26/8/18

Rito dei Serpari - Cocullo (Italia)


Cocullo es un municipio situado en el territorio de la Provincia de L'Aquila en Abruzos (Italia), conocido por su singular fiesta patronal, llamada “Festa dei Serpari”, en la que la estatua del santo patrón Domenico di Sora es portada en procesión cubierta de serpientes (culebras de cuatro rayas, esculápicas, de collar y verdiamarillas).

Los "serparis" locales (criadores de serpientes), llevan a los reptiles en la procesión y luego son liberados en los bosques circundantes al final de la festividad, que se celebra cada primero de mayo desde 2.012 (antes era cada primer jueves de mayo).
Es un evento receptivo para miles de visitantes italianos y extranjeros. En 2.009 fue cancelado debido a algunos daños estructurales ocurridos en la aldea después del terremoto de L'Aquila.

Las compañías peregrinas de aquellos lugares donde el culto del santo es más profundo son Lazio, Molise y Campania.

Cocullo constituyó para el poder de Roma, el último bastión militar del Lazio como afirma el historiador Estrabón. El lugar, con sus áreas vecinas, fue asentamiento de los servicios logísticos del ejército romano comprometido con la conquista de Corfinium.
Con su estancia prolongada, los romanos introdujeron sus costumbres y tradiciones paganas, una de estas tradiciones consistía, a principios de la primavera, en el rito de las serpientes vivas a la diosa Angitia. Esta costumbre permaneció arraigada incluso en el período en que nació San Domenico. Después de los muchos milagros extraordinarios operados por el santo liberando a las gentes de picaduras de víboras y serpientes venenosas, la costumbre pagana fue transformada en un rito de homenaje religioso católico a San Domenico.

Esta tradición, presente también en el simbolismo del escudo de Cocullo, sustituyó el antiguo ritual mitológico romano de Angitia, una diosa serpiente adorada por los Marsos.

Angitia (también Angizia, Angita o Anguita) era Diosa de los marsos, los pelignos y otros pueblos osco-umbros del centro de Italia. En la antigüedad fue asociada a los encantadores de serpientes, que la reclamaban como su antepasada.
Es un personaje proveniente de la mitología griega, cuando Medea huía de Atenas, se refugió en Italia y fue conocida como Angitia. Enseñó a los nativos a encantar serpientes y les instruyó para curar las mordeduras. Como las serpientes se asocian a menudo con las artes curativas de la antigüedad, se cree que Angitia era principalmente una diosa de la curación. Tenía poderes de brujería, magia y medicina. También se le atribuían poderes sobre las serpientes, incluido matar a las serpientes con un toque.

Los Marsos (Marsi) era un pueblo de Italia central que vivía en el entorno del Lago Fucino. Tenía al este a los pelignos, al norte a los sabinos y vestinos, y al oeste y al sur a los ecuos, hérnicos y volscos. Eran de origen sabino y estaban emparentados con los marrucinos, pelignos y vestinos.
Aparecen en la Historia en 340 a. C., cuando eran aliados de Roma, igual que los pelignos, y concedieron paso a los romanos hacia el Samnio y Campania. En la segunda guerra samnita permanecieron neutrales (311 a.C.) cuando sus aliados vestinos fueron atacados por el ejército romano, pero en el año 308 a.C. ya estaban en guerra con Roma, sin que sean conocidas las causas de su participación.

En 304 a.C., los marsos, marrucinos, vestinos y pelignos, concertaron un tratado con Roma después de la derrota de los ecuos. En 301 a.C., los marsos se rebelaron para oponerse a la fundación de la colonia de Carseoli en el límite de su territorio, pero fueron derrotados, y las tres ciudades de Plestina, Milionia y Fresilia, fueron conquistadas por los romanos. Los romanos se vieron obligados a firmar la paz y a ceder una parte de su territorio. Las condiciones del tratado fueron bastante aceptables y desde entonces fueron aliados de Roma y proveyeron contingentes auxiliares a los ejércitos romanos.

