y amar más profundamente a todos los seres, empieza a hacer alarde de sí mismo, de la misión que tiene que cumplir y de la confianza que el Maestro y hasta el Logos pla­netario han depositado evidentemente en él. Habla de sí mismo, gesticula y atrae la atención, reclamando reconocimiento. A me­dida que lo realiza malogra constantemente su alineamiento, su contacto se aminora, uniéndose a las filas de los que han sucum­bido a la ilusión del poder experimentado. Esta forma de ilusión prevalece cada vez más entre los discípulos y aquellos que han pasado las dos primeras iniciaciones.

Existen en el mundo muchas personas que han recibido la primera  iniciación en una vida an­terior. En algún período del actual ciclo de vida, que repite y re­capitula los acontecimientos de su progreso anterior, llegan nuevamente  a la etapa de realización que habían alcanzado anterior­mente. Perciben el significado de su realización y el sentido de su responsabilidad y conocimiento. Nuevamente se sobreestiman, considerándose ellos y sus misiones y penetran y malogran como algo excepcional entre los hijos de los hombres sus demandas esotéricas y subjetivas para ser reconocidas, lo que debía ha­ber sido un servicio fructífero. Cualquier énfasis puesto sobre la personalidad puede desfigurar fácilmente la luz pura del alma cuando trata de afluir hacia el yo inferior.

Todo esfuerzo para llamar la atención hacia la misión o tarea que ha asumido la per­sonalidad, desvirtúa esa misión y restringe al hombre en su tarea; ello conduce a diferir el cumplimiento hasta el momento en que el discípulo sólo sea un canal por el cual pueda afluir el amor y brillar la luz. Esta afluencia y brillo deben ser acontecimientos es­pontáneos y carecer de toda alusión propia.
Los ejemplos sobre espejismo e ilusión demostrarán no sólo la sutileza del problema sino la urgente necesidad de su reco­nocimiento. Muchas personas expresan hoy estas dos cualidades de la naturaleza inferior.


Extracto del Libro: Discipulado en la Nueva Era I, 583  DK El Maestro Tibetano

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