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28/1/17

Tesoros de Canaán (Fenicios IV)

La mitología fenicia es una de las más antiguas del Mar Mediterráneo. Eusebio, obispo de Cesarea, escribió en 280 d.C. que "La mayoría de las teogonías del mundo proceden de los fenicios y de los egipcios". Tiene evidentes conexiones e influencias con las mitologías babilónicas y egipcias, y consecuencias en las religiones posteriores del orbe mediterráneo.

Como casi todo lo referente a los fenicios, la mayor parte de sus creencias y cultos han de recabarse en fuentes indirectas, principalmente en La Biblia con referencias de cultos tirios y sidonios, y en los textos clásicos, en ambos casos bastante sesgadas, sean proféticas o causadas por rivalidades económicas, comerciales o bélicas, y sin que existan apenas registros originales, un centenar de escuetas inscripciones en estelas a deidades y poco más.

Los fenicios fueron marcadamente politeístas, y si no lo iniciaron, sí extendieron la creencia de que los dioses eran omnipresentes e intervenían de forma permanente en todos los sucesos de la vida y de las cosas, y de que en sus manos estaba el cambio en el curso de cualquier acontecimiento. Por ello era necesaria la permanente plegaria, las ofrendas y el sacrificio (elementos marcadamente sumerios), con el consecuente acopio de un cuerpo sacerdotal y de ingresos para realizarlos y administrarlos, elementos que se sumarían en sus intenciones y deseos a la interpretación de elementos naturales. Por el Antiguo Testamento conocemos su veneración a elementos o espacios naturales (bosques, montañas, manantiales, lagunas, piedras, árboles, etc.), también de marcadas raíces mesopotámicas.

No solo sus deidades tenían asignadas determinadas potestades, sino que existió culto a elementos abstractos (al año, al mes, a la vejez, a la muerte, al arte, a la pobreza, etc.) con sus propios altares, y ejemplo tenemos en el Templo de Hércules en Cádiz, que mencionan Philóstrato o Aeliano. En las nuevas colonias su fundación estaba aparejada con la existencia de una laguna o una fuente o manantial (lógico para su inicial mantenimiento), y con la construcción de un templo dedicado a una deidad tutelar (ej. Melkart para Utica, Gades o Lixus), con la que se iniciaba el proceso fundacional y, de paso, el cobro y administración de tributos (incluso hay referencias que a la entrada de templos como el de Marsella, Cartago o Cádiz, se anunciaban las “tarifas”, según el tipo de sacrificio a realizar, y se indicaba el reparto de lo que, tras lo ofrecido a la deidad, correspondía al templo o al oferente sobre los restos del sacrificio.

Su cosmogonía comienza con la unión del caos primitivo con una divinidad. De esta unión nació el huevo cósmico (Mot), y de su división se generó el cielo y la tierra.
Los fenicios no tuvieron el concepto de un dios único o una deidad suprema, aunque el dios principal a quien denominaban genéricamente El (o il), se consideraba el ser supremo, padre de todos los dioses del panteón fenicio (similar a lo acontecido en Mesopotamia). Se le asociaba con el sol, y era el que distribuía el tiempo, teniendo bajo su control los años, meses, días y noches. Además tuvieron otras deidades principales (a veces difícilmente distinguibles, ej. Tanit con Astarté), siempre fueron politeístas, incluso los dioses adorados por ellos varían de una ciudad a otra (Melkart para Tiro, Astarté para Sidón, etc.), ya que cada ciudad pretendió una cierta independencia (similar a los dioses locales mesopotámicos y a los de los Nomos egipcios), también en la órbita religiosa.
Algunas divinidades están presentes de una forma u otra en la mayoría de las ciudades. Las divinidades principales son Baal y Astarté.

Continuará...

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