Mari,
también llamada Maia (máya), era la diosa suprema de la antigua
religión vasca, su símbolo cósmico era el Sol y su representación
gráfica el disco solar llamado Lauburu. El
lauburu puede variar de número de brazos pero el más extendido y
conocido por todos los vascos es el de cuatro que forma una cruz. Los
discos solares con alguna que otra modificación pueden encontrarse
en todas las culturas euroasiáticas antiguas, desde la Península
Ibérica hasta Alaska y en antiguas civilizaciones de América.
Mari
tenía un compañero que se llamaba Sugaar "Serpiente Macho",
se tradujo al romance medieval como "Culebro", que también
era conocido con el nombre de Maju (máyu). El parecido entre el
nombre de Maju y Maia, denota que Maju o Sugaar no eran más que la
representación masculina de Mari, por lo que se expresaba de esta
forma, que todo ser provenía y formaba parte de la naturaleza de
Mari.
Mari,
toma formas zoomórficas en sus moradas subterráneas (toro, carnero,
macho-cabrío, caballo, serpiente, buitre, etc.) y forma humana fuera
de ellas; una de estas es la de una mujer esbelta y bella, de largos
cabellos, ataviada con una túnica roja que le llega a los pies, con
una cinta de oro en la frente, sosteniendo un castillo de oro en su
mano derecha y enroscado al rededor de sus piernas un herensuge
(erénsugué; el dragón), sobre el que se alza la figura de Mari.
Sus
moradas subterráneas se encuentran en los montes más altos del País
Vasco (Anboto-ambóto, Oitz-óyts, Txindoki-chindóki...). Cambia de
morada cada siete años y se convierte en una hoz de fuego que surca
el firmamento generando un gran estruendo a su paso.
A
diferencia del papel menor asignado a las diosas en las mitologías
indoeuropeas patriarcales, Mari es la figura central de la
cosmovisión pre-indoeuropea vasca, todos los demás seres y
divinidades están supeditados a ella.
Además
Mari también puede aparecer en formas muy diferentes, como un
fenómeno atmosférico (tormenta, viento), como una sacerdotisa
(sorgin) vinculada a espacios sagrados determinados (manantiales,
cuevas o montañas), como un árbol, como una roca, etc. El sentido
de estas metamorfosis y de su multi apariencia está en el hecho de
que Mari no es ajena a la creación (como los trascendentes Dioses
indoeuropeos y semitas), sino que ella misma es la creación, por
tanto, todos los seres y fenómenos naturales no son más que
distintas expresiones de una misma realidad: de Mari.
Esta
religión contaba con una trinidad integrada por Mari y sus dos hijos
Atarrabi (atárrabí; la representación del bien) y Mikelats
(míkelách; la representación del mal), de los que surgían el
resto de númenes y espíritus tanto benévolos como malévolos.
Las
leyendas en torno a Mari, son común a un lado y a otro de los
Pirineos. En estas leyendas quedan restos de antiguos dioses como
Ortzi (órtsi; similar al Thor escandinavo) con sus variantes Urtzi
(úrtsi), Ost, Ortz (orts), Egu (égu), In o Inko (ínko), que están
presentes en la raíz de los nombres de los días de la semana vasca
como Ostegun, día del cielo; jueves, o eguen (egú-en, jueves en
vizcaíno) y de accidentes meteorológicos como por ejemplo inar
(iñár; rayo de luz, chispa), inusturi (íñústurí; trueno),
inontz (iñónts; rocío), ortziri (ortsíri; trueno) u osti (ósti;
tormenta), entre otros. Un culto al cielo, ya que este es el
significado del nombre Ortzi y sus variantes, de claro origen
indoeuropeo e introducido en las tribus vascas posiblemente por los
Celtas.
Antiguamente
los vascos sólo disponían en su calendario de dos estaciones: Negua
(negú-a; invierno) y Uda (úda; verano).
Udazkena
(udáskená; "el final del verano"; otoño) y Udaberria
(udáberri-á; "el nuevo verano", primavera) son estaciones
que se añadieron posteriormente por influencia indoeuropea.
La
semana vasca o Aste (áste; "comienzo de la lunación")
regida por el ciclo lunar, comprendía inicialmente sólo tres días:
-Astelehena
(astélééna; el primer día de la semana, lunes).
-Asteartea
(astéárte-á; el día de la mitad de la semana, martes).
-Asteazkena
(astéáskená; el último día de la semana, miércoles).
A
esta semana vasca primigenia, por influencia indoeuropea se le añadió
otros cuatro días:
-Osteguna
(ostéguná; proveniente de: ost [cielo] + egu [égu; luz diurna],
día de la luz diurna del firmamento, jueves).
-Ostirala
(ostíralá; proveniente de: ost [cielo] + irargi [irárgui; variante
de ilargi, luna], el día de la luna del firmamento, viernes).
-Larunbata
(larúnbatá; proveniente de: lauren bat [láuren bat; cuarto de
luna], el día de la media luna, sábado).
-Igandea
(igándeá; el día del plenilunio, domingo).
Si
bien durante la baja Edad Media la religión oficial ya era la
cristiana, las dos religiones siguieron conviviendo dándose un
proceso de mestizaje análogo al ocurrido en otras partes de Europa,
en donde el culto cristiano se fue enriqueciendo con los ritos
locales precristianos.
Es
común ver en las lápidas de los cementerios del País Vasco que en
lugar de utilizarse cruces cristianas, se siga con la costumbre de
esculpir en las lápidas el lauburu, siguiendo de esta forma el rito
antiguo de la religión de Mari.
Las
zonas vascas que quedaban más aisladas de las autoridades
eclesiásticas siguieron practicando abiertamente ritos como el
Akelarre (akélarré; Campo del Macho Cabrío) en los que se rendía
culto al macho cabrío, una de las representaciones zoomórficas de
la diosa Mari.
El
Akerbeltz (aker [ákerr; macho cabrío] + beltz [belts; negro]; macho
cabrío de color negro), según las antiguas tradiciones, ahuyentaba
los malos espíritus, las enfermedades y era símbolo de fertilidad.
Hoy en muchos caseríos del País Vasco, siguiendo la tradición,
entre los animales de la cuadra se dispone de un akerbeltz.
Fruto
del desconocimiento de estos ritos y costumbres, dado su origen
foráneo, y también por la necesidad de hacer desaparecer esta
religión, las autoridades eclesiásticas de aquellas épocas
asociaron los Akelarres con ritos de adoración a Satanás, ya que en
la iconografía cristiana se asociaba este animal con el culto al
diablo.
Fuente:http://www.kondaira.net
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