26/6/16

El Nacionalismo en España

El nacionalismo cubano tuvo un papel fundamental, aunque por lo general ignorado, en la formación de posturas nacionalistas en España. Tanto las formas más contemporáneas del nacionalismo español como la aparición de movimientos competidores, especialmente en Cataluña y Vascongadas, estuvieron determinados por el modelo pionero madurado por las guerras civiles de la Gran Antilla.

Cuba fue el medio propagador de planteamientos ideológicos netamente norteamericanos hasta contagiar la política peninsular española. En un brillante ensayo de síntesis, el historiador cubano Moreno Fraginals ha explicado la dimensión española de la política cubana. En cambio, la dimensión cubana de la política española, exceptuando la dinámica económica, destacándose el rol de grupos de presión antillanos y de poderosos intereses comerciales burgueses ante la administración con sus reciprocidades, sigue sin recibir la consideración que merece.

"MÁS SE PERDIÓ EN CUBA": EL SIGNIFICADO HISTÓRICO DEL NACIONALISMO CUBANO EN ESPAÑA.

Es bien conocido que el nacionalismo español estuvo condicionado por un síndrome de culpa respecto a la pérdida del Imperio en 1898. Muchos acusaron a los sagastinos por no haber apoyado adecuadamente a las fuerzas armadas. Especialmente entre los militares, se desarrolló un discurso de Dolchstoss, que culpaba al "frente doméstico" de irresponsabilidad ante el peligro: la "vieja política" que acuchilló por la espalda a los valientes soldados y marinos, enviados al suicidio sin armas o buques adecuados. Son tópicos exculpatorios que recuerdan al argumento desarrollado por el militarismo alemán veinte años más tarde. Por citar un ejemplo, el teniente coronel Francisco Maciá, elegido diputado por la Liga Regionalista en el marco de la Solidaritat Catalana en 1907, hizo su más sonada intervención en la Cámara, la que le dio renombre parlamentario en febrero de 1909, por denunciar las "cobardías" de Moret y los suyos, al abandonar las fuerzas armadas ante el sacrificio.
Sin duda, el nuevo militarismo españolista, surgido en los años 1890 insistiría monotemáticamente en la necesidad de retener Cataluña (o las tierras vascas) y evitar una "pérdida" semejante a la de "perla de las Antillas".
En realidad, durante un siglo, desde las guerras civiles de los años setenta del siglo XIX hasta la transición democrática y el "Estado de las autonomías" en los setenta del XX, la extrema derecha española estuvo condicionada por el miedo a la secesión, sin mayor iniciativa para acceder a la relevancia política que clamar airadamente en nombre de la unidad de la maltrecha patria. Por la misma lógica, los sectores más exaltados de todos los movimientos competidores del españolismo -los nacionalismos catalán, vasco, canario y gallego en primera instancia- pretendieron seguir al cubano como modelo inspirador. Los que instaban hacia la radicalización, fuese táctica o estratégica, copiaron no solo doctrina, sino también un patrón, un estilo con éxito, aderezado con la admiración hacia el esquema de partido insurreccional, lo que ha significado hasta copiar la bandera.
Y bañadas en el purismo de la nostalgia por la patria abandonada, las respectivas comunidades inmigrantes de origen "godo" establecidas en el marco antillano tuvieron un papel de vanguardia en tal emulación.

