En Cataluña, el nacionalismo
juega un discurso horizontal: enfrentamiento entre nación española y nación
catalana. Pero esto no es así, Cataluña nunca hubiera surgido si previamente no
hubiera habido un sustrato común peninsular, cultural y religioso, que es la Hispanidad.
Se da ya en el
Reino visigodo. Los historiadores catalanistas le quitan importancia a la época
visigoda porque ellos buscan el fundamento histórico en un sustrato
exclusivamente catalán. Por ejemplo, el historiador nacionalista Soldevila, en
su Història
de Catalunya -reeditada en catalán durante el franquismo- evita dar importancia
al periodo visigodo y el capitulo dedicado a ellos lo titula “El ensayo
visigodo”, dando a entender que nunca se logró una verdadera unidad peninsular.
Así puede justificar que no existió un componente identitario común entre la España de la Reconquista y la España visigoda. Deja así
una laguna espacio-temporal en la que puede encajar la aparición de la “nación
catalana” de la nada.
Había realmente un sustrato común en toda la península, iniciado desde
la romanización, cristianización y reino visigodo: lengua común -el latín-,
catolicismo, derecho… Y sólo desde ese sustrato previo y común llamado
Hispania, se puede explicar el posterior surgimiento de Cataluña durante la Edad Media. Ese
sustrato común permite que tras la invasión musulmana florezcan diferentes
formas de Hispanidad, entre ellas la Catalanidad.
En la Edad Media surge un
nuevo concepto: el de “Las Españas”. Pasamos de la Hispania romana y
visigoda a Las Españas, coincidiendo con la aparición de diferentes reinos
peninsulares durante la
Reconquista (Reino Astur, Aragón, Navarra, etc.) y en todas
la crónicas aparece la denominación de Las Españas, la cual significa que hay
una pluralidad, una riqueza, que tiene algo común: la Hispanidad.
El nacimiento
del nacionalismo coincide también con la pérdida de las colonias de ultramar en
1898. Es una crisis de Estado, política de alto nivel, pero también es la
crisis de un concepto liberal de España. Ante ello, el catalanismo
originalmente fue una reacción hispánica: un deseo de regenerar España desde
Cataluña. Pero cometieron un gran error: actuar desde los principios del
liberalismo. Hablaban del Estado-Nación en un sentido liberal. En definitiva,
el nacionalismo no tiene fuerza por sí mismo, sino por la debilidad del
contrario.
El nacionalismo
es un fraude en la medida en que no quiere entrar en una discusión histórica
profunda, construyendo en su lugar un imaginario que cobra vida gracias a un
impulso sentimental. El origen de ese impulso lo encontramos en el Romanticismo
del siglo XIX, originario de Alemania y Reino Unido, que tergiversa la historia,
inventa un origen mitológico de los pueblos, etc. y en ese sentido es un
fraude. El nacionalismo no se corresponde con la realidad histórica pero
tampoco quiere corresponderse con ella.
Las alucinaciones colectivas se
producen en la historia cuando se mueven determinadas piezas o elementos
sociales: Se dieron durante el nazismo (cuando la inmensa mayoría de alemanes
pensaban que eran una raza superior), o en los estados soviéticos, o durante la
unificación italiana (los lombardos del norte se creían que representaban a
toda Italia), o durante la Revolución Francesa (cuando enloquecieron,
creyendo que lo más normal del mundo era guillotinar a miles y miles de
personas).
En Cataluña, el
nacionalismo juega con los imaginarios colectivos y los sentimientos, gracias
al control ejercido sobre los medios de comunicación de masas (ya sea control
directo en los públicos o control vía subvenciones en los privados) y sobre el
sistema educativo. Todo ello provoca esta alucinación colectiva, pérdida del
sentido de la realidad. Muchos quieren la independencia, pero no saben sus
consecuencias reales, ni siquiera se lo plantean.
Extracto
de la entrevista con Javier Barraycoa que ha publicado un libro sobre el nacionalismo catalán
titulado “Cataluña
Hispana”.
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