En 225 a.C. Polibio sitúa a los marsos, marrucinos, vestinos y frentanos como un conjunto y omite a los pelignos.
Dionisio de Halicarnaso menciona a los marrucinos, pelignos y frentanos como aliados de los romanos en la Batalla de Asculum, pero no nombra a los marsos ni a los vestinos.
Silio Itálico dice que fueron aliados de Roma en la Batalla de Cannas. Ennio les asocia con los pelignos y los vestinos.
Su territorio fue asolado por Aníbal en la segunda guerra púnica, pero permanecieron leales a Roma y participaron con un contingente en la expedición de Escipión a África en 205 a.C.
En la guerra social formaron el núcleo central de los confederados italianos, por lo que muchos autores dan a la guerra social el nombre de guerra mársica.
Quinto Popedio Silo, uno de los narradores de la guerra, era marso. Después de los picentinos, los marsos tomaron las armas y fueron secundados por los pelignos, marrucinos, vestinos, frentanos, samnitas y lucanos.

Los marsos asediaron Alba Fucens (91 a.C.), colonia romana y fortaleza, pero el cónsul Publio Rutilio Lupo fue enviado allí y los rechazó (90 a.C.).
En los años siguientes, los marsos desaparecieron como nación de la Historia. A pesar de ello, aún durante un tiempo dejaron marcado su carácter en la zona. Fueron incluidos en la tribu romana Sergia. En tiempos de Augusto quedaron dentro de la cuarta región y más tarde en la provincia llamada Valeria.
Su territorio, tenía en época cristiana un obispo con sede en Marruvium (Episcopus Marsorum), que en el siglo XVI se trasladó a Pescina. La familia romana de los Colonna lleva el título de Condes de los Marsos.

Característica de los marsos, aparte de su valentía en combate, mencionada por algunos autores, creían en la magia y en los encantamientos, concretamente en el de los reptiles venenosos para hacerlos inofensivos, facultad que decían derivaba por ser descendientes de la hechicera Circe o de la divinidad local Angitia supuesta hermana de Circe. Estas facultades no eran individuales, sino que eran comunes a toda la nación según Silio Itálico.
La principal ciudad de los marsos fue Marruvium, probablemente la única que era realmente una ciudad. Se nombran otras que debían ser pequeños vicus o castillos. Plinio el Viejo menciona Anxantia o Anxantini, Antinum (habitada por los antinates), y Lucus (habitada por los lucenses) más propiamente Lucus Angitiae (moderna Luco dei Marsi).

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19/8/18

Diosa Sirona


Sirona en la mitología celta, era una diosa de las sanaciones asociada con las aguas termales. Sus atributos eran las Serpientes y los huevos, a veces lleva uvas, granos o frutas en sus manos. A veces se la representa junto a Borvo que es el dios termal más importante de la Galia, y como dios sanador se compara a Borvo con el dios griego Apolo.

Adorada principalmente en el Este de la Galia central y a lo largo del limes danubiano, por los réveros en el valle del Mosela. La difusión de Sirona, tanto epigráfica como en representación escultórica, se concentra principalmente en la Galia central, hasta las líneas germanas, y a lo largo del limes del Danubio hasta el Este de Budapest. También se ha encontrado alguna evidencia en Aquitania, Bretaña y en Italia, pero no se ha encontrado ninguna en Britannia, Hispania, o en cualquiera otra provincia romana.
Su nombre, asociado con el dios Apolo se encuentra en Lorena, en la Sainte Fontaine de la comuna de Freyming-Merlebach en Mosela o en la antigua fuente de Graux (Vosgos). También se asoció con Apolo en Luxeuil-les-Bains, en una dedicatoria en un altar de piedra arenisca blanca que se encontraba en el jardín del edificio termal.