El papel modélico de Cuba, tanto negativo (para el españolismo) como positivo (para los antiespañolismos), no debería sorprender. El interminable debate sobre las autonomías dentro del Estado español dio fruto legislativo, por primera vez, para resolver el "problema cubano". En los años 1880 y 1890, las propuestas para una diputación única para las provincias Cubanas anticiparon la discusión parlamentaria sobre la formación de una "mancomunidad" de diputaciones en Cataluña, tema que dominaría las Cortes liberales de 1911-1913 y que fue resuelto a continuación por los conservadores mediante decreto. Como se sabe, por muy poco que éste durase, las dos Antillas tuvieron el primer régimen autonómico estatutario en España, unos treinta y cuatro años antes del emblemático gobierno catalán, proclamado en 1931 y reconocido por Estatuto parlamentario en 1932, bajo la II República.
Más aún, el nacionalismo cubano también fue pionero del republicanismo dentro del marco español: se proclamó la República de Cuba libre en 1868. Finalmente, en 1902, los independentistas cubanos consiguieron establecer un régimen republicano con reconocimiento internacional (aunque fuera mediatizado), logro que el republicanismo metropolitano solo pudo envidiar. De hecho, hasta el comunismo cubano ha servido, tras 1959, como ejemplo e inspiración a las izquierdas españolas, sobre todo porque su éxito y capacidad de supervivencia contrastan elocuentemente con la trayectoria de las análogas corrientes peninsulares.
El nacionalismo cubano surgió al margen de la dinámica independentista de las Américas. Por mucho que sus raíces estuvieran en la histórica pugna entre criollos y peninsulares, igual que en la "Tierra firme" hispana, la "cubanidad" se planteaba en el contexto de la confrontación entre Estados Unidos y España: ser independentista "auténtico" -término clave en la política republicana cubana- significaba no aceptar ni el anexionismo ni la autonomía.
El hecho es que la historia contemporánea española está marcada por la primera gran crisis de descolonización. Tal concepto se remonta a la pérdida germana de su imperio afroasiático tras la Primera Guerra Mundial, el mismo término lo inventó un politólogo alemán en 1932.
Con todo, es indudable que la pionera descolonización española anticipó muchos de los problemas que se harían evidentes al desmenuzarse los Imperios británico, francés, holandés, belga y portugués medio siglo después, tras 1945.

En concreto, además de la problemática repatriación de personas y bienes y de las futuras implicaciones en la sostenida relación con la ex-colonia, la pérdida imperial comportó automáticamente una larga lista de redefiniciones. Se quisiera o no, había que replantear la identidad colectiva, la noción de ciudadanía, el rol de las fuerzas armadas, la función misma del Estado, la pulcritud política y la eficacia administrativa, todo ello ante la aparente inamovilidad de los obstáculos tradicionales, de la corrupción y la confusión en la función pública, por enumerar algunos aspectos más evidentes.
En Cataluña, el atractivo del republicanismo estaba precisamente en su carácter negativo que, de manera implícita, preveía la destrucción del Estado existente y la creación de otro de tipo nuevo. El republicanismo catalán, fuera el que fuera su articulación conceptual, era en substancia dualista: reflejaba la medida en la cual el discurso histórico catalán del siglo XVII, recogido por la crítica romántica catalana, sostenía que Castilla había falseado, mediante el absolutismo, la invención de España, dado que la verdadera España se componía de Cataluña en rango de igualdad con Castilla. Por lo tanto, en el contexto catalán, construir la república española, hacer España en este sentido de una vez por todas, comportaba la autodeterminación de Cataluña, no sólo como "el Pueblo" consciente y genérico, sino también como pueblo territorial; de ahí, el discurso separatista, que suponía que la ruptura era el paso previo imprescindible para la creación de una federación o confederación ibérica de nuevo cuño.

Las mitologías vascas, por el contrario, apelaban al más rancio discurso de hidalguía, según el cual a los "vizcaínos", en justa correspondencia con su condición de nobleza colectiva y cristianos viejos, les correspondían privilegios en el Estado, tanto en casa como en los confines del imperio. Puesto en jerga decimonónica, tal planteamiento se adaptaba sin problemas a la idea "ateniense", un pueblo de demócratas tratando entre sí, con Linos "helotos" labrando sin derechos bajo su benigno mando.
El marco antillano, aunque menos colonizado en época contemporánea por vascos que por catalanes, les brindó a ambos unos esquemas de libertad alternativa a los discursos estatalistas y les permitía truncar sus derechos-privilegios historicistas en derechos democráticos de autodeterminación. La experiencia cubana ofrecía buenas pistas para la adaptación de los particularismos, hasta entonces justificados con argumentos de privilegios, implícitamente aristocráticos (tanto por fuero individual como institucional) contrarios al Estado nivelador, jacobino, al nuevo lenguaje de la revolución liberal y el ideal democrático.

Tal trasvase de ideas políticas también se puede plantear de otra manera. La "sacarocracia" cubana jugó al chantaje de la autodeterminación, copiada de los Estados Unidos, en la presión reformismo/anexionismo.
En el contexto isleño, la inmigración catalana, como vanguardia del interés comercial peninsular, reaccionó y se apuntó a la respuesta españolista, negación absoluta del anexionismo. De ahí, por el discurso imperial de los años sesenta y del reflejo de Prim, el paso de los "voluntarios catalanes" con su romántica barretina de las glorias de Tetuán a la lucha contra la insurrección separatista de Céspedes. Pero la dinámica de guerra civil antillana sirvió como transmisor ideológico, ya que era contacto e interacción, por negativa que fuera: así se descubrió la autodeterminación tanto en el medio cultural catalán, como en el canario, el vasco o el gallego, de manos de la "sacarocracia" cubana, que debía resituarse tras la derrota de la causa sureña en la contienda interna norteamericana.

