El
origen de las serpientes intrigaba a los antiguos egipcios, pues
pensaban que podrían haberse creado a sí mismas, puesto que mudaban
de piel también eran un símbolo del renacer después de la muerte,
se pensaba que ayudaban a renacer al difunto. Todas las serpientes
eran sagradas excepto la cobra que representaba al Sol.
En
Egipto la cobra (uraeus) era un símbolo de resurrección, siendo el
animal protector de los faraones, y en la ciudad de Buto eran
veneradas por su carácter benéfico. Portaron su nombre varios
faraones hicsos como Apofis I y Apofis II.
Uadyet,
protectora del Bajo Egipto, era la diosa serpiente que escupía fuego
a sus enemigos, simbolizaba el calor del sol y se la solía llamar
“el Ardiente Ojo de Ra”, identificada con el uraeus, la cobra
que los faraones llevaban en sus coronas, también se la llamaba “la
del color del papiro” o “la verde”, por simbolizar la
fertilidad del suelo. Enviaba profecías a través de los sueños y
tenía un famoso oráculo en Buto. El oráculo egipcio fue el origen
de los cultos y oráculos de la Pytia en la antigua Grecia.
Filón
de Biblos cuenta que los fenicios siguieron a Ferécides de Siros,
filósofo del siglo VI a.C., y uno de los siete sabios de Grecia,
famoso por su teoría sobre la existencia de un dios supremo llamado
Serpiente.
Según
el mito de Menfis, Atum fué concebido del corazón de Ptah. Los
animales que tenía asociados eran el león, el toro, el lagarto, el
icneumon y la serpiente que representa el concepto de “fin del
universo”, al final de los tiempos sólo Atum y Osiris sobrevivirán
a las aguas de Nun que envolverán toda la tierra, y lo harán en
forma de serpientes.
El
basilisco es una criatura fabulosa de carácter serpentino; sobre
todo en sus orígenes. Egipcios y hebreos lo mencionan en sus textos,
y los griegos lo tenían por la más mortífera de las criaturas.
Para estos pueblos de la Antigüedad, formaba parte de la familia de
las serpientes. Los helenos lo consideraban el rey de las serpientes,
de ahí el nombre que le dieron: βασιλίσκος, que significa
“pequeño rey”. Aunque no es muy grande, su aspecto, su porte al
desplazarse y su extrema toxicidad lo elevan por encima de los demás
ofidios. Plinio el Viejo, por ejemplo, nos presenta al basilisco en
su Historia Natural (VIII 33) como una serpiente que no supera los 22
cm. con una mancha blanca con forma de corona en la cabeza. A
diferencia de las otras serpientes, los basiliscos avanzan erguidos,
alzando la mitad del cuerpo y arrastrándose con el resto.
La
gran letalidad del basilisco, se mantuvo inmutable con paso del
tiempo. No solo posee uno de los venenos más potentes, sino que es
tan abundante en su cuerpo que, según Brunetto Latini (Tesoro, IV,
3), rezuma por toda su piel y por eso reluce. No es de extrañar que
su toque o mordisco sea mortal de necesidad. Y casi igual de
ponzoñoso es su aliento, del que se sirve para cazar envenenando el
aire a su paso. Pero la capacidad más mortífera de los
basiliscos es su mirada. Con ella pueden matar a hombres y animales a
distancia, e incluso llegar a partir la piedra. Una de las teorías
es que emiten por los ojos una especie de fuerza, algo parecido en
cierto modo, al mal de ojo.
El
poeta Lucano escribió en su Farsalia que se debe a que los
basiliscos nacieron de la sangre derramada de la Medusa, y habrían
heredado su mirada letal.
Pero
también hay maneras de contemplar al basilisco sin sufrir las
consecuencias de su mirada. Desde muy antiguo se decía que se puede
evitar el daño si lo ves antes de que él te vea. Otra manera es
mirarlo a través de un vidrio. Cuanto mayor sea este, mejor, ya que
además de proteger del efecto de la mirada, el basilisco no puede
distinguir nada situado tras él.
A
los basiliscos les gusta vivir en lugares áridos, como a los
escorpiones. Según Plinio, son originarios de las zonas desérticas
de Libia, en la provincia de Cirenaica, aunque, hacia el siglo X,
diversas fuentes los localizaban ya en Europa. En realidad, no es que
vivan en el desierto sino que este los sigue; los mismos basiliscos
convierten en desierto el territorio por el que pasan, al desmenuzar
las piedras y secar árboles y plantas. Hasta las aves en el cielo,
corren el peligro de ser alcanzadas por su ponzoña. Además, son
capaces de envenenar los cursos de los ríos durante décadas, o
incluso siglos. San Isidoro advierte que quienes beben o se baña en
esas aguas se vuelven hidrófobos y linfáticos. Durante las
epidemias de peste negra que se sucedieron a partir del siglo XIV,
surgió el rumor de que la enfermedad era provocada por envenenadores
que usaban carne de basilisco para emponzoñar el agua.
Para
los antiguos egipcios, la serpiente real o basilisco nacía de los
huevos del ibis, y en el Antiguo Testamento pueden encontrarse
referencias en cuatro libros. Las siete referencias que hay en la
Biblia del basilisco: Isaías XI-8, XIV-29, XXX-6, LIX-5; Proverbios
XX-52; Jeremíass VIII-17 y Salmos XC-13. Y no falta quien lo ha
visto en la propia serpiente tentadora de Eva (Génesis 3-1, 5). De
las ocho palabras hebreas que se usaron para designar a las
serpientes en el Antiguo Testamento, tres se tradujeron por
basilisco en la Versión de los Setenta: zephá (cinco veces), pethen
y 'eph'eh (una vez cada una).
Continuará...
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