La
mujer serpiente Cihuacóatl
Lejos
de los razonamientos científicos que las personas de hoy exigimos
ante cualquier planteamiento, las leyendas son ventanas que nos
explican hechos o sucesos de forma fantástica.
Las
leyendas prehispánicas se conservaron gracias a la tradición oral,
luego se plasmaron en códices y más tarde en libros con la llegada
de los españoles. La más famosa es aquella que se refiere a la
mujer serpiente Cihuacóatl o La Llorona.
Cihuacóatl
fue una mujer que perdió a su esposo en una batalla, aunque existen
algunas otras versiones. Pero en general se dice que la Llorona
enloqueció y de dolor mató a sus hijos en el lago. Aunque pensaba
suicidarse, los pobladores la detuvieron para juzgarla, torturarla y
sacrificarla por su crimen.
Cuando
llegó al Mictlan, el infierno, los dioses la condenaron para que
permaneciera como un ente, entre la vida y la muerte, su castigo fue
estar penando y lamentándose indefinidamente por haber matado a sus
hijos.
Siempre
se aparece en el mismo sitio donde había realizado su crimen. En
este lugar aterrorizaba a los pobladores, los hacía naufragar y
después los mataba. Otras versiones dicen que cada noche salía para
lamentarse, llorando y dando gritos: “¡Hijitos míos, pues ya
tenemos que irnos lejos!” o “Hijitos míos ¿A dónde os
llevaré?”.
El
cronista Sahagún dice que este ser llevaba una cuna y la dejaba en
el mercado, la cuna estaba vacía salvo por un cuchillo de pedernal,
como los que se usaban para los sacrificios. Irónicamente las madres
cuyos hijos eran sacrificados para calmar a la Cihuacóatl iban
gritando por las calles “¡Ay mis hijos! ¡Dónde están mis
hijos!”. Cuando el lago se secó la mujer vestida de blanco siguió
apareciéndose con su espeluznante lamento.
Fray
Bernardidno de Sahagún, en el primer sueño de la noche junto a los
mexicas, escuchó un ruido de alguien cortando madera que lo llamaban
Youaltepuztli. Al dirigirse al lugar de donde provenían los sonidos
se daban cuenta que no había nadie talando así que los pobladores
le presentaban ofrendas al ente, con tal de superar su miedo inicial
y perseguir a esta forma de bulto hasta alcanzarla y agarrarla.
Después debían esperar a otro ente que tenía forma de hombre sin
cabeza, que tenía el pescuezo cortado como un tronco y el pecho
abierto, en ambos lados había puertas que se abrían y se cerraban
en el centro donde reposaba el corazón. Y si todavía el captor
tenía ánimos para contemplar esta visión debía arrancarle el
corazón y negociar con el fantasma algún favor, petición o
riqueza.
En el Escudo Mexicano la serpiente es devorada por el Águila.
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