Las ideas sobre autodeterminación fluyeron desde la política cubana a los equivalentes ambientes regionales metropolitanos en los treinta años que mediaron entre la primera guerra civil cubana, iniciada a finales de los años sesenta, y el final del conflicto definitivo en 1898.

Extracto: “Cuba y el despertar de los nacionalismos en la España Peninsular” Universidad Autónoma de Barcelona.

17/6/16

El libro de las Invasiones (IV)

La narrativa de orígenes irlandeses del LGÉ ha sido utilizada y manipulada, no sólo en Irlanda, sino también en la Península Ibérica, en Galicia en particular, y en Inglaterra y Escocia.
En todas estas regiones se ha utilizado para reivindicar un pasado glorioso y afirmar un antiguo derecho a regir, ya sea por el colonizador y su presentación de una demanda preexistente de su posición de dominio, o por los colonizados que buscan la validación histórica de sus demandas de independencia. Se muestra como los mitos de origen pueden ser apropiados, tanto en la definición y promoción de la nacionalidad y la soberanía e independencia, como también en la afirmación del dominio y control sobre un pueblo colonizado.

El LGÉ ha influido claramente en la percepción del anticuario del pasado, o quizás más exactamente, se puede decir que han sido utilizados por los anticuarios, los nacionalistas y los colonizadores para crear una prehistoria que se ajuste a su propio sentido de identidad. El desarrollo, uso, apropiación y manipulación del LGÉ en regiones geográficamente distantes revela el complejo proceso de negociación de significación que hay detrás de la formación y la transmisión de un artefacto cultural, en este caso las leyendas.

En el siglo XX la cultura nacionalista gallega continuó construyéndose encima de estos cimientos “Celtas”, con las Irmandades da Fala y Xeración Nós, a través de sus respectivas publicaciones A Nosa Terra y Nós, destacando los vínculos entre los dos países y subrayando las similitudes entre la situación política irlandesa y la gallega. Vicente Risco propuso que Irlanda y Galicia “son terras .... habitadas po la mesma raza a suxeitas a un imitan te destiño, d’un xeito tal, que somella coma si Deus quixera axuntar a unha coa outra por unha chea de misteriosas relaciós” (Risco, 1921: 19).
Una de estas conexiones misteriosas fueron las similitudes geográficas entre la costa atlántica de Irlanda y Galicia, y Risco presentó un equivalente gallego para cada promontorio, bahía y pueblo costero a lo largo de la costa oeste de Irlanda. También fueron muy empáticos hacia la lucha de Irlanda. Un ejemplo de esto es la edición de la revista Nós que fue dedicada a la historia de la vida y el anuncio de la muerte del alcalde de Cork Terence MacSwiney después de su huelga de hambre.
Un componente principal del programa cultural de los nacionalistas fue la traducción de la literatura al gallego, con el fin de promover el gallego como lengua literaria y enriquecer la literatura nacional. Al traducir el LGÉ fueron capaces de alcanzar estos objetivos y también reforzar la identidad celta de Galicia.
En 1931 Nós publicó secciones del LGÉ que se preocupan de la ocupación de España por los milesianos, los viajes de Míl, y la invasión de Irlanda por sus hijos.
El resto no se tradujo porque no se refieren al pasado de Galicia ni a su ascendencia, y como tal fue superflua a los requerimientos nacionalistas. La cuestión de la veracidad del LGÉ era secundaria para los intelectuales gallegos y más bien su importancia radica en la representación de una versión diferente de la historia de Galicia, versión en la que Galicia fue un participante activo en un pasado antiguo y glorioso. En aquella época la reacción en Galicia al LGÉ fue relativamente limitada, lo que refleja el pequeño número de lectores de la revista.

