Bajo los muros de Jerusalem, al Este de la Puerta de Damasco, hay una enorme caverna redescubierta en 1.856. Sus 9.000 m2 de galerías nos ofrecen la oportunidad de sumergirnos en la historia de los orígenes del Templo de Salomón.
Los
judíos llaman a estos subterráneos la Cueva de Sedequías, último
rey de Judá. Según el relato popular, este monarca, haciendo caso
omiso de las advertencias que Yahvé transmitía a sus profetas,
decidió rebelarse contra Nabucodonosor quien reaccionó con extrema
violencia, invadiendo el reino y destruyendo el Templo de Jerusalem.
Durante el asalto, Sedequías quiso huir de la ciudad, pero al
encontrar los caminos cortados, optó por escapar a través de la
cueva que hoy lleva su nombre. Aseguraban entonces que uno de sus
pasadizos era tan prolongado que llevaba a Jericó. Sin embargo, los
soldados caldeos siguieron las huellas del monarca, hasta darle
captura.
En
un rincón de esta caverna aflora un pequeño manantial que fluye
gota a gota, conocido por el nombre de «Las lágrimas de Sedequías».
Cuentan que cuando el monarca fue apresado, sus lágrimas tocaron el
suelo en ese lugar, y desde entonces no han cesado de brotar.
Nabucodonosor castigó a Sedequías sacándole los ojos, así que el
rey judío quedó sumido en la misma oscuridad que hoy domina su
caverna.
Otro
antiquísimo relato identifica estos subterráneos con «las canteras
de Salomón», pues se supone que de esas piedras tomaron los
sillares necesarios para edificar el Templo. El poeta Yehuda Amijai
(1924-2000) escribió: “De sus profundidades, Salomón extraía sus
piedras como oraciones provenientes del abismo”.
El
Templo de Jerusalén (hebreo: בית
המקדש,
Beit Hamikdash) o el Templo de Salomón, fue el santuario principal
del pueblo de Israel y contenía en su interior el Arca de la
Alianza, el Candelabro de los siete brazos y demás utensilios
empleados para llevar a cabo el culto hebraico. Se localizaba en la
explanada del monte Moriá, en la ciudad de Jerusalén, donde se
ubican en la actualidad la Cúpula de la Roca y la Mezquita de
Al-Aqsa.
El
Primer Templo fue construido por el rey Salomón (960 a.C.) para
sustituir al Tabernáculo como único centro de culto para el pueblo
judío. Fue saqueado por el faraón Sisac (Sheshonq I) en 925 a.C. y
destruido por los babilonios durante el segundo asedio de
Nabucodonosor II en 587 a.C.
El
Segundo Templo, mucho más modesto, fue completado por Zorobabel en
515 a.C. (durante el reinado del persa Darío I) y seguidamente
consagrado. Tras las incursiones paganas de los seleúcidas, fue
vuelto a consagrar por Judas Macabeo en 165 a.C. Reconstruido y
ampliado por Herodes, el Templo fue a su vez destruido por las tropas
romanas al mando de Tito en el año 70, en el Sitio de Jerusalén,
durante la revuelta de los zelotes. Su principal vestigio es el Muro
de las Lamentaciones, también conocido como Kotel o Muro Occidental.
La
escatología hebrea establece que el Tercer Templo de Jerusalén será
reconstruido con el advenimiento del mesías del judaísmo.
Según
la Biblia, la construcción del Templo de Salomón se realizó en el
siglo X a.C., para sustituir el Tabernáculo que desde el Éxodo y
durante siglos, era utilizado como lugar de reunión y para rendir
culto a Dios. El Tabernáculo preservaba el Arca, que luego llevó a
Jerusalén el rey David, depositada en el monte Moriá, sobre una
plataforma de unos 40 por 100 metros.
