El
invierno de 1956 transcurría de un modo muy similar al de 2015-2016
con un tiempo primaveral. Cuentan las informaciones de la época, que
el mes de diciembre se podía salir a la calle en mangas de camisa.
El mes de enero comenzó de la misma manera y nada hacía pensar que
en febrero la situación iba a cambiar de forma tan radical, la ola
de frío registró -32ºC en España.
En
Europa se contabilizaron 1.000 víctimas mortales. Entre el 4 y el 17 de febrero cuando la ola
de frío alcanzó su punto más álgido 650 personas fallecieron. Desde entonces, no ha vuelto
a registrarse un episodio similar ni por su alcance ni por su
intensidad en un invierno europeo.
Tan
impresionante fue el giro de aquel invierno que se alcanzaron muchos
de los registros mínimos absolutos de los últimos tiempos, marcas
que no han vuelto a igualarse o superarse.
En
realidad podríamos hablar de tres
olas de frío consecutivas o de una gran ola de frío
en tres episodios que dejaron la Península Ibérica y Baleares
congeladas, quedándose al margen tan solo las Islas Canarias.
Asimismo, desde el punto de vista informativo, la Meteorología pasó
a las portadas de la prensa por lo inusitado y generalizado de la ola
de frío de febrero de 1956.
En
apenas 24 ó 48 horas, la primera bolsa de aire glacial se extendió
rápidamente por toda la Península entre los días 1 y 2 de febrero.
Procedente de Siberia alcanzó los
-15ºC a 1.500 metros
de altitud lo que nos permite hacernos una idea del tremendo desplome
de las temperaturas. Los termómetros cayeron en picado en toda la
Península, pero
en las cumbres de los Pirineos se rozaron valores de entre -40ºC y
-50ºC.
Oficialmente,
la mínima histórica se marcó en aquellos días. Son los -32ºC del
lago Estany Gento (Lleida). Barcelona descendió hasta los -6’7ºC;
en Castellón la mínima cayó a -7’6ºC y en Alicante a -4’6ºC.
Madrid registró su temperatura mínima más baja con -9’1ºC y
Pamplona marcó -15,2ºC. Los valores bajo cero se extendieron por
todo el país, también por buena parte del resto
de Europa
con -11ºC en París o -20ºC en Turín.
Lejos
de ser un episodio anecdótico de aquel invierno, la ola de frío dio
un respiro en torno al 6 de febrero. Sin embargo, durante estos días
las heladas no desaparecieron, simplemente fueron más débiles y no
tan severas como jornadas anteriores. En torno al 10 de febrero, una
nueva bolsa de aire frío siberiano volvió a invadir la Península
y las temperaturas se desplomaron por segunda vez en aquel mes.
Las
nevadas cobraron protagonismo en la
tercera invasión de aire frío,
que pondría el colofón a un mes extraordinariamente gélido. En
torno al día 17 y hasta el 21, la Península nuevamente se vio
envuelta en otra masa de aire muy frío, pero los vientos ya no
procedían directamente de Siberia sino de latitudes árticas y en
consecuencia, con mayor aporte de humedad, por lo que si bien las
temperaturas no llegaron a ser tan bajas como a principios de
febrero, la nieve cayó de forma más generalizada.
A
ello hay que sumar, posteriormente, las mínimas bajo cero que
siguieron registrándose durante los últimos días de febrero y el
mes de marzo. La nieve acumulada y los cielos despejados favorecieron
que las temperaturas siguieran desplomándose y en algunos
observatorios permaneció
la nieve congelada hasta bien entrado el mes de mayo.
Ni
que decir tiene que esta
ola de frío
tuvo un coste económico muy elevado en pérdidas, especialmente en
la agricultura por la muerte masiva de olivos, naranjos y otros
cultivos del sur y del Mediterráneo, que sucumbieron a un
frío solo comparable al invierno más frío
(documentado) de la historia en España.
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