El mito del origen irlandés fue apropiado y utilizado de diferentes maneras, tanto en Irlanda como en Galicia.
En el caso de Irlanda, la procedencia española en sí misma no era importante, sino que era más lo que podría proporcionar este enlace, incorporación a un mundo bíblico, un linaje glorioso, y la reivindicación de un antiguo derecho para gobernar.
En Galicia la conexión irlandesa resulta esencial por ser capaz de vincularse con otro país celta, y de esa manera diferenciarse aún más de una España bajo el control de Castilla. También se les proporcionó el legado mítico necesario para la promulgación de una nación, basada en un pasado antiguo y glorioso.
Los mitos del origen irlandés no se han utilizado sólo por aquellos que se consideraban objeto de ataques culturales, y las grandes potencias también manipularan la tradición nativa para validar su propia posición como colonizador.
En Topografía Hiberniæ (1188) Giraldus Cambrensis incluye un breve resumen de los primeros asentamientos en Irlanda, refiriéndose a la tradición nativa de las invasiones de Irlanda. Dudando de la veracidad del relato irlandés se presenta una versión alternativa en la que el rey británico, Gurguntius, dio permiso a los Basclenses de España para instalarse en Irlanda. Esta versión alternativa dio a los normandos la justificación histórica para su reciente conquista, a través de la implicación de que el poblamiento de Irlanda era más reciente que el de Gran Bretaña, y también mediante la presentación de los reyes británicos como los propietarios originarios de Irlanda.
La historia de Gurguntius fue mencionada en un relato anterior - Historia regum Britanniæ (1136) de Geoffrey de Monmouth. En ella Monmouth también describe como Arturo, después de casarse con Ginebra, expandió su imperio para incluir Irlanda. Parece que Monmouth también fue inspirado en parte por la tradición irlandesa, nombrando el jefe de las Basclenses como Partoloim, un personaje del LGÉ.
Historiadores en la época de los Tudor también se refirieron a la leyenda de Gatelo en las reclamaciones británicas al trono de Irlanda. En Two bokes of the histories of Ireland (Dos libros de la historia de Irlanda)(1571) Edmund Campion presenta un relato en el que los descendientes de Gatelo viajaron a las islas británicas. Durante su viaje se encontraron con Gurguntius que estaba de vuelta de Dinamarca. Los españoles le pidieron que les proporcionara un territorio a cambio de su lealtad. Gurguntius les concedió Irlanda, con la esperanza de que sometiesen a los irlandeses para él.
Este relato proporcionó el precedente para la exigencia posterior del tributo de los irlandeses bpor el rey Arturo, y también para la conquista normanda actual y las colonizaciones de los Tudor en Irlanda, sobre la base de un derecho anterior a través de Gurguntius.

A view of the present state of Ireland (Una vista del estado actual de Irlanda) (c. 1598) de Edmund Spenser consiste en un diálogo entre dos personajes, Eudoxus e Ireneus. Ireneo acredita la teoría de la ascendencia irlandesa de un Gatelo español, porque la conquista de Irlanda no se menciona en las crónicas españolas (Spenser, 1763:58). En su lugar Ireneo afirma que fueron los británicos quienes conquistaron y colonizaron Irlanda, citando pruebas etimológicas y fuentes clásicas para corroborarlo. Mientras que Spenser específicamente socava la historia de Gatelo, Scota, y Míl, propone que en estos relatos hay algo de verdad “under these Tales you may in a manner see the Truth lurk” (Spenser, 1763: 66), especialmente en relación con la presencia escita y española en Irlanda. Se centra sobre todo en el asentamiento escita, retratándolos como bárbaros, de los cuales el lector podría sacar conclusiones obvias sobre la naturaleza de sus descendientes irlandeses.

Hadfield ha examinado las representaciones del origen irlandés, y se preguntó por qué los historiadores Tudor siguieron utilizando mitos del origen, cuando en el resto de Europa los desacreditan y se mueven con fuentes históricas válidas, concluyendo que se trataba de una cuestión de conveniencia política (Hadfield, 1993:390).
En Expugnatio Hibernica, Cambrensis establece el derecho de la monarquía inglesa sobre Irlanda, basándose en cinco reclamaciones, tanto antiguas como más recientes.
La afirmación de un antiguo derecho para gobernar en Irlanda se basa en la historia de Gurguntius, y de la posterior conquista del rey Arturo después de la sumisión del jefe irlandés Gilomarius. El más fuerte de los reclamos contemporáneos fue la emisión de una bula pontificia, Laudabiliter, que supuestamente otorgó a los reyes ingleses la autoridad sobre Irlanda. Después de la Reforma los historiadores ingleses ya no podían citar a Laudabiliter como una autoridad para el establecimiento de un derecho político sobre Irlanda, y por lo tanto se centraron en las reclamaciones antiguas. Refiriéndose al pasado imperial del rey Arturo, y más atrás a la leyenda de Gurguntius, fueron capaces de contrarrestar las pretensiones papales en la que Irlanda sólo se concedía a Inglaterra a través de la bula papal.

