La
herejía de los gnósticos Peratas, cuyas blasfemias contra Cristo
han permanecido ocultas durante muchos años, expone una narración
mitológica, entre las muchas que circulan, tomada de Herodoto, y lo
hacen como si fuera desconocida para los oyentes. De esa narración
saca toda la sustancia su secreta doctrina a partir de un único
libro cuyo título es Baruc.
Dice
que el mundo es uno, aunque dividido en tres partes. La primera parte
de esta triple división puede ser dividida hasta el infinito por la
razón, siendo la triada, según ellos, la primera y más importante
de tales divisiones.
La
segunda parte de la misma división es como una infinita multitud de
potencias provenientes unas de otras. La tercera parte es lo
separado. Lo primero es ingénito, esto es, bueno; lo segundo es el
autogénito también bueno; lo tercero es lo engendrado. De ahí que
hablan claramente de tres dioses, tres logos, tres intelectos, tres
hombres. Pues a cada parte del mundo, diferenciada por la division,
le atribuyen sus propios dioses, logos, intelectos, hombres y todo lo
demás.
Dice
Herodoto:
Heracles,
al volver de Eritrea con los bueyes de Gerión, vino a parar a
Escitia. Su camino lo condujo a una región desierta, en la que se
echó al suelo para dormir un poco. Mientras dormía desapareció su
caballo. Se levantó y lo buscó por el desierto, pero no logró
encontrarlo. Encontró en el desierto a una muchacha semidoncella, y
le preguntó si había visto su caballo. Ella dijo que lo habia
visto, pero que se lo indicaría, si yacía con ella. Dice Herodoto,
que era doncella de la ingle para arriba, mientras de la ingle abajo
tenía una terrible forma de serpiente (Naga). Apremiado por la
necesidad de encontrar a su caballo, Heracles consintió con la
fiera, y la dejó preñada. Después de conocerla, Heracles le
anunció que llevaba en su vientre tres hijos suyos, destinados a
tener gran renombre. Y le ordenó que una vez nacidos les pusiera los
nombres de Agatirso, Gelono y Escita. Entonces recibió de la
muchacha el caballo como premio, y se marchó llevandose los bueyes.
Herodoto se extiende mucho más narrando el mito.
La
doctrina de Justino, traspone el mito para explicar el origen de
todas las cosas:
Había
tres ingénitos principios de todas las cosas; dos de ellos eran
masculinos, uno era femenino. De los masculinos, uno es llamado
Bueno, y es el único en ser llamado de esta manera; tiene
presciencia de todas las cosas. El segundo es el Padre de todo lo
engendrado, no presciente e invisible. El principio femenino, a su
vez, es no presciente, irascible, tiene doble mente y doble cuerpo,
(en todo parecido a la hembra de la fábula de Herodoto) hasta el
sexo, doncella y abajo, víbora, como dice Justino la muchacha se
llama Eden.
Ahora
bien, el Padre, que no gozaba de presciencia y deseó a Eden (este
Padre, aclara Justino, se llama Elohim). Dicen que Eden, por su
parte, tambien deseó a Elohim. Por esta unión el Padre engendró de
Eden doce ángeles para sí mismo, cuyos nombres son: Miguel, Amen,
Baruc, Gabriel, Esadeo.... Luego viene la lista de los nombres de los
angeles que Eden engendró: Babel, Achamot, Naas, Bel, Bellas, Satan,
Sael, Adoneo, Cavitan, Faraot, Carcamenos y Laten.
Los
nombres de los ángeles Paternos remiten a personajes o términos del
Antiguo Testamento favorables a la divinidad. De los doce nombres de
los ángeles Maternos, seis (Babel Naas, Bel, Bellas, Satán, Sael)
se refieren a personajes o poderes hostiles a Dios; Achamot y Adoneo
cuajarían mejor en la otra lista.
Dicen
que hay veinticuatro ángeles, los patemos asisten al Padre y lo
hacen todo de acuerdo con su voluntad, y los maternos lo mismo con
respecto a la madre Eden.
El
conjunto de todos estos ángeles constituye el Paraíso, acerca del
que dice Moises: “Plantó Dios en Eden un Paraíso hacia Oriente”,
es decir frente a Eden, para que ésta pudiera ver perpetuamente el
Paraíso.
