Para interpretar el relato escrito sacerdotal (Gen. 1-2.1) sobre la creación, actualmente se prescinde cada vez más partir de imágenes y nociones mitológicas de las religiones vecinas a Israel.
La
palabra hebrea para indicar el océano primordial, Tehom, está
emparentada con Tiamat, dragón babilónico del Caos; pero tan sólo
es un préstamo lingüístico. No se acepta en la actualidad, como se
supuso durante mucho tiempo, que el autor del relato sacerdotal
empleara imágenes semíticas para aclarar el estado primigenio del
caos.
Los
conceptos expresados son tópicos cosmológicos. La creación es un
producto de la voluntad personal de Dios, no es un reflejo de la
naturaleza divina, Dios crea mediante la palabra.
Esta
concepción está emparentada con creencias mágicas que Israel fue
purificando a lo largo de los siglos, prescindiendo de todo
planteamiento mágico.
El
día es luz primigenia, la noche es la oscuridad caótica. El
firmamento se representa como una masa gigantesca en forma de
campana, concepción que aparece en otros libros bíblicos (Sal 19,
2; Job 37, 18).
Las
aguas que se hallaban bajo la bóveda celeste fueron reunidas, y se
les asignó el mar. Este límite permite la aparición de la tierra
bajo el cielo, que reposa sobre las aguas primordiales. Las aguas del
océano celeste se encuentran sobre el firmamento.
En
muchas mitologías, de Egipto, Sumer y Fenicia, el océano, el mar
primigenio, es origen de la vida.
A
continuación, la palabra creadora de Dios hace aparecer el mundo
vegetal sobre la tierra. De hecho podía haber ideas arcaicas sobre
la madre-tierra en esta concepción.
En
la creación de los astros se documenta un Pathos antimítico. Son
criaturas de la voluntad de Dios. Ellos no crean la luz. El texto
rechaza el poder de los astros de carácter divino. El autor
sacerdotal del relato de la creación rehúsa dar honores divinos a
los astros, cuyo culto penetró en la religión israelita a final de
la monarquía (2 Re 23, 11), en tiempos de la reforma de Josías
(641-609 a.C.).
Los
primeros seres vivos creados son los seres míticos, los monstruos
marinos y, después, los peces y las aves. Sigue la creación de los
animales que viven sobre la tierra. Finalmente creó Dios la
humanidad semejante a él.
La
concepción de que Yahveh forma al hombre de la tierra tiene
paralelos en las mitologías de Mesopotamia y de Egipto.
En
varios mitos antiguos orientales un dios forma a un hombre o a otros
dioses a semejanza suya. En Egipto, el faraón era imagen viviente de
Dios en la tierra. Esta semejanza en la Biblia no excluye el aspecto
corporal, lo espiritual y lo somático, pues todo el hombre ha sido
creado a imagen de Dios. Este texto bíblico, entre las mitologías
antiguas, es el único que habla de la semejanza del hombre con Dios.
El
Salmo 8, afirma que el hombre fue hecho poco menos que los ángeles,
Elohim. Este texto sostiene que Yahveh está rodeado de seres
celestes, de ahí el uso del plural, idea que se afirma en otros
pasajes bíblicos (1 Re 22, 19-20; Job 1; Is 6).
Estos
Elohim son sabios (2 Sm 14, 17-20) y buenos (1 Sm 29,9). En la
semejanza del hombre con Dios se halla una concepción antropomórfica
de Yahveh.
El
hombre fue creado semejante a Dios para dominar la tierra. En los
mitos de la creación de Sumer y de Babilonia el hombre es creado
para trabajar para los dioses.
Dios
creó no solo al hombre, sino también a la mujer. Este relato no se
vincula con mitos, especulaciones gnósticas, divinización del sexo,
o con el ascetismo. En la religión cananea el hombre participaba de
lo divino mediante la prostitución sagrada.
Después
de la creación Yahveh descansó. En la epopeya babilónica de la
creación del mundo, Marduk, que es el dios creador, es glorificado
por los dioses superiores, recitando sus cincuenta nombres.
La
narración bíblica es totalmente diferente en el final del relato.
Con este descanso Dios instituye el sábado. Este relato es único
dentro de las cosmologías orientales. Data de la época del
destierro de Babilonia, pero sus raíces son mucho más antiguas.
Sólo se puede hablar de la dependencia de este relato respecto a
otros mitos de religiones del Oriente en un sentido restringidísimo,
al no describirse lo que es el acto creador, aunque queda un eco del
pensamiento cosmológico del Oriente Antiguo.
En
la narración bíblica no aparece ningún combate entre dos
principios cósmicos primordiales personificados, ni enemistad contra
Dios. El caos no tiene fuerza propia. Ningún texto de Ugarit se
parece nada al relato bíblico. La fe en Yahveh impedía al autor
hablar en tono mitológico de combate de dioses, o divinizar la
naturaleza.
Se
ha eliminado de este relato toda representación dualista de la lucha
entre Dios y los monstruos del caos. Es mítica en dicha narración
la idea de un tiempo primordial, de un origen del mundo, que lo
contiene en todos sus elementos.
La
historia de la creación ha perdido así la posibilidad de insertarse
en el culto. Queda reducida a un suceso pasado. Solo es la base de la
historia posterior. Se ha abandonado la posibilidad de ritualizarla
en el culto como suceso del origen. Es simplemente una historización
del mito.
Un
segundo relato de la creación puede leerse en Génesis 2. Es de tipo
mesopotámico, posiblemente filtrado a través de la religión
cananea.
Fuente:La
mitología entre los hebreos y otros pueblos del Antiguo Oriente- José María Blázquez Martínez.
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