Extracto: Revista de Arqueología antigua.
El Libro de las Invasiones, la creación, utilización y apropiación de un artefacto cultural.Clíodhna Ní Lionáin 
IRCHSS Doctoral Scholar, UCD School of Archaeology

12/6/16

El libro de las Invasiones (III)


Mientras que la herencia española de los gaélicos formó una parte fundamental en la narrativa irlandesa al menos desde el siglo VII, referencias comparables estaban ausentes de la literatura medieval ibérica, por lo menos hasta el siglo XV.
En el siglo XVII elementos de la narrativa del LGÉ se estaban infiltrando en la historiografía española, pero sus personajes y los lugares aún no estaban explícitamente asociados con Galicia. En su lugar escritores gallegos del siglo XVII acudieron al personaje de Gatelo como evidencia de las conexiones irlandesas-ibéricas, o más importante, como la prueba de la dominación prehistórica gallega.
Gatelo era un príncipe griego que viajó primero a Egipto, donde se casó con Scota, la hija del Faraón, y de allí a la costa septentrional de Iberia, donde fundó la ciudad de Brigantia, que algunos historiadores escoceses identificaron con Santiago de Compostela. Desde Brigantia envía a sus hijos Emeco e Ibero a conquistar Irlanda, y la isla toma su nombre de Hibernia / Hiberia de Ibero. Estos Scoti pasaron a ocupar el norte de Gran Bretaña y fundaron otro linaje real, del que descendieron todos los reyes de Escocia.
Gatelo no se menciona en el LGÉ y entra en la historiografía gallega como una figura importada de las crónicas de Escocia, y no como un préstamo directo de la tradición irlandesa (Pereira González, 2005: 295).
Pereira González ha sugerido que Gatelo es una fusión de una serie de personajes del LGÉ - Goidel Glas, Breogán y Mil.

APROPIACIÓN DEL MITO

La apropiación de los elementos de la narrativa irlandesa y la consecuente incorporación de las figuras de Gatelo y Scota a un mito de origen escocés, se llevó a cabo en el contexto de las migraciones irlandesas a Escocia desde el siglo V, el subsiguiente establecimiento de la dinastía de Dal Riada (siglo VI-IX) y la creación del reino de Alba en el siglo IX. El mito de Scota y Gatelo proporcionó al nuevo reino de Escocia una ascendencia prestigiosa desde Grecia y Egipto y una antigua monarquía.
La formación de la narrativa de origen escocés se animó, sin duda, por las disputas angloescocesas sobre la soberanía. En el siglo XIII, Eduardo I reclamó el trono vacante de Escocia, en 1299 el caso fue llevado a la corte de Roma para ser resuelto, con las dos partes presentando versiones contradictorias de la historia escocesa.

El caso inglés fue basado en las leyendas de Geoffrey de Monmouth, en que Bruto el troyano se presenta como el ancestro fundador de Gran Bretaña. Bruto dividió la isla entre sus hijos, concediendo Inglaterra al hijo mayor, Legrus, Gales a Camber, y Albany (Escocia) a Albanctus. Como descendiente de Legrus, el primogénito, Edward, podría reclamar el poder sobre los otros dos reinos. En respuesta, los escoceses argumentaron su descendencia de Scota y Gatelo, representantes de un pueblo mucho más antiguo, que había salido de Egipto antes de la llegada de Bruto a Gran Bretaña.
Gatelo empezó a desaparecer de la historiografía gallega a partir del siglo XVIII, y fue superado en el siglo XIX por la creciente popularidad de la figura de Breogán, un fenómeno relacionado con la subida del Celtismo y el Rexurdimento.
Ya que los intelectuales gallegos buscaron vínculos con otras naciones celtas, la asimilación de los elementos con referencia directa al LGÉ fue cada vez más importante, haciendo que la popularidad de Gatelo disminuyera frente al ascenso de Breogán, un personaje del LGÉ capaz de proporcionar un enlace directo hacia un patrimonio “Celta”.