Belenus, también conocido como Belinus, Belenos o Belanus, es un dios en la mitología celta, asociado como compañero a la diosa Sirona.
Belenus significa brillante, resplandeciente y designaba a un dios de la Luz, el Sol y el Fuego, Belenus era el nombre tanto irlandés como galo y astur. Las Baltené eran una de las grandes fiestas irlandesas que se celebraban el 1 de mayo y provenían del culto a esta divinidad. En Asturias su nombre ha quedado reflejado en la toponimia local, en el concejo de Ponga se encuentra la localidad de Beleño, cuyo nombre deriva del dios celta.
Asímismo fue conocido con otros nombres como: Grannios y Borno de la celtia continental - Balor y Beltayne de la celtia irlandesa - Beli y Balor de los celtas galeses - Bel y Belenos de los celtas de la isla de Mann - Bile y Belenos de los celtas escoceses.

Belenos fue confundido con otros dioses como Borvo. En la mitología céltica gala, Borvo (conocido también con las grafías Bormo, Boramus o Borvoni) es un dios sanador, asociado al agua. El nombre se descompone en berw (caliente, ardiente, hirviente) y von (fuente), el sentido es «agua hirviente». Se le conoce por inscripciones de la época galorromana.

El teónimo Borvo aparece en cierto número de topónimos como La Bourboule, Bourbonne-les-Bains, Bourbon-l'Archambault, Bourbon-Lancy y Barbotan-les-Thermes en Francia, así como Burtscheid y Worms en Alemania.
El número de estos topónimos atestigua la difusión e importancia del culto consagrado a esta divinidad de las fuentes termales. Su paredra es Damona cuyo nombre significa «Gran vaca» (también se la llama Bormana), el paredra significa "que está sentado al lado", describe una deidad, a veces de menor categoría, que está asociada a la adoración de un dios o una diosa más influyentes. También se usa para indicar al consorte de la deidad, que puede ser de igual rango.

Borvo era el dios tutelar de los Boyos (griego Βόϊοι), es el nombre romano de una tribu de la Edad del Hierro ubicada al principio de su historia en la Europa central, quizás en las regiones que aún conservan su nombre: Baviera y Bohemia.
Los historiadores griegos y romanos de finales de la República romana los consideraban una tribu gala o celta, de un grupo étnico europeo más amplio. Las inscripciones en diversas ubicaciones indican que hablaron idiomas de la familia céltica, aunque la lengua específica de los boyos, se desconoce. Aparecen por vez primera en la historia en relación con la invasión gala del norte de Italia, 390 a.C., que desplazó a algunos etruscos en el valle del río Po. Tras una serie de guerras en que fueron derrotados por los romanos, se convirtieron en parte de la provincia de la Galia Cisalpina (norte de Italia).

Los boyos y otros celtas de la región del Danubio pudieron haber formado parte de la invasión celta de Grecia un siglo después de la invasión de Italia. Fueron derrotados, pero no antes de haberse asentado en Anatolia central, región que pasó a ser conocida como Galacia. Dos siglos más tarde Julio César documentó el último desplazamiento de los boyos de la región del Danubio por los Suevos germanos, la pérdida de la mayor parte de su población en batallas contra los romanos y la dispersión de los supervivientes entre otras tribus; en época del Imperio Romano se habían asimilado a las culturas dominantes en sus regiones. La estructura tribal fue reemplazada por un gobierno tipo monárquico o imperial, y los boyos desaparecieron en todo salvo en nombres y tradiciones locales que perduraron algún tiempo.

De los diferentes nombres de pueblos celtas en la literatura e inscripciones, es posible abstraer un lexema del céltico continental boio-. Hay dos derivados principales de este lexema en las lenguas celtas, ambas suponiendo que pertenezca a la familia de lenguas indoeuropeas: vaca y guerrero. Los boyos serían «pueblo del ganado» o «pueblo guerrero».
En una referencia a los primeros boyos históricos, Polibio relata que su riqueza estaba formada por ganado y oro, que dependían de la agricultura y de la guerra, y que el rango de un hombre dependía del número de compañeros y siervos que tenía. Los segundos eran, presumiblemente, los ambouii, en oposición al hombre de rango, que era bouvios, un ganadero, y los bouii eran originariamente una clase, "los ganaderos".

