22/12/13

El Libro de Amós

El Libro de Amós es uno de los primeros libros proféticos. El autor profetiza que Dios ama la misericordia y no solamente los sacrificios formales. Amós nació a unas 12 millas al sur de Jerusalén, pero sus profecías fueron dirigidas al reino del norte (Israel). Él enseño que la futura grandeza de Israel no se aseguraría por medio del poder y la riqueza, sino por la justicia y el juicio.

Comienza el libro de Amós (Am) con el anuncio del castigo que van a sufrir las naciones y ciudades vecinas a Israel a causa de la crueldad de su conducta en la guerra. Damasco, Bet-edén, Gaza, Asdod y otros lugares son mencionados en una serie de oráculos que preceden al de la condenación a que también Judá e Israel se han hecho acreedoras (1.3–2.16); pues no por ser ellas el pueblo escogido, dejará Dios impunes los pecados que cometieron. Muy al contrario, precisamente a causa de su elección es mayor el compromiso contraído por Israel y mayor su responsabilidad ante los ojos de Dios. En consecuencia, más severa será la sanción que merezca su conducta (3.1–2).

El mensaje central de Amós representa así una dura crítica contra la sociedad israelita de la época. Fustiga el profeta la injusticia social reinante, el enriquecimiento de muchos a costa de los débiles, explotados sin compasión (3.10; 5.11; 8.4–6); el soborno y la prevaricación de jueces y tribunales (5.12); la opresión, la violencia y hasta la esclavitud a que los más pobres son sometidos (2.6; 8.6).

El profeta proclama que el Señor no permanecerá indiferente ante tales pecados, sino que castigará a quienes los cometen (2.13–16; 4.2–3; 5.18–20; 8.3); por eso urge a todo Israel: «¡Prepárate para venir al encuentro de tu Dios!» (4.12).

La última parte del libro (7.1–9.10) contiene una serie de visiones que profetizan la imposibilidad de escapar al juicio de Dios, al castigo inminente que ha de sobrevenir a pesar de las insistentes súplicas de Amós (7.2-5). Pero si bien tal juicio y castigo son ineludibles, también es cierto que Dios no quiere destruir a Israel, sino reconstruirlo y restaurarlo, para que siga siendo, ya en libertad, el pueblo de su elección (9.11–15).

“El remanente de José esta llamado a odiar el mal y a amar el bien, y a establecer el juicio en sus puertas” (Amós 5:15)
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El Papa Francisco, invitó a los oficiales y personal de la Curia Romana a vivir esta Navidad, siguiendo el modelo de San José y su papel callado, discreto y tan necesario al lado de la Virgen María.

De este modelo y de este testimonio, el papa destacó las características del oficial de la Curia: la profesionalidad y el servicio.

Cuando no hay profesionalidad, lentamente se va resbalando hacia el área de la mediocridad. Los expedientes se convierten en informes de «cliché» y en comunicaciones sin levadura de vida, incapaces de generar horizontes de grandeza. Por otro lado, cuando la actitud no es de servicio a las iglesias particulares y a sus obispos, crece entonces la estructura de la Curia como una pesada aduana burocrática, controladora e inquisidora, que no permite la acción del Espíritu Santo y el crecimiento de Pueblo de Dios.

A estas dos cualidades, el Pontífice añadió una tercera: la santidad de vida, «que significa vida inmersa en el Espíritu, apertura del corazón a Dios, oración constante, humildad profunda, caridad fraterna en las relaciones con los colegas. También significa apostolado, servicio pastoral discreto, fiel, ejercido con celo en contacto directo con el Pueblo de Dios».

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