Desde el siglo XVIII la ascendencia Celta se utilizó como base para las pretensiones nacionalistas de varias regiones del Atlántico, entre ellas Irlanda, Gales, Escocia y Bretaña.
En Galicia no sería hasta el siglo XIX, cuando los nacionalistas comenzaron a hacer reclamaciones similares y José Verea Aguiar fue el primero en sugerir que la moderna población gallega era descendiente directa de los celtas (Pereira González, 2007: 304).
La referencia a un pasado celta y a una historia distinta de la del resto de España jugó un papel importante en el proceso de definición de la nación gallega. Como parte de este proceso, algunos trataron de construir una antigua edad gloriosa de la nación gallega, pero una época gloriosa necesita sus héroes. Así Galicia, carente de una tradición literaria indígena temprana, tuvo que sacar estos personajes míticos del rico repertorio irlandés. Un ejemplo de esto es el personaje de Breogán, una creación literaria irlandesa del LGÉ que sólo se hizo conocido por primera vez en Galicia en el último cuarto del siglo XIX a través de las publicaciones de Benito Vicetto (1865) y Manuel Murguía (1865, 1888) y fue popularizado por el poeta Eduardo Pondal en el poema Queixumes Dos Pinos (De Toro, 1995: 231).
Aunque lo presenta como fundador de Brigantia, y constructor de la torre epónima, Breogán ocupa un papel relativamente secundario en el LGÉ, no es ni un antepasado epónimo fundador, al igual que Goidel, ni un conquistador de Irlanda, al igual que Íth.
En el LGÉ Breogán no tiene ninguna conexión explícita con Galicia, pues la localización de Brigantia nunca fue identificada en él. Sólo fue en época moderna cuando se propuso, por los historiadores escoceses, su ubicación en Galicia (Santiago de Compostela). Quizá fue la correlación de la torre de Breogán, una invención literaria irlandesa, con un punto de referencia físico actual en Galicia (la torre de Hercules), lo que hizo de Breogán una figura más adecuada para la apropiación cultural, en lugar de Míl o sus hijos, que no habían dejado recordatorio físico de su presencia en Galicia.
Como primer rey de Galicia personificó el antiguo derecho a gobernar, y esto junto con sus conexiones con Irlanda, hizo de él un candidato ideal como símbolo para la re-imaginación céltica y atlántica de la identidad gallega.

Extracto: Revista de Arqueología antigua.
El Libro de las Invasiones, la creación, utilización y apropiación de un artefacto cultural.
 

9/6/16

El libro de las Invasiones (II)

En la época Altomedieval, los irlandeses, como el resto de los pueblos recién convertidos al Cristianismo en la Europa occidental, se enfrentaron con el problema del anonimato bíblico, sin ninguna referencia a su existencia en el texto religioso principal –la Biblia– tuvieron que encontrar la manera de crear un lugar para sí mismos dentro de una historia bíblica del mundo (Carey 1993: 2). 
Una serie de obras fueron muy importante en este proceso, la Historiae adversum paganos de Orosio y la Etymologiae de Isidoro fueron particularmente influyentes en el desarrollo del mito del origen irlandés.

Orosio fue un historiador y teólogo cristiano, posiblemente de Braga, que compiló la primera historia del mundo cristiano - Historiarum adversum Paganos Libri Septem (418 d.C.). En ella se afirma que Irlanda está situada entre Gran Bretaña y España, y que España está visible desde la desembocadura del río Scena en el oeste de Irlanda. También describe un faro en Brigantia en Galicia que fue dirigido ad speculam Britanniae. Como nativo de Gallaecia su descripción de la torre de Brigantia, diseñada para vigilar a Gran Bretaña, podría haber sido por su conocimiento de primera mano.
Baumgarten ha investigado por qué Orosio menciona la intervisibilidad entre Irlanda y Brigantia y sugiere que podría reflejar las conexiones actuales del comercio, o que fuera influenciado por una relación percibida entre los brigantes en el sureste de Irlanda y Brigantia, y entre Hibernia e Hiberia, aunque ninguna de estas razones son expresadas explícitamente por Orosio. Su referencia a una torre en Brigantia fue apropiada posteriormente por los compiladores del LGÉ para crear su propia construcción literaria, la torre de Breogán, y de hecho también crear el personaje de Breogán.

Isidoro, arzobispo de Sevilla (murió en 636 d.C.), compiló una enciclopedia de conocimiento universal usando varias fuentes clásicas y religiosas. En sus Etimologías cita a Orosio y su ubicación geográfica de Irlanda entre Gran Bretaña y España, llegando a la conclusión de que Irlanda se conoce como Hibernia debido a su proximidad geográfica a (H)Iberia.
Este análisis etimológico formaba la base para la creencia de que no sólo el nombre del país, sino también los antepasados de los irlandeses vinieron de España. En otras partes de Europa el uso de las obras de Isidoro era escaso antes del siglo VIII, mientras que en Irlanda sus obras ya estaban siendo utilizadas con frecuencia en el siglo VII, lo que refleja los contactos fuertes y probablemente directos entre Irlanda y España en ese momento.
Estas conexiones literarias reflejan la importancia de España en el Cristianismo de Occidente en la transmisión y difusión de los textos religiosos. Un grupo de eruditos ubicados en el sureste de Irlanda, conocidos como los Romani en los textos contemporáneos, parecen haber desempeñado un papel importante en la transmisión de estas obras a Irlanda.