Palabras contemporáneas derivadas incluyen Boiorix rey de los boyos, uno de los jefes de los cimbrios y Boiodurum, puerta/fuerte de los boyos, moderna Passau en Alemania. Su memoria también perdura en los nombres regionales modernos de Bohemia, una forma mixta de boio y protogermánico haimoz "casa" casa de los boyos, y Bayern, Baviera, que deriva de la tribu germánica Baiovarii (germ. baio-warioz: el primer componente se explica como una versión germánica de Boii; la segunda parte es un morfema formacional de nombres tribales germánicos, que quiere decir 'moradores', esta combinación "boyos-moradores" puede haber significado "aquellos que viven donde anteriormente estuvieron los boyos"). 


15/8/18

Maia y Maju (El culebro)


Mari, también llamada Maia (máya), era la diosa suprema de la antigua religión vasca, su símbolo cósmico era el Sol y su representación gráfica el disco solar llamado Lauburu. El lauburu puede variar de número de brazos pero el más extendido y conocido por todos los vascos es el de cuatro que forma una cruz. Los discos solares con alguna que otra modificación pueden encontrarse en todas las culturas euroasiáticas antiguas, desde la Península Ibérica hasta Alaska y en antiguas civilizaciones de América.

Mari tenía un compañero que se llamaba Sugaar "Serpiente Macho", se tradujo al romance medieval como "Culebro", que también era conocido con el nombre de Maju (máyu). El parecido entre el nombre de Maju y Maia, denota que Maju o Sugaar no eran más que la representación masculina de Mari, por lo que se expresaba de esta forma, que todo ser provenía y formaba parte de la naturaleza de Mari.
Mari, toma formas zoomórficas en sus moradas subterráneas (toro, carnero, macho-cabrío, caballo, serpiente, buitre, etc.) y forma humana fuera de ellas; una de estas es la de una mujer esbelta y bella, de largos cabellos, ataviada con una túnica roja que le llega a los pies, con una cinta de oro en la frente, sosteniendo un castillo de oro en su mano derecha y enroscado al rededor de sus piernas un herensuge (erénsugué; el dragón), sobre el que se alza la figura de Mari.
Sus moradas subterráneas se encuentran en los montes más altos del País Vasco (Anboto-ambóto, Oitz-óyts, Txindoki-chindóki...). Cambia de morada cada siete años y se convierte en una hoz de fuego que surca el firmamento generando un gran estruendo a su paso.

A diferencia del papel menor asignado a las diosas en las mitologías indoeuropeas patriarcales, Mari es la figura central de la cosmovisión pre-indoeuropea vasca, todos los demás seres y divinidades están supeditados a ella.
Además Mari también puede aparecer en formas muy diferentes, como un fenómeno atmosférico (tormenta, viento), como una sacerdotisa (sorgin) vinculada a espacios sagrados determinados (manantiales, cuevas o montañas), como un árbol, como una roca, etc. El sentido de estas metamorfosis y de su multi apariencia está en el hecho de que Mari no es ajena a la creación (como los trascendentes Dioses indoeuropeos y semitas), sino que ella misma es la creación, por tanto, todos los seres y fenómenos naturales no son más que distintas expresiones de una misma realidad: de Mari.

Esta religión contaba con una trinidad integrada por Mari y sus dos hijos Atarrabi (atárrabí; la representación del bien) y Mikelats (míkelách; la representación del mal), de los que surgían el resto de númenes y espíritus tanto benévolos como malévolos.
Las leyendas en torno a Mari, son común a un lado y a otro de los Pirineos. En estas leyendas quedan restos de antiguos dioses como Ortzi (órtsi; similar al Thor escandinavo) con sus variantes Urtzi (úrtsi), Ost, Ortz (orts), Egu (égu), In o Inko (ínko), que están presentes en la raíz de los nombres de los días de la semana vasca como Ostegun, día del cielo; jueves, o eguen (egú-en, jueves en vizcaíno) y de accidentes meteorológicos como por ejemplo inar (iñár; rayo de luz, chispa), inusturi (íñústurí; trueno), inontz (iñónts; rocío), ortziri (ortsíri; trueno) u osti (ósti; tormenta), entre otros. Un culto al cielo, ya que este es el significado del nombre Ortzi y sus variantes, de claro origen indoeuropeo e introducido en las tribus vascas posiblemente por los Celtas.