El
Templo propiamente dicho, según la descripción de la Biblia, era un
edificio orientado sobre un eje longitudinal en dirección
Este-Oeste. El edificio debió tener una longitud interior aproximada
de 27 metros, 9 metros de ancho y una altura de 13,5 metros (60×20×30
codos). Sus dimensiones, por tanto, eran comparables a las de una
capilla, el culto por lo general se llevaba a cabo desde su exterior.
A ambos lados de la entrada del templo fueron erigidas dos columnas,
llamadas Jaquín y Boaz.
Los
sacerdotes y el rey entraban en el Templo a través de una gran
puerta enchapada en oro, de 10 metros de alto y 4 de ancho. Tras esa
puerta se encontraban tres recintos. Un vestíbulo era seguido por
otros dos recintos. El primero de esos recintos era denominado Hejal
(Lugar Santo o Santuario), que era iluminado a través de ventanas
altas. La anchura y longitud de esta estancia guardaba una proporción
de 1:2, lo que significa que la planta del Hejal estaba compuesta por
un doble cuadrado. El forjado de piedra se encontraba cubierto por un
solado de madera de cedro. Las paredes y vigas del forjado del Hejal
estaban recubiertas por láminas de cedro libanés.
La
tercera cámara, denominada Dvir o Kodesh Ha-Kodashím era el lugar
más sagrado del Templo de Salomón. En latín se la conoce como
Sancta Sactorum y en español como "Santo de los Santos".
Este último recinto se encontraba a un nivel más alto que el Hejal
y solo podía accederse a él subiendo una escalera. El Dvir tenía
la forma de un cubo de aproximadamente 10×10×10 metros (20×20×20
codos). En su centro se encontraba el Arca de la Alianza (gran arcón
hecho de madera de acacia, cubierta con planchas de oro y con cuatro
anillas a las esquinas en las que eventualmente se ponían varas para
transportarla; dentro del Arca se preservaban las Tablas de la Ley,
entregadas por Dios a Moisés, y las Tablas a su vez llevaban
grabados los Diez Mandamientos, sirviendo de conexión entre Dios e
Israel).
El
patio interior del Templo era rodeado por un muro formado por tres
capas de bloques de piedra cubiertas por vigas de madera de cedro. En
este patio interior podían entrar los peregrinos y las masas de
fieles, pero el Dvir o Santuario del Templo solo era accesible a los
sacerdotes y el monarca de turno.
La
construcción del Templo de Jerusalén fue el evento más importante
del reinado de Salomón, gracias al cual su nombre será recordado,
en la Biblia el Templo acapara la mayoría de los escritos donde
aparece el rey Salomón. Su fama ha trascendido los tiempos y como
edificio ideal concebido por Dios, constituye hasta hoy un importante
referente y fuente de inspiración.
Tras
la muerte de Salomón, el templo sufrió profanaciones debido a
invasiones extranjeras y también a la introducción de deidades
sirio-fenicias. Con todo, fue reedificado bajo sus condiciones
originales durante los reinados de Ezequías y Josías.
Las
tropas del rey Nabucodonosor II lo destruyeron en 586 a.C., llevando
cautivos a gran parte de los habitantes del Reino de Judá a
Mesopotamia, cosa que dio lugar al exilio y cautiverio de los hebreos
en Babilonia.
Con
el retorno del cautiverio y el liderazgo de Zorobabel se hicieron los
arreglos necesarios para reorganizar el Reino de Judá y reconstruir
el Templo, desaparecido hacía ya siete décadas (Esdras 2). Primero
se levantó y dedicó el altar de Dios en el punto exacto donde se
encontraba su predecesor. Luego se limpiaron los escombros
carbonizados en lo que había sido el sitio de Primer Templo.
Finalmente, en el segundo mes del segundo año (535 a.C.), y ante la
emoción y el júbilo del público allí congregado (Libro de los
Salmos 116-118), se pusieron los cimientos del Segundo Templo.
