El
ónfalo representa el Huevo Cósmico, del que nace Ofión según la
cosmología órfica.
El carácter iniciático del viaje al Oráculo, quedaba remarcado por el hecho de que los viajeros se dirigían al lugar donde se hallaba el onphalo, el “ombligo del mundo”.
Una
vez llegados a las puertas del santuario, lo primero que veían los
peregrinos era el recinto sagrado de Marmaria, donde se encontraba el
templo de Atenea, del que hoy apenas quedan unas ruinas, entre las
que destacan las hermosas columnas del tholos o templo circular.
Después se accedía a la fuente Castalia, con cuyas aguas era
preciso purificarse antes de consultar al oráculo, cosa que hacían
no sólo los fieles, sino también los sacerdotes y la propia Pitia.
Tras
la limpieza ritual se accedía al santuario propiamente dicho, y se
recorría la vía pítica, salpicada por los distintos tesoros de
Delfos, ofrecidos por atenienses, sifnio o sicionios en honor a
Apolo. A continuación, y como paso previo a la consulta, se procedía
al sacrificio de un cordero. Éste era rociado con agua fría, y si
temblaba de pies a cabeza se interpretaba que el dios accedía al
sacrificio. El momento cumbre del proceso, la consulta al oráculo,
tenía lugar en el interior del templo de Apolo, el lugar más
sagrado e imponente del santuario, del que hoy sólo quedan ruinas.
En
su interior, en un misterioso recinto denominado ádyton –del que
apenas se poseen datos–, se refugiaba la Pitia para entrar en
trance y hablar en nombre del dios. En aquel recinto, auténtico
sancta sanctorum del templo, se custodiaban hojas de laurel, la
piedra sagrada u onphalos que marcaba el centro del mundo, y el
trípode o trono sobre el que se sentaba la sacerdotisa para realizar
el vaticinio.
Aunque
el consultante accedía al ádyton, en ningún momento podía ver a
la Pitonisa, oculta tras algún tipo de estructura, y tampoco podía
plantear su pregunta directamente, sino que debía plantearla a
través de los sacerdotes o prophetai. A continuación, y de una
forma todavía no aclarada, la sacerdotisa entraba en trance,
recibiendo la “inspiración” de Apolo y recitando unas palabras
apenas inteligibles que debían ser interpretadas por los sacerdotes.
La respuesta, siempre ambigua, lo que permitía acertar más
fácilmente, era anotada en el libro de los oráculos, y entregada al
consultante.
En
las primeras etapas del santuario, las consultas al oráculo de Apolo
se realizaban siempre el séptimo día del mes de Bysios –cumpleaños
del dios–, pero con el paso del tiempo y el aumento de popularidad,
se ampliaron a todos los días siete de cada mes, con excepción de
los tres meses de invierno. Esta última circunstancia se debía a
que, según el mito, en ese tiempo Apolo abandonaba el santuario, que
quedaba bajo la custodia de Dionisio, cuya tumba estaba supuestamente
en Delfos.
Otro
de los puntos oscuros sobre el santuario se refiere a las propias
adivinas. Entre los pocos detalles que se poseen sobre ellas destaca
el hecho de que fueran generalmente mujeres de unos cincuenta años,
simples campesinas que hasta el momento de ser escogidas para tan
importante papel habían desarrollado una vida normal, incluso
contando con una familia. Sin embargo, todo cambiaba una vez que
resultaba elegida por Apolo para servir de instrumento a sus
profecías. Entonces debía abandonar a esposo e hijos y recluirse
para siempre en una vivienda situada en el interior del santuario.
Los
historiadores han logrado determinar que en el momento de su mayor
apogeo, Delfos contó con tres sacerdotisas que ejercían la labor de
forma simultánea.
Con
el final de las Guerras Médicas llegó también el fin de la
independencia política del santuario, que a partir de entonces pasó
de forma sucesiva a estar controlado por distintas ciudades-estado, y
finalmente de Roma.
Aquel
fue el comienzo de la decadencia de un enclave sagrado que había
atraído durante siglos la atención de reyes y mandatarios, tanto
griegos como extranjeros, que acudían al oráculo en busca de
respuestas a cuestiones trascendentes.
En
el siglo II d.C., con el emperador Adriano en el poder de Roma se
produjo un último intento por revitalizar el oráculo de Delfos.
Pero aquel esfuerzo fue poco más que un espejismo. A finales del
siglo IV otro emperador romano, el cristiano Teodosio, ordenó
clausurar las celebraciones paganas. Terminaban así más de mil años
de esplendor, durante los cuales aquel rincón recóndito e imponente
de Grecia había sido el centro del mundo clásico, inspirando a
fieles, políticos, reyes y emperadores respecto a cuestiones que
cambiaron para siempre el rumbo de la Historia.
En
el año 2.012 se llevaron a cabo los trabajos de limpieza del ónfalo
ateniense hallado en el siglo XIX durante las excavaciones de
Kyriakos Mylonas. Completadas las labores de saneamiento, apareció
una losa de mármol que escondía una abertura, la aparición de esta
piedra motivó una investigación posterior.
El
ónfalo fue levantado de forma segura con la ayuda de una grúa. Lo
que surgió fue
un pozo circular en el que se repetía más de veinte veces la frase ΕΛΘΕ ΜΟΙ Ω ΠΑΙΑΝ ΦΕΡΩΝ ΤΟ ΜΑΝΤΕΙΟΝ
ΑΛΗΘΕC: “Ven a mí, oh Peán, portando el oráculo verdadero”.
Peán es uno de los epítetos que designan a Apolo.
Apolo
Apolo
Este descubrimiento tiene gran importancia ya que por primera vez se ha descubierto un antiguo oráculo que estaba justo en el centro de Atenas, ningún indicio hacía pensar que Atenas hubiera tenido un centro de adivinación.
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