Antiguamente los vascos sólo disponían en su calendario de dos estaciones: Negua (negú-a; invierno) y Uda (úda; verano).
Udazkena (udáskená; "el final del verano"; otoño) y Udaberria (udáberri-á; "el nuevo verano", primavera) son estaciones que se añadieron posteriormente por influencia indoeuropea.

La semana vasca o Aste (áste; "comienzo de la lunación") regida por el ciclo lunar, comprendía inicialmente sólo tres días:
-Astelehena (astélééna; el primer día de la semana, lunes).
-Asteartea (astéárte-á; el día de la mitad de la semana, martes).
-Asteazkena (astéáskená; el último día de la semana, miércoles).

A esta semana vasca primigenia, por influencia indoeuropea se le añadió otros cuatro días:
-Osteguna (ostéguná; proveniente de: ost [cielo] + egu [égu; luz diurna], día de la luz diurna del firmamento, jueves).
-Ostirala (ostíralá; proveniente de: ost [cielo] + irargi [irárgui; variante de ilargi, luna], el día de la luna del firmamento, viernes).
-Larunbata (larúnbatá; proveniente de: lauren bat [láuren bat; cuarto de luna], el día de la media luna, sábado).
-Igandea (igándeá; el día del plenilunio, domingo).

Si bien durante la baja Edad Media la religión oficial ya era la cristiana, las dos religiones siguieron conviviendo dándose un proceso de mestizaje análogo al ocurrido en otras partes de Europa, en donde el culto cristiano se fue enriqueciendo con los ritos locales precristianos.
Es común ver en las lápidas de los cementerios del País Vasco que en lugar de utilizarse cruces cristianas, se siga con la costumbre de esculpir en las lápidas el lauburu, siguiendo de esta forma el rito antiguo de la religión de Mari.

Las zonas vascas que quedaban más aisladas de las autoridades eclesiásticas siguieron practicando abiertamente ritos como el Akelarre (akélarré; Campo del Macho Cabrío) en los que se rendía culto al macho cabrío, una de las representaciones zoomórficas de la diosa Mari.

El Akerbeltz (aker [ákerr; macho cabrío] + beltz [belts; negro]; macho cabrío de color negro), según las antiguas tradiciones, ahuyentaba los malos espíritus, las enfermedades y era símbolo de fertilidad. Hoy en muchos caseríos del País Vasco, siguiendo la tradición, entre los animales de la cuadra se dispone de un akerbeltz.
Fruto del desconocimiento de estos ritos y costumbres, dado su origen foráneo, y también por la necesidad de hacer desaparecer esta religión, las autoridades eclesiásticas de aquellas épocas asociaron los Akelarres con ritos de adoración a Satanás, ya que en la iconografía cristiana se asociaba este animal con el culto al diablo.


8/8/18

La Serpiente en la Península Ibérica

En Burgos, en el capitel románico de la iglesia de Teza, se ven un par de serpientes mamando de los pechos de una mujer desnuda.

La presencia de la serpiente en la simbología antigua de la Península ibérica, la encontramos como en todo el Mediterráneo, en todas sus culturas.
Este animal no es extraño en los cultos mistéricos, se encuentra ampliamente representado en todo el panorama religioso peninsular, tanto prerromano como romano, indígena, tartésico, celta, etc., tiene un valor muy amplio, una significación muy compleja y variada, tanto en Oriente, donde la conocemos en época histórica ya desde el IV milenio en Irán y Elam, como en Egipto, donde representa el poder de los faraones y su capacidad de repeler a los enemigos, colocada en la corona real, o tomando esta forma diferentes dioses y diosas, como Renenutet, Wadjet o Isis Thermoutis.

