Las Rutas de la Seda (en amarillo) y la Ruta de las Especias (en azul) fueron una compleja red comercial que dio la oportunidad de intercambiar bienes y cultura.
El
eje Roma-Changan marcaba el principio y el final de una gran cadena
de intercambios, cuyos eslabones enlazaban a territorios que hoy
corresponden a Turquía con Siria, a Irak con Persia, al Cáucaso con
las fronteras de la India y China; y cuyos centros comerciales, en
los que se realizaban las últimas y las primeras transacciones,
dependiendo si se avanzaba hacia Changan o hacia el Caspio, eran las
ciudades próximas al valle de Fergana (Bukhara, Khiva y Samarkanda)
o las situadas en el inhóspito desierto de Takla-Makan, cuyos oasis
eran bien conocidos por los conductores de las caravanas;
especialmente los de las ciudades de Tashkurgán, Kashgar, Yarkand y
Jotán en las que, por imperativos del clima, estaban obligadas a
detenerse durante un período de tiempo siempre incierto hasta
alcanzar el límite oeste de la verdadera China de entonces: la
Puerta de Loulan.
Con
el apogeo del Islam bajo la Dinastía Omeya (661-750), que quería
controlar las más importantes líneas comerciales a China, tomó la
mitad occidental de la Ruta de la Seda, y esta se vio interrumpida,
ahogando el comercio de otras naciones con precios elevados y altas
tasas. Este fue el principio del fin.
El
aspecto más importante del entramado comercial de esta ruta, era el
papel de intermediarios que ejercían los comerciantes islámicos,
que conscientes de los beneficios económicos que dejaba este
trasiego comercial, no permitieron la entrada de comerciantes
europeos o asiáticos en la ruta, convirtiéndose en los elementos
que hacían funcionar el sistema. Las caravanas procedentes de Siria
y Mesopotamia cruzaban todo el continente asiático para adquirir a
bajo precio los productos que después venderían a precios
desorbitados a los comerciantes o intermediarios europeos. Para ello,
las caravanas hacían uso de una red de albergues llamados
caravansarays para pernoctar, protegerse y proveerse.
La
pimienta, originaria de la India, se extendió por Indonesia y
Malasia en torno al año 600 a.C. Los chinos la distribuían por las
rutas de la seda, siglos después fue traída a Europa por el
comerciante griego Eudoxo de Cícico, que embarcó en una expedición
al continente asiático y trajo piedras preciosas, azafrán, clavo,
jengibre y pimienta, iniciándose así su comercialización.
Los
romanos mantuvieron su uso culinario y afrodisíaco exportándolo
inicialmente a Egipto, Norte de África para posteriormente llevarlo
a los territorios de Iberia. A partir de este momento la pimienta fue
considerada la especia más valiosa por su gran resistencia ya que
podía almacenarse muchos años sin sufrir deterioro. Su comercio
estaba controlado por Genoveses y Venecianos, que la importaban por
vía marítima desde las Indias Orientales para posteriormente
distribuirla por todo el Mediterráneo.
Tras
la caída de Constantinopla en manos turcas, en 1.453, se paraliza
casi todo el comercio de las codiciadas especias, especialmente el de
la pimienta, por lo que numerosos navegantes del siglo XV salen al
mar con el fin de trazar nuevas rutas, como la ruta africana abierta
por el portugués Vasco de Gama o el intento de Cristóbal Colón que
culmina con el descubrimiento de América.
En
España en los inicios de la Edad Media empezó a utilizarse la
pimienta como medio de pago de deudas, impuestos o rentas, e incluso
podía entregarse como dote para las hijas de nobles y comerciantes.
La
pimienta era el producto de mayor importación en Europa, llegando a
consumirse del orden de 3 millones de kilos anuales, que se empleaban
tanto en cocina como en aplicaciones terapéuticas, la molécula
piperina es un eficaz insecticida y antiparásitos, pero solo las
clases adineradas podían permitirse su consumo. Algunos
historiadores llegaron a considerar esta especia como uno de los
factores más importantes de desarrollo comercial de la época
preindustrial.
Para
el mundo islámico, la Ruta supuso una excelente fuente de ingresos
que se convirtió en la base de su economía. Para Europa, una
sangría económica irrenunciable (los productos eran
insustituibles). Como respuesta a este hecho, Europa se lanzó a
buscar nuevas rutas marítimas, originando la era de los
descubrimientos.
Una
nueva situación política en China protagonizada por las dinastías
Tang, Song y Yuan desde el siglo VII hasta mediados del siglo XIV, y
una nueva realidad económica y cultural en Occidente hicieron
posible el restablecimiento de nuevas relaciones entre los dos mundos
gracias a que, junto a las mercancías, empezaron a intercambiarse
también las ideas, los conocimientos artísticos, los idiomas y las
religiones. Desde entonces, las Rutas de la Seda dejaron de ser
caminos exclusivos de los comerciantes y de los militares, y
empezaron a ser transitados cada vez con más frecuencia por
intelectuales y por monjes de las principales religiones del mundo,
que supieron también, como si fueran ávidos comerciantes del
espíritu, intercambiarse entre ellos las enseñanzas de Buda,
Confucio, Jesucristo y Mahoma.
Continuará...
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