De las siete subrazas que son necesarias para completar la historia de una gran raza raíz, sólo cinco han existido hasta ahora. Nuestra propia subraza teutónica, que es la quinta, ha producido ya muchas naciones, pero aún no ha terminado su carrera; mientras que las subrazas sexta y séptima que han de desarrollarse en los continentes Norte y Sur de América, habrán de dar miles de años a la historia.
La exposición del progreso del mundo durante el período de la Cuarta raza o raza Atlante, abraza la historia de muchas naciones, y registra el nacimiento y ruina de numerosas civilizaciones, además durante el desarrollo de esta raza, hubo catástrofes como no las ha experimentado todavía nuestra quinta raza, en que perecieron poblaciones y territorios enteros.
Los nombres de las subrazas Atlantes son:
Rmoahal; Tlavatli; Tolteca; Turania primitiva; Semita originaria; Akadia y Mongola.
Es necesario explicar por que hemos elegido estos nombres. Cuando los etnólogos modernos han descubierto huellas de una de estas subrazas, o siquiera identificado una pequeña parte de alguna, empleamos el nombre que le han dado para mayor sencillez; pero como apenas hay de las dos primeras subrazas, huella de que la ciencia pueda apoderarse, las designamos con los mismos nombres que usaron.
La raza Rmoahal nació hace más de cuatro a cinco millones de años, período en el cual existían aún extensas porciones del gran continente meridional de Lemuria, mientras que la Atlántida no había adquirido las proporciones que alcanzó. En un promontorio de esta tierra de Lemuria surgió la raza Rmoahal. Aproximadamente puede colocarse este punto en el 7.0 de latitud Norte y el 5.0 de longitud Oeste, que en los Atlas modernos viene a caer en la costa de los Ashantis. Era aquel un país cálido y húmedo, y allí vivían, en pantanosos cañaverales y en bosques sombríos, enormes animales antidiluvianos. Los restos fósiles de aquellas plantas se encuentran hoy en los yacimientos hulleros.
Los rmoahales eran una raza oscura de color de caoba. Su talla en los primitivos tiempos, era de 10 a 12 pies, talla de verdaderos gigantes; pero con el tiempo disminuyó gradualmente, como sucedió a todas las demás razas a su vez, y por último, quedó reducida a la estatura del hombre de Furfooz. Últimamente, emigraron a las costas meridionales de la Atlántida, donde sostuvieron continuas guerras con las subrazas sexta y séptima de los lemures que habitaban aquel país. Una gran parte de estas tribus, recorriendo el continente, paró en el Norte, mientras que las restantes se establecieron al Mediodía, mezclándose con los aborígenes lemures. Resultó de esto, que no había ya pureza de sangre en las comarcas del Sur, y al transcurrir el tiempo los conquistadores toltecas sacaron sus esclavos de estas razas oscuras que habitaban las provincias ecuatoriales y el extremo meridional del continente.
La parte de la raza Rmoahal que se conservó pura, entró en las penínsulas al Nordeste, próximas a Islandia, donde habitaron por generaciones adquiriendo gradualmente un color más claro constituyendo un pueblo de relativa belleza. Sus descendientes vinieron a ser, con el tiempo, súbditos de los reyes semitas. Aunque habitaron en el Norte por generaciones, esto no implica que su permanencia allí no sufriese interrupciones; pues la fuerza de las circunstancias les empujó a veces hacia el Sur.
Aunque el frío de las épocas glaciales influyó también como es natural, sobre las demás razas, viene bien que digamos aquí las pocas palabras que hemos de dedicar a este asunto. Sin entrar en la cuestión de los diversos movimientos de la tierra, ni en los varios grados de excentricidad de su órbita, en cuya combinación se ha creído ver a veces la causa de los períodos glaciales, es un hecho por cierto ya reconocido por algunos astrónomos, que cada 30.000 años sobreviene una época glacial de las menores. Además de éstas, hubo dos ocasiones en la historia de la Atlántida, en que el cinturón de hielo no asoló únicamente las regiones del Norte, sino que invadiendo la mayor parte del continente, forzó a todos los seres vivos a emigrar hacia las tierras ecuatoriales. La primera vez ocurrió en los días de los rmoahales, hace tres millones de años, y la segunda durante el predominio de los toltecas, 850.000 años antes de nuestras edades.
Por lo que hace a los períodos glaciales, debe consignarse que aunque los habitantes de las comarcas del Norte se veían obligados a trasladarse durante el invierno muy al Mediodía del cinturón del hielo, había, sin embargo, grandes territorios, a los cuales podían volver en el verano, y donde acampaban para cazar hasta que el frío del invierno les echaba de nuevo hacia el Sur.
La raza Tlavatli o segunda subraza, tuvieron origen en una isla situada a corta distancia de la costa occidental de la Atlántida. De allí se extendieron a la Atlántida, ocupando las regiones centrales, y gradualmente subieron al Norte, hacia las costas que caían frente a la Groenlandia. Físicamente, eran una raza vigorosa y dura, de color rojo oscuro, pero no tan altos como los Rmoahales, a quienes empujaron más aún hacia el Norte. Fueron siempre un pueblo aficionado a la vida de las montañas, y su principal asiento estuvo en las comarcas montañosas del interior llegando a la isla de Poseidón, también poblaron las costas septentrionales, y con el tiempo, mezclados con sangre tolteca, habitaron las islas occidentales que en su día formaron parte del continente americano.