Son numerosas las serpientes que encontramos en la Península Ibérica, representadas en cuevas prehistóricas, en petroglifos gallegos, en joyas y vasos tartésicos, e incluso en esculturas de Despeñaperros, hoy en el Museo de Jaén, en cerámicas ibéricas como las de Liria, en la llamada Ara de la Salud de Cartagena, y en aras como las de Ampurias y Sevilla. Aparece en la cerámica de Elche unida a la representación femenina llamada “Potnia Théron”. 
Esta diosa ibérica contestana, se supone que fue adorada en el Levante peninsular, siendo más tarde asimilada por una deidad púnica, tal vez Tanit.

La presencia de la serpiente, puede detectar también un tipo de divinidad masculina sanadora, un tipo de Eshmun púnico que más tarde conoceremos como el Asclepio griego o el Esculapio romano. 
Divinidad que puede estar relacionada con hallazgos en el Levante hispano, como el ara de la Salud de Cartagena, y la Cueva Negra de Fortuna en Murcia, en cuyos versos se cita a la serpiente, cuya relación es probable, dada su proximidad geográfica. Esta cueva estuvo relacionada posiblemente con el culto a una divinidad sanadora ibicenco-púnica tipo Eshmun-Esculapio.
Aparece en todas las culturas antiguas peninsulares. Se supone que su valor es positivo y apotropaico, pues es un animal del que se creía que renacía cada año, como los dioses de la vegetación, con los que a veces se la relaciona.

La serpiente encontrada en la Península Ibérica está relacionada con diferentes divinidades, aunque nunca adorada por sí misma, por lo que no se puede considerar ofiolatría. Ha sido en Oriente y en Egipto donde hemos encontrado dioses y diosas en forma de serpiente, es decir "ofiolatría".

No encontramos en época clásica ni en Grecia, ni en Roma signos de adoración a la serpiente, sino la presencia de esta como animal que a veces, representa a un dios, como en el caso de Zeus Meilichios o el Agathodaimon o Buen espíritu, pero otras veces acompaña simplemente a la divinidad, expresando unas cualidades divinas, como puede ser su relación con la salud y con el mundo subterráneo, la fertilidad, posiblemente también con el poder curativo de las aguas de los manantiales termales. Y es también profética, por su relación con el más allá está muy ligada al mundo de la magia.
Al utilizar el término "serpiente" como "la que liga" se une la magia de la palabra con la derivada de la figura y de los poderes mágicos de la serpiente, con lo que la magia es más poderosa. La serpiente se convierte así en una "cuerda viviente", un vínculo viviente como viene específicamente definido en el Atharva Veda 14,3 (India).

Transmisora de conocimiento y sabiduría, la serpiente adopta multiplicidad de representaciones artísticas, desde la mujer celta-romana que amamanta niños, la mujer o sirena que amamanta serpientes del románico, hasta la iconografía alquimista, renacentista o sacra del barroco, donde "el bautismo de leche" entroncará decididamente, con el ensalzamiento de la transmisión del Conocimiento.
En esta talla, un par de serpientes mamando de los pechos de una mujer desnuda cuya cabeza está cubierta con toca medieval, se mantiene hieráticamente erguida mientras las serpientes que se nutren de sus senos rodean su cuerpo. La mujer sitúa sus manos sobre el vientre y con su derecha señala una peculiar espiral perfectamente trazada que parece tener su núcleo en el ombligo. Dos simétricos pájaros permanecen estáticos sobre cada una de las serpientes.

En la Iglesia de Santa María La Real de Sangüesa, Navarra, se puede ver una serpiente mamando de un pecho de una mujer, y del otro, lo que parece ser una rana.

El cruce de varias simbologías asociadas durante siglos a la escena de amamantamiento nos transporta en su migración cultural, desde la Gran Madre nutriente y dadora de vida, hasta la visión tormentosa para quienes cometen o inducen al pecado mediante el uso de dichos atributos femeninos.
El intercambio de imágenes entre unas y otras culturas, conlleva a una "cultura de imágenes". Las leyendas existen en muchos países del mundo: Centroamérica, México, Argentina, Perú, Alemania, Italia, etc. etc.

Continuará...