El
matrimonio homosexual proviene de la ideología de género instaurada
en el último tercio del siglo XIX por las universidades
norteamericanas bajo el nombre de “gender”, e importada a Europa
por las altas instancias de la UE, cuyas directivas se inspiran en
esa ideología.
En
su base, la ideología de género se presenta como una antropología
revolucionaria que niega la alteridad sexual. Al sacar las
consecuencias de las conquistas del feminismo que han abierto a las
mujeres unas posibilidades de promoción reservadas hasta entonces a
los hombres, Judith Butler y sus partidarios deducen la identidad
entre hombres y mujeres, pretendiendo que los sexos son simples
“construcciones sociales” que no tienen más fin que el de
justificar el dominio de los machos. La noción de igualdad en
derechos que inspiraba el feminismo tradicional es aquí subliminado
en reivindicación de similitud, bajo pretexto que la diferencia de
los sexos ha servido por demasiado tiempo de argumento para
justificar la discriminación y la servidumbre de las mujeres.
Las
neo-feministas radicales sostienen que cualquiera puede inventarse a
sí mismo como hombre o mujer según el papel o la orientación
sexual de su elección, fuera de todo determinismo físico. Según
Monica Wittig: “Se trata de destruir el sexo para acceder al
estatus de hombre universal”. Así deberíamos rechazar el término
de sexo para reemplazarlo por el de género, más neutro, que designa
el hombre nuevo de un orden nuevo.
Al
contrario que las ideologías que han oscurecido el siglo XX, el
“gender” no invoca a la ciencia, los recientes descubrimientos a
los cromosomas XX femeninos y XY masculinos, las hormonas masculinas
y femeninas, o el fenotipo que determina los órganos de la
reproducción no aportarían más que un desmentido a sus postulados.
La ideología de la desexualización del ser humano proviene de un
planteamiento puramente filosófico emparentado con la escuela de la
deconstrucción popularizada por Derrida y Michel Foucaud.
Esos
pensadores especulaban sobre una realidad social fluida, sujeta a una
perpetua contestación, ya que es sospechosa de compromiso con el
poder, que sería maléfico por definición. De tal manera, la famila
patriarcal, teóricamente concebida por San Pablo como un hogar de
amor en una perspectiva cristiana, se ve contestada como la matriz de
todas las opresiones, el poder del marido prefiguraría el del
patrón. La lucha de los sexos sería el preludio de la lucha de
clases: es la tesis formula por Engels en 1884.
Al
atacar a la familia, como todos los totalitarismos que la han
precedido, la ideología de género toma necesariamente por diana a
la religión, fundadora de la institución del matrimonio y garante
de la perennidad familiar. La Iglesia católica es particularmente
señalada bajo la acusación de propagar una moral sexual:
¡sacrilegio para los “genderistas” que conciben la libertad
sexual como el paradigma de toda libertad!. Su encarnizamiento no
proviene únicamente de que los sacerdotes valoran la virtud de la
castidad, está quizás más motivado por la condena de la
homosexualidad que el catecismo califica de comportamiento
intrínsecamente desordenado.
Tocamos
aquí un punto nodal de la ideología de género: Ya que no existe ni
dualidad de los sexos ni tabú sexual, la ideología de género
deduce de ello la equivalencia de las orientaciones sexuales. De tal
manera, el nuevo feminismo radical, que ya no guarda demasiada
relación con el feminismo de antaño, únicamente preocupado por la
igualdad entre hombres y mujeres, apunta prioritariamente su acción
reivindicativa sobre la paridad de los heterosexuales y los
homosexuales. Este nuevo tipo de cruzada suscita unos refinamientos
de distinciones sexológicas que lleva el número de prácticas
sexuales a cinco, todas tan legítimas las unas como las otras, todas
igualmente legítimas, de tal forma que la vieja heterosexualidad de
nuestros antepasados llega a figurar en minoría frente a los
homosexuales femeninos, los homosexuales masculinos, los bisexuales y
los transexuales.
No
podemos dejar de sorprendernos por la actitud paradójica de los
defensores de la ideología de género quienes, por una parte se
movilizan para asegurar la fecundidad de las parejas homosexuales, y
por otra parte militan en favor de la contracepción y el aborto
cuando se trata de parejas heterosexuales. Los ideológos del
“gender” se esfuerzan en deconstruir la maternidad, el
matrimonio, y niegan la existencia del instinto maternal, como
Elisabeth Badinter (escritora feminista y mujer de negocios) que
pretende que el amor materno es un invento reciente.
Otra
paradoja es que los “genderistas” no tienen palabras
suficientemente fuertes para estigmatizar a la Iglesia, acusada de
discriminar y esclavizar a las mujeres, aunque ninguna otra religión
en el mundo ha llevado a tan alto grado la dignidad de las mujeres,
particularmente con el culto a la Virgen María, pero están mudas
ante el trato del Islam a las mujeres y también a los homosexuales,
ferozmente reprimidos en todo país de sharia.
La
indulgencia de las neo-feministas radicales hacia el Islam solo es
paradójica en apariencia. Si ahondamos en el análisis, nos damos
cuenta que el “gender” se integra en un complejo ideológico en
el que el antirracismo juega un papel determinante. Obedece a una
metapolítica de la diversidad que prohíbe la discriminación entre
hombres y mujeres, entre heterosexuales y homosexuales, entre
inmigrantes y autóctonos. La bandera del arcoiris simboliza el nuevo
ideal que quiere yuxtaponer sin exclusiones a las comunidades, sin
unificarlas autoritariamente en el marco de una nación o un Estado.
Esta metapolítica desemboca en un cosmopolitismo que asigna a todos
los individuos los mismos derechos, en todo lugar, sea cual sea su
origen étnico y su orientación sexual, en un mundo que ha abolido
la distinción entre el extranjero y el ciudadano autóctono, y en el
cual, al final, los estados serían abolidos. Se designa esta
nebulosa ideológica con el nombre del Mundialismo.
Esta
es en definitiva, la lógica de la ideología post-feminista de
género que favorece la esterilidad de los occidentales pero cierra
los ojos sobre el natalismo de los inmigrantes. Aparece así como el
mejor agente de la “Gran Sustitución”, expresión por la cual
Renaud Camus describe la empresa mundialista de destrucción de las
naciones mediante la inmigración/invasión de manera que facilite el
gobierno de la hiperclase mundial sobre poblaciones reducidas al
estado de consumidores intercambiables, solitarios, privados de
identidad, de historia, de referencias morales y por lo tanto de
ambición política: un “mejor de los mundos” del cual Aldous
Huxley nos ha ofrecido la aterradora anticipación.
Tenemos
muchas razones para reprobar la política de la UE, labortatorio del
mundialismo, una de cuyas directrices es la imposición del
matrimonio homosexual en todo el ámbito europeo. Hoy como ayer, la
UE quiere imponernos la seudo ética del género cuyas consecuencias
podrían conducir a un futuro trágico, ya que como dice Roland
Hureaux, “la ideología es la más grave enfermedad que pueda
afectar la política”.
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