Los
ángeles de este Paraíso son llamados alegóricamente árboles, y el
árbol de la vida es el tercero de los ángeles paternos, Baruc,
mientras que el arbol para alcanzar conocimiento del bien y del mal
es el tercero de los ángeles maternos, Naas.
Así
es como quiere interpretar las palabras de Moises, afirmando que este
dijo esas cosas veladamente, porque no todos comprenden la verdad.
Una
vez creado el Paraíso, a partir de la placentera unión de Elohim y
Eden, los ángeles de Elohim tomaron tierra de la mejor, esto es, no
de la parte bestial de Eden, sino que hicieron al hombre a partir de
la zona que quedaba por encima del sexo, la cual tenía forma humana
y era una noble región de la tierra. De la parte bestial, vinieron
los animales y los demás seres vivos.
Hicieron
al hombre símbolo de su unidad y de su amor, y establecieron en él
sus respectivos poderes: Eden el alma y Elohim el espíritu. Y fue el
hombre como un sello, como un recuerdo de amor, como un símbolo
etemo del matrimonio de Eden y Elohim; y este fue Adán. Del mismo
modo vino a existir Eva, como escribió Moises, imagen y símbolo,
sello de Eden a custodiar eternamente. También en Eva fue
establecida un alma que procedía de Eden y un espíritu que procedia
de Elohim. Y les fueron dados mandamientos: “Creced y multiplicaos
y heredad la tierra”, es decir, Eden (la parte terrenal). Así
consta en el texto, según Justino.
Todo
su poder, como si fuese su patrimonio, trajo Eden a Elohim en las
nupcias. De aquí, afirma que, a imitacion de aquel primer matrimonio
y hasta el día de hoy, las mujeres llevan dote a los maridos, por
una ley divina y paterna acerca de lo sucedido con Eden respecto a
Elohim.
Una
vez hubieron sido creadas todas las cosas, tal como está escrito en
el libro de Moises: “el cielo, la tierra y lo que en ella se
contiene”, los doce ángeles de la madre se dividieron en cuatro
principios, y cada una de esas cuatro partes recibió el nombre de un
rio: Fison, Geon, Tigris y Eufrates, según dice Moises, prosigue
Justino. Estos doce ángeles se combinan en cuatro grupos y gobiernan
el mundo circundándolo por completo, habiendo recibido de Eden, en
lo tocante al mando, una potestad a modo de satrapia. Sin embargo, no
permanecen siempre en los mismos lugares, sino que dan vueltas como
si danzaran en corro, pasando de un lugar a otro y recorriendo en
tiempos e intervalos precisos los lugares que tienen asignados.
Justino identifica los doce ángeles con el Zodíaco, dividido en
cuadrantes. A cada ángel o grupo de ángeles maléficos se les
asignaba un tipo de mal. (cf. Testamentum Ruben 3; Orígenes, Horn.
Jos. 15, 5; Horn. Nm. 20, 3).
Cuando
toca ejercer el dominio a Fison, en la correspondiente región de la
Tierra se producen hambre, angustia y afliccion. Avara (pheidolon) es
la disposición de estos ángeles. (Gen. 2, 1. Para los cuatro rios,
cf. Gen. 2, 10-14).
Igual
sucede con las partes asignadas a cada uno de los cuatro, de acuerdo
con las respectivas potencias y naturalezas: malos tiempos y
enfermedades, y así para siempre, según el predominio de las cuatro
partes de los denominados rios, recorre el mundo sin cesar un flujo
de males según la voluntad de Eden.
Ahora
bien, la necesidad del mal vino por la siguiente causa: Una vez
Elohim hubo elaborado y creado el mundo gracias a un común acuerdo,
quiso ascender hacia las partes altas del cielo para observar si algo
marchaba defectuosamente en la creación; y llevó consigo a sus
propios ángeles. Era efectivamente de naturaleza ascensional y dejó
a Eden abajo, pues siendo tierra no quiso seguir a su esposo hacia lo
alto.
Elohim
pues, llegó hasta el límite superior del cielo y al ver una luz
mejor que la que el había creado, dijo: “Abridme las puertas, para
que entre y confiese al Señor, pues creía ser yo Señor”.