La raza Tolteca, o tercera subraza representó un gran desarrollo en el tipo humano. Imperó sobre todo el continente de la Atlántida por miles de años, con gran poderío y gloria y tan dominante y bien dotada de vitalidad fue esta raza, que sus mezclas con las siguientes subrazas no pudieron modificar el tipo, que permaneció siempre esencialmente tolteca; cientos y miles de años más tarde encontramos una de sus más remotas ramificaciones, gobernando de un modo grandioso en México y Perú, muchos siglos antes de que sus degenerados descendientes fuesen conquistados por las feroces tribus aztecas, procedentes del Norte. El color de esta raza era también rojo oscuro, pero era aún más roja o más cobriza que los tlavatlis. Tenían también talla de gigantes, midiendo por término medio ocho pies de altura en el período de su supremacía, pero menguaron como todas las razas hasta llegar a la estatura corriente. Su tipo fue un adelanto sobre el de las subrazas anteriores; sus facciones eran rectas y acentuadas, no muy distintas de las de los antiguos griegos.
La cuna de esta raza caía cerca de la costa occidental de la Atlántida, a los 30° de latitud Norte aproximadamente, y por solo toltecas fue poblada la totalidad de los países circunvecinos que abrazaban toda la extensión de las costas del Poniente. Pero su organización política, su territorio se extendió en determinados períodos a través del continente, y desde su gran capital, fundada en las costas orientales, ejercieron los emperadores toltecas su dominio casi tlniversal.
Se designa a estas tres primeras subrazas con el nombre de «razas rojas», y entre ellas y las cuatro siguientes no hubo al principio mucha mezcla de sangre. Las últimas, aunque muy diferentes entre sí, han sido llamadas «amarillas», color que más propiamente caracteriza a las Turania y Mongola, pues la Semita y Acadia eran relativamente blancas.
La raza Turania, subraza cuarta, tuvo su origen en la banda oriental del continente, y al Sur del país montañoso habitado por el pueblo tlavatli. Los turianos fueron colonizadores desde sus primeros tiempos, y emigraron en gran número a las tierras que se extendían al Este de la Atlántida. Nunca fue ésta una raza dominadora en su propio continente, aunque algunas de sus tribus y familias llegaron a ser muy poderosas. Las grandes regiones centrales del continente, situadas al Oeste y al Mediodía del país montañoso de los tlavatlis, fueron su morada propia, aunque no exclusiva, pues compartieron estas tierras con los toltecas.
Los Semitas primitivos, o quinta subraza, los etnólogos se han visto algo confusos, cosa muy natural si se considera lo insuficiente de los datos que han podido obtener. Esta subraza apareció en los territorios montañosos que formaban la más meridional de las dos penínsulas situadas al Norte del continente, la cual está hoy representada por Escocia, Irlanda y algunos mares que las rodean. En esta ingrata porción del gran continente creció y floreció la raza durante siglos, sosteniendo su independencia contra los ataques de los Reyes del Sur, hasta que a su vez le llegó el tiempo de extenderse y colonizar. Debe tenerse en cuenta que en la época en que los semitas llegaron a ser poderosos, habían pasado cientos de miles de años desde su aparición. Eran turbulentos y mal avenidos, siempre en guerra con sus vecinos y en particular con el poder, entonces creciente de los acadios.
Los Acadios que formaron la subraza sexta, nació después de la gran catástrofe de hace 800.000 años, en la tierra que estaba al Este de la Atlántida, hacia el punto medio de la gran península, cuya extremidad Sudoeste se extendía hasta casi tocar aquel continente. El lugar referido puede colocarse aproximadamente en el grado 42 de latitud Norte y el 10º de longitud Este.
No se contuvieron los acadios por mucho tiempo dentro del territorio en que habían nacido, sino que invadieron el entonces ya disminuido continente de la Atlántida. Riñeron con los semitas muchas batallas por mar y tierra, y por ambas partes se emplearon escuadras numerosas.
Finalmente, hará cosa de 100.000 años, vencieron por completo a los semitas, y desde entonces una dinastía acadia, establecida en la antigua capital semita, gobernó el país sabiamente por muchos cientos de años. Era un pueblo comercial, colonizador y marinero, y así estableció muchos centros mercantiles en países lejanos.
Los Mongoles, o séptima subraza, parece que fueron los únicos que no tuvieron contacto alguno con el continente atlante. Nacidos en las llanuras de la Tartaria, en las cercanías de los 63° de latitud Norte y 140° de longitud Este, fueron retoño directo de descendientes de la raza turania a quienes gradualmente reemplazaron en la mayor parte del Asia. Esta subraza se multiplicó en exceso, la mayor parte de los habitantes del globo pertenecen a ella etnográficamente, si bien muchas de sus divisiones se hallan matizadas por tan vario modo con sangre de otras razas anteriores que apenas si pueden distinguirse de ellas.
Extracto: “Historia de los Atlantes” W. Scott Elliot.
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