UTILIZACIÓN DE UN MITO

En Irlanda en la época medieval uno de los primeros usos del mito fue la creación de una filiación bíblica. La ubicación del origen irlandés en España parece reflejar los vínculos estrechos académicos y religiosos entre las dos regiones y podría interpretarse como un intento de alinear las historias de ambos países en un momento en que España fue muy influyente en la iglesia cristiana occidental. Al rastrear los orígenes de la mayoría de las familias Gaélicas a los hijos de Míl y vincular los orígenes irlandeses hacia el este (Escitia), el LGÉ también le dio a los irlandeses un linaje antiguo y civilizado.
Después, la genealogía de los descendientes de los hijos de Míl siguió siendo ampliada con la incorporación de más familias, hasta que sólo las familias más pequeñas y menos importantes se encontraron fuera del parentesco milesio. En la época moderna la utilización de leyendas de origen español fue más allá que la de abordar los problemas genealógicos y la reparación de la oscuridad bíblica, y su uso se hizo cada vez más conveniente, tanto política como financieramente.
Una consecuencia de la política irlandesa de los Tudor fue la migración de los miembros de la clase nobiliar gaélica irlandesa, muchos de los cuales buscaron refugio en España.
En el siglo XVI y principios del siglo XVII una serie de expediciones militares fueron organizadas por los exiliados irlandeses. Con frecuencia se hace referencia al mito de Míl en sus peticiones de apoyo español, destacando el supuesto parentesco irlandés-español para proporcionar prioridad y un sentido de obligación a la intervención española. Estas campañas incluyen la expedición de 1579 organizada por Fitzmaurice, la expedición dirigida por Juan Martínez de Recalde, en el año siguiente para apoyar al sucesor de Fitzmaurice, y la expedición de 1601 dirigida por Juan de Aguila, en apoyo a la campaña de Hugh O’Neill y Hugh O’Donnell, que finalmente terminó con la derrota en la batalla de Kinsale, y el subsiguiente exilio de O’Donnell y otros jefes irlandeses en Galicia.
Después de la Batalla de Kinsale, y como resultado de cambios en el panorama político, la monarquía española adoptó una actitud más pacífica hacia Inglaterra, firmando un tratado de paz en 1604. Este alejamiento de la participación militar no dio lugar a una retirada completa de Irlanda, sino más bien a un cambio de énfasis en el apoyo del movimiento de la Contrarreforma en Irlanda y la creación de colegios irlandeses en España para la educación de los jóvenes irlandeses católicos. Además de financiación de su educación en España, nuevos sacerdotes de estos colegios recibieron un viaticum, una contribución real de 100 ducados para sufragar los gastos de su viaje de regreso a Irlanda. Estos colegios también explotan el mito de Míl en la búsqueda de ayuda financiera adicional.
En 1610 el colegio irlandés de Salamanca, en una petición a Felipe III para la concesión de una casa, se refiere a la hospitalidad que los irlandeses han demostrado a los españoles en el pasado (mítico):
Sería hecho digno de la grandeza y piedad de Vuestra Alteza el tomar a su cargo de darnos de su mano una casa pues como ha visto Vuestra Alteza nuestros antepasados dieron a los suyos aun siendo gentiles los unos y los otros no una sino muchas casas, no un rincón sino un Reino entero, no una sino muchas veces, no compelidos ni esforzados sino de su bella gracia y liberalidad preciándose más en dejarse sin nada que quedarse con todo” (Salamanca Archivo en Maynooth, 52/7/19).

