20/2/20

Reyes de Aragón (II)


Los dragones aparecen con fuerza en leyendas aragonesas. Historias de fieras bestias que aterrorizan a poblaciones enteras y que deben ser combatidas por héroes o con artimañas propias de la sabiduría popular. El dragón hace el papel de antagonista en historias con claro trasfondo religioso, muy del estilo de la gran hazaña de San Jorge (patrón de Aragón) frente al dragón que acosaba a la ciudad libia de Silene.

De hecho, San Jorge no es el único que luchó contra dragones, en muchos altares aragoneses encontramos también las figuras de San Miguel arcángel, o en algún caso a Santiago, en lucha contra una de esas criaturas.
Además de las historias sagradas, los dragones podrían haber tenido presencia real en Aragón, al menos así lo cuentan las leyendas tradicionales.
El mismo Rey Pedro III descubrió un dragón en la cima del monte Canigó, en los Pirineos. Sólo él se atrevió a subir a una cumbre oculta entre rayos y truenos. Allí encontró un ibón y al arrojar una piedra al agua, surgió del fondo un enorme dragón volador que dio vueltas por encima del monarca.

También conocemos la historia del Dragón de Siresa, cuenta que en un monte cercano a ese núcleo oscense un pastor vigilaba a sus ovejas cuando éstas se mostraron de repente inquietas y empezaron a dar saltos y a silbar, entre ellas apareció un dragón, y el pastor y su perro corrieron hacia el Monasterio de San Pedro, buscando cobijo en lo sagrado. Detrás de ellos oían los bufidos del dragón, cada vez más cerca. Pero pastor y perro consiguieron entrar en el monasterio y el dragón, sabiendo que no podía seguirles adentro, se enfadó tanto que golpeó con su cola la pared, marcando la piedra con una huella que aún hoy puede verse como testimonio de su paso.

También como testimonio de una batalla contra un dragón ha quedado la Baronía de Escriche, un núcleo de catorce masadas que pertenecen al municipio turolense de Corbalán. Cuentan de un caballero que fue nombrado barón por su valentía y destreza cuando dió muerte a un furioso dragón que aterrorizaba toda la zona. Una vez libre de la amenaza, el rey consiguió repoblar la zona y le dio a este guerrero todas las tierras por las que podía pasar con su caballo en un día.

Es curiosa, posiblemente única, la historia del dragón de la localidad turolense de Bronchales. Dicen que no era especialmente cruel, porque no mataba, pero sí era dueño de una glotonería muy molesta. Su arma eran sus ojos, con los que conseguía embrujar a los que le miraban. Sus víctimas eran los pastores, a los que en lugar de comer el rebaño les robaba las meriendas, o las mujeres recién paridas, de quiénes deseaba la leche maternal que robaba directamente de sus pechos. Cuentan que hartos de aquellos robos, los de Bronchales rodearon su cueva con leña y le prendieron fuego. Nadie sabe que pasó con el dragón, porque nunca más se supo de él.
Curiosamente las cualidades del dragón de Bronchales se asemejan mucho a las que la cultura popular aragonesa le ha atribuido a las serpientes. Al fin y al cabo, a ambos animales se les trata como primos hermanos o como fruto de una evolución natural.
Incluso se habla de una especie de dragones con forma de serpiente que tenían poderes hipnóticos. Así es, por ejemplo, el dragón que se esconde en la mítica Peña Oroel. Hechizaba con su mirada a sus víctimas y ellas le seguían hasta su cueva, donde eran devoradas. Las antiguas crónicas sitúan la gruta en una pared rocosa hasta la que llegó un soldado que había cambiado su condena a muerte por la oportunidad de matar a la bestia. Y aseguran que lo hizo gracias a un espejo en el que la bestia fue sorprendida al mirarse a sí misma.

Las leyendas también aseguran que en la Raja Os Moros, una sima en la cercanía del pueblo deshabitado de Escartín, habitan innumerables dragones con forma de grandes serpientes que, dicen, son malos espíritus.
Respecto a medidas contra estos animales, la cultura popular aragonesa señala que el gallo tenía suficiente poder como para contrarrestar sus poderes mágicos. Pero, además, los tréboles de cuatro hojas, las rogativas y amuletos varios, contribuían al afán del hombre por atraer la suerte y alejar a esos monstruos horribles que también han dejado su huella en Aragón y que ahora ya no se ven, pero se siguen nombrando, casi siempre para referirse a las salamanquesas que trepan por las paredes en verano.

El dragón sigue, de hecho, tan presente en un nuestro universo colectivo que incluso hubo quien quiso convertirlo en el animal que representa a los aragoneses. Se creó un diseño y se distribuyeron miles de pegatinas para pegar en la parte trasera de los coches, como una identificación que muchos aceptaron.


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