La
mitología fenicia es una de las más antiguas del Mar Mediterráneo.
Eusebio, obispo de Cesarea, escribió en 280 d.C. que "La
mayoría de las teogonías del mundo proceden de los fenicios y de
los egipcios". Tiene evidentes conexiones e influencias con las
mitologías babilónicas y egipcias, y consecuencias en las
religiones posteriores del orbe mediterráneo.
Como
casi todo lo referente a los fenicios, la mayor parte de sus
creencias y cultos han de recabarse en fuentes indirectas,
principalmente en La Biblia con referencias de cultos tirios y
sidonios, y en los textos clásicos, en ambos casos bastante
sesgadas, sean proféticas o causadas por rivalidades económicas,
comerciales o bélicas, y sin que existan apenas registros
originales, un centenar de escuetas inscripciones en estelas a
deidades y poco más.
Los
fenicios fueron marcadamente politeístas, y si no lo iniciaron, sí
extendieron la creencia de que los dioses eran omnipresentes e
intervenían de forma permanente en todos los sucesos de la vida y de
las cosas, y de que en sus manos estaba el cambio en el curso de
cualquier acontecimiento. Por ello era necesaria la permanente
plegaria, las ofrendas y el sacrificio (elementos marcadamente
sumerios), con el consecuente acopio de un cuerpo sacerdotal y de
ingresos para realizarlos y administrarlos, elementos que se sumarían
en sus intenciones y deseos a la interpretación de elementos
naturales. Por el Antiguo Testamento conocemos su veneración a
elementos o espacios naturales (bosques, montañas, manantiales,
lagunas, piedras, árboles, etc.), también de marcadas raíces
mesopotámicas.
No
solo sus deidades tenían asignadas determinadas potestades, sino que
existió culto a elementos abstractos (al año, al mes, a la vejez, a
la muerte, al arte, a la pobreza, etc.) con sus propios altares, y
ejemplo tenemos en el Templo de Hércules en Cádiz, que mencionan
Philóstrato o Aeliano. En las nuevas colonias su fundación estaba
aparejada con la existencia de una laguna o una fuente o manantial
(lógico para su inicial mantenimiento), y con la construcción de un
templo dedicado a una deidad tutelar (ej. Melkart para Utica, Gades o
Lixus), con la que se iniciaba el proceso fundacional y, de paso, el
cobro y administración de tributos (incluso hay referencias que a la
entrada de templos como el de Marsella, Cartago o Cádiz, se
anunciaban las “tarifas”, según el tipo de sacrificio a
realizar, y se indicaba el reparto de lo que, tras lo ofrecido a la
deidad, correspondía al templo o al oferente sobre los restos del
sacrificio.
Su
cosmogonía comienza con la unión del caos primitivo con una
divinidad. De esta unión nació el huevo cósmico (Mot), y de su
división se generó el cielo y la tierra.
Los
fenicios no tuvieron el concepto de un dios único o una deidad
suprema, aunque el dios principal a quien denominaban genéricamente
El (o il), se consideraba el ser supremo, padre de todos los dioses
del panteón fenicio (similar a lo acontecido en Mesopotamia). Se le
asociaba con el sol, y era el que distribuía el tiempo, teniendo
bajo su control los años, meses, días y noches. Además tuvieron
otras deidades principales (a veces difícilmente distinguibles, ej.
Tanit con Astarté), siempre fueron politeístas, incluso los dioses
adorados por ellos varían de una ciudad a otra (Melkart para Tiro,
Astarté para Sidón, etc.), ya que cada ciudad pretendió una cierta
independencia (similar a los dioses locales mesopotámicos y a los de
los Nomos egipcios), también en la órbita religiosa.
Algunas
divinidades están presentes de una forma u otra en la mayoría de
las ciudades. Las divinidades principales son Baal y Astarté.
Continuará...
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