A lo largo de los siglos XVII y XVIII la migración de Irlanda a España siguió, con muchos de los exiliados entrando en el servicio militar, algunos de ellos alcanzando posiciones importantes. Estos emigrantes irlandeses continuaron utilizando los mitos de origen del LGE para recordar a la monarquía española sus obligaciones con ellos. Un ejemplo de lo que se puede encontrar en la petición de Don Bernardo O’Neill a Carlos II en 1692.
Nacido en Aughnacloy en Irlanda en torno a 1662, O’Neill sirvió en España en el regimiento del conde de Tyrone, y en 1692 era Sargento Mayor de Santiago de Compostela, el segundo al mando del gobernador del distrito. Nominado como un caballero de la Orden Militar de Santiago, realiza una petición solicitando la asistencia financiera para sufragar los gastos derivados de la caballería. En la petición destaca el servicio de Hugh O’Neill a la corona española y el descenso de los O’Neill de Eremon, hijo de Míl. Cita una serie de autoridades para apoyar su genealogía de Míl y los lazos de sangre entre los irlandeses y los españoles, uno de los cuales fue otro exiliado irlandés, Philip O’Sullivan Beare.
Philip O’Sullivan Beare era el hijo de Dermot O’Sullivan, que se asentó en A Coruña, después de haber llegado allí con el Señor Berehaven después de la Batalla de Kinsale. Era un oficial de la marina española y escribió Historia Catholicae Compendio Iberniae (1621), en que se ocupa de las relaciones entre Irlanda y Galicia, como lo demuestran tanto las leyendas de Míl y la evangelización de Irlanda, se
supone que por Santiago. El libro era una defensa de la reputación de Irlanda y un intento de obtener el apoyo español a la causa irlandesa, presentándolo como una lucha católica contra la herejía. Su libro formaba parte de un cuerpo más grande de escrituras, cuyos autores llevaron a cabo lo que Joseph Leerssen llama “una guerra de propaganda cultural” en un intento de refutar la imagen despectiva de los irlandeses difundida por algunos autores extranjeros.
Esta defensa cultural tiene sus raíces en la comunidad de los exiliados irlandeses del siglo XVI y XVII y su argumentación estaba basada en su religiosidad pasada y presente, y también en la antigüedad de la civilización y la cultura gaélica, incluyendo su pasado prehistórico. En los siglos siguientes este enfoque fue adoptado por algunos anticuarios irlandeses que utilizan el mito de Míl para dar validez a las antigüedades de Irlanda.

Los anticuarios irlandeses que utilizaban los mitos del origen español en la defensa de las antigüedades de Irlanda, en parte lo hicieron en respuesta a la teoría escandinava de la historia primitiva irlandesa. Algunos anticuarios propusieron que muchas de las antigüedades de Irlanda eran de origen danés, como Edward Ledwich, que en su Antiquities of Ireland (1790) afirma una procedencia danesa de las torres redondas y de la tumba megalítica de Newgrange.
Estas teorías parecían validar las colonizaciones históricas de los siglos más recientes como parte de un proceso más amplio en curso de un asentamiento británico de Irlanda. La apropiación escocesa de elementos de la narrativa del LGÉ, y el posterior desarrollo de un mito de origen escocés, que a veces desafió la narrativa irlandesa, también fue fundamental en la postura defensiva de algunos anticuarios irlandeses. Sylvester O’Halloran condenó a los escoceses, que “estaban tratando de robarnos, y arrogarse a sí mismos estos irlandeses eminentes e ilustres”.
Un ejemplo de este “robo” es el anticuario escocés Thomas Dempster, quien propuso que Irlanda era en realidad una colonia de Escocia, y que el nombre latino de Irlanda, Scotia, se refiere a Escocia. Como tal, fue capaz de reclamar para Escocia cualquier santo irlandés o erudito cuyo título incluyese el nombre de Scotus.

Extracto: Revista de Arqueología antigua.
El Libro de las Invasiones, la creación, utilización y apropiación de un artefacto cultural. 

8/6/16

El libro de las Invasiones (I)

El mito del origen irlandés presentado en “Leabhar Gabhála Érenn” (LGÉ) o el Libro de las Invasiones, habla de un pasado ilustre en que los Gaels vienen de lejos a colonizar Irlanda, donde establecieron un linaje real y longevo.
Es relativamente inevitable que la gente de una isla hable de migraciones del exterior para explicar el poblamiento de sus tierras. Sin embargo, mientras que los mitos de origen pueden contener recuerdos de un pasado lejano, y las alusiones a los vínculos marítimos entre Irlanda e Iberia son realmente tentadoras, el LGÉ revela más sobre la cultura contemporánea cristiana de sus compositores que cualquier residuo de narrativas orales prehistóricas.
Este trabajo examina la creación, utilización y apropiación de este mito del origen no sólo en Irlanda, sino también en la