Los
samaritanos buscaban frustrar el propósito de construir el Templo y
enviaron mensajeros a Ecbatana y Susa, lo que ocasionó que los
trabajos de reconstrucción fueran retardados y eventualmente
suspendidos. Siete años después de este episodio, Ciro el Grande,
quien había permitido y ordenado la reconstrucción del Templo,
murió y fue sucedido por su hijo Cambises, luego Esmerdis ocupó el
trono por ocho meses. Por último ascendió Darío I (521 a.C.) y, en
el segundo año de su reinado, se retomaron los trabajos de
reconstrucción del Templo hasta su finalización.
Se
desarrolló a partir del estímulo, los consejos y las premoniciones
de los profetas Hageo y Zacarías. En la primavera de 516 a.C.,
veinte años después del retorno desde el cautiverio en Mesopotamia,
el Templo estaba listo para su consagración. Según el Libro de
Esdras (6:15), el Templo fue terminado por completo el tercer día
del mes de Adar, en el sexto año del reinado de Darío I.
En
el año 19 a.C., el rey Herodes el Grande comenzó una masiva
renovación y expansión del Templo. Fue prácticamente demolido y se
construyó uno nuevo en su lugar. La nueva estructura es referida
algunas veces como el Templo de Herodes, pero generalmente se lo
siguió llamando Segundo Templo. Los rituales de sacrificios fueron
retomados en él. La superficie ocupada por el nuevo edificio ocupaba
una explanada de 500 metros de largo por 300 metros de ancho.
El
25 de Septiembre de 2007, el arqueólogo Yuval Baruch, junto con la
Autoridad de Antigüedades de Israel, anunciaron el descubrimiento de
una de las canteras que proporcionaron a Herodes las piedras para el
Templo. En esa cantera fueron encontradas monedas, piezas de
alfarería y postes de hierro, datados hacia 19 a.C.. Otro
arqueólogo, Ehud Nesher, confirmó que los contornos largos de las
rocas evidencian que se trató de un proyecto público masivo en el
que probablemente trabajaron cientos de esclavos.
En
el Segundo Templo ya no estaban el Arca de la Alianza, las Tablas de
la Ley y la medida de maná, los Urim y el Thumim, la serpiente de
bronce (destruida por Ezequías ya en el Primer Templo) y la vara de
Aarón. Estos objetos sagrados desaparecieron después de la
destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor.
Al
igual que en el Tabernáculo, el Kodesh Hakodashim (Santo de los
Santos) estaba separado por cortinas, había una sola Menorah en el
Hejal, además de una mesa para los panes de la preposición y un
altar de los inciensos; se conservaban también vasijas de oro que
pertenecieron al Templo de Salomón y, aunque habían sido llevadas a
Babilonia, fueron luego devueltas al Templo por Ciro.
El
Segundo Templo se diferenciaba de su predecesor porque presentaba
árboles en su patio y poseía además un área reservada para los
gentiles.
En
el 66 d.C., la población judía se rebeló en contra del Imperio
romano. Cuatro años después, las legiones romanas bajo las órdenes
de Tito reconquistaron y luego destruyeron la mayor parte de
Jerusalén y el Segundo Templo. El arco de Tito, levantado en Roma
para conmemorar la victoria en Judea representa los soldados romanos
llevándose la Menorah del Templo.
En
135 d.C., Jerusalén fue arrasada de nuevo por el Emperador Adriano.
Lo
único que ha quedado son restos del muro de la explanada. De todas
formas sigue siendo desde entonces el sitio de referencia más
sagrado para el judaísmo. Según la teología judía, con el
advenimiento del Mesías el Templo será restaurado, se tratará del
Tercer Templo de Jerusalén. Para tal propósito en Israel se han
delineado planos detallados e incluso elaborado una gran Menorah.
ResponderEliminarExcelente articulo muy fiel a los hechos biblicos, gracias !!
Interesantísima la historia del Templo de Jerusalén. Tengo entendido que las actuales murallas de la ciudad vieja de Jerusalén fueron construidas durante la dominación otomana, por orden de Suleyman El Magnífico y que por el año 1541 ordenó cerrar la Puerta Dorada, para impedir el retorno del Mesías (Ez 44, 1-2).
ResponderEliminar