Los
dragones aparecen con fuerza en leyendas aragonesas. Historias de
fieras bestias que aterrorizan a poblaciones enteras y que deben ser
combatidas por héroes o con artimañas propias de la sabiduría
popular. El dragón hace el papel de antagonista en historias con
claro trasfondo religioso, muy del estilo de la gran hazaña de San
Jorge (patrón de Aragón) frente al dragón que acosaba a la ciudad
libia de Silene.
De
hecho, San Jorge no es el único que luchó contra dragones, en
muchos altares aragoneses encontramos también las figuras de San
Miguel arcángel, o en algún caso a Santiago, en lucha contra una de
esas criaturas.
Además
de las historias sagradas, los dragones podrían haber tenido
presencia real en Aragón, al menos así lo cuentan las leyendas
tradicionales.
El
mismo Rey Pedro III descubrió un dragón en la cima del monte
Canigó, en los Pirineos. Sólo él se atrevió a subir a una cumbre
oculta entre rayos y truenos. Allí encontró un ibón y al arrojar
una piedra al agua, surgió del fondo un enorme dragón volador que
dio vueltas por encima del monarca.
También
conocemos la historia del Dragón de Siresa, cuenta que en un monte
cercano a ese núcleo oscense un pastor vigilaba a sus ovejas cuando
éstas se mostraron de repente inquietas y empezaron a dar saltos y a
silbar, entre ellas apareció un dragón, y el pastor y su perro
corrieron hacia el Monasterio de San Pedro, buscando cobijo en lo
sagrado. Detrás de ellos oían los bufidos del dragón, cada vez más
cerca. Pero pastor y perro consiguieron entrar en el monasterio y el
dragón, sabiendo que no podía seguirles adentro, se enfadó tanto
que golpeó con su cola la pared, marcando la piedra con una huella
que aún hoy puede verse como testimonio de su paso.
También
como testimonio de una batalla contra un dragón ha quedado la
Baronía de Escriche, un núcleo de catorce masadas que pertenecen al
municipio turolense de Corbalán. Cuentan de un caballero que fue
nombrado barón por su valentía y destreza cuando dió muerte a un
furioso dragón que aterrorizaba toda la zona. Una vez libre de la
amenaza, el rey consiguió repoblar la zona y le dio a este guerrero
todas las tierras por las que podía pasar con su caballo en un día.
Es
curiosa, posiblemente única, la historia del dragón de la localidad
turolense de Bronchales. Dicen que no era especialmente cruel, porque
no mataba, pero sí era dueño de una glotonería muy molesta. Su
arma eran sus ojos, con los que conseguía embrujar a los que le
miraban. Sus víctimas eran los pastores, a los que en lugar de comer
el rebaño les robaba las meriendas, o las mujeres recién paridas,
de quiénes deseaba la leche maternal que robaba directamente de sus
pechos. Cuentan que hartos de aquellos robos, los de Bronchales
rodearon su cueva con leña y le prendieron fuego. Nadie sabe que
pasó con el dragón, porque nunca más se supo de él.
Curiosamente
las cualidades del dragón de Bronchales se asemejan mucho a las que
la cultura popular aragonesa le ha atribuido a las serpientes. Al fin
y al cabo, a ambos animales se les trata como primos hermanos o como
fruto de una evolución natural.
Incluso
se habla de una especie de dragones con forma de serpiente que tenían
poderes hipnóticos. Así es, por ejemplo, el dragón que se esconde
en la mítica Peña Oroel. Hechizaba con su mirada a sus víctimas y
ellas le seguían hasta su cueva, donde eran devoradas. Las antiguas
crónicas sitúan la gruta en una pared rocosa hasta la que llegó un
soldado que había cambiado su condena a muerte por la oportunidad de
matar a la bestia. Y aseguran que lo hizo gracias a un espejo en el
que la bestia fue sorprendida al mirarse a sí misma.
Las
leyendas también aseguran que en la Raja Os Moros, una sima en la
cercanía del pueblo deshabitado de Escartín, habitan innumerables
dragones con forma de grandes serpientes que, dicen, son malos
espíritus.
Respecto
a medidas contra estos animales, la cultura popular aragonesa señala
que el gallo tenía suficiente poder como para contrarrestar sus
poderes mágicos. Pero, además, los tréboles de cuatro hojas, las
rogativas y amuletos varios, contribuían al afán del hombre por
atraer la suerte y alejar a esos monstruos horribles que también han
dejado su huella en Aragón y que ahora ya no se ven, pero se siguen
nombrando, casi siempre para referirse a las salamanquesas que trepan
por las paredes en verano.
El
dragón sigue, de hecho, tan presente en un nuestro universo
colectivo que incluso hubo quien quiso convertirlo en el animal que
representa a los aragoneses. Se creó un diseño y se distribuyeron
miles de pegatinas para pegar en la parte trasera de los coches, como
una identificación que muchos aceptaron.
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