Una
voz le llegó desde la luz: “Esta es la puerta del Señor, los
justos entran por ella”. Y en seguida se abrió la puerta y entró
el Padre, sin los ángeles, hacia el Bueno, y vió “lo que ojo
jamás vió, ni oído jamás escuchó, ni se le ocurrió a corazón
de hombre alguno”.
Entonces
le dijo el Bueno: “Siéntate a mi diestra”. Y el Padre le dijo al
Bueno: “Permíteme, Señor, destruir el mundo que creé, pues mi
espíritu ha sido encerrado en los hombres y quiero recuperarlo”.
Respondió
el Bueno: “Nada malo puedes hacer estando conmigo; tú y Eden
hicisteis el mundo de común acuerdo; deja pues que Eden tenga la
creación hasta que le apetezca; tú permanece junto a mi”.
A
la sazón, supo Eden que había sido abandonada por Elohim, y
henchida de dolor convocó en torno a sí a sus ángeles y se
embelleció adecuadamente por si Elohim se acercaba, la deseaba y
descendía junto a ella. Pero como Elohim, fortalecido por el Bueno,
ya no descendió más junto a Eden, ésta ordenó a Babel que
estableciera entre los hombres adulterios y divorcios, de manera que,
así como ella fue separada de Elohim, así también el espíritu que
está en los hombres fuera apesadumbrado y apenado con tales
divorcios y sufriera otro tanto de lo que sufría la abandonada Eden.
Entonces otorgó un gran poder a su tercer angel, Naas, para que
castigara con toda clase de azotes al espíritu de Elohim que está
en los hombres, a fin de que a través del espíritu fuera castigado
este, que había abandonado a la esposa rompiendo los pactos
establecidos con ella.
Al
ver todo esto, el Padre Elohim envió a Baruc, su tercer ángel, para
socorro del espíritu que está en todos los hombres.
Baruc
vino y se situó en medio de los ángeles de Eden, es decir, en medio
del Paraiso, recordemos que el Paraiso eran los ángeles, en medio de
los cuales se situó y ordenó al hombre comer y disfrutar de
cualquier Arbol del Paraíso, mas no del árbol del conocimiento del
bien y del mal, que es Naas; es decir, les prescribió obedecer a los
otros once ángeles de Eden. Porque los once tienen ciertamente
pasiones, pero no son transgresores; Naas, en cambio, sí lo es. Este
se acercó a Eva, la engañó, y cometió adulterio con ella, lo cual
es contrario a la Ley; se acercó luego a Adán y usó de él como de
un muchacho, cosa también contraria a la Ley; de aquel vinieron el
adulterio y la pederástia.
Desde
entonces los males y los bienes dominaron a los hombres, proviniendo
ambos de un único principio, a saber, del Padre. Pues al ascender
hacia el Bueno, el Padre mostró el camino a los que deseaban
remontarse; pero al apartarse de Eden dió inicio a los males que
afligen al espíritu del Padre que está en los hombres.
Entonces
Baruc fue enviado junto a Moises, y a través de él habló a los
hijos de Israel para que se convirtieran al Bueno. Por su parte, el
tercer angel (de Eden) oscureció los mandamientos de Baruc por medio
del alma edénica que moraba en Moises -al igual que en todos los
hombres- e hizo que atendieran a sus propios mandamientos. Por esto
el alma se levanta contra el espíritu y el espirítu contra el alma.
Pues el alma es Eden, el espíritu es Elohim, y ambos se hallan en
todos los hombres, lo mismo hembras que varones.
Naas,
la serpiente, ha sido definida como el árbol de la ciencia del bien
y del mal (26, 6). Al igual que los Ofitas, Justino identifica a la
serpiente con el ángel malo (cf. Adv. Haer. I 30, 5).
Baruc
(el árbol de la vida, cf. 26, 6) asume el papel que en otros
sistemas gnósticos pertenece al Cristo Salvador. Pero su categoría
ontica es muy inferior a la de aquel. Baruc, en efecto, se limita a
hacer de mensajero de Elohim, mero instrumento, a su vez, del Bueno
(Genes. 2. 16 ss).
Fuentes:
Los Gnósticos - Jose Montserrat Torrents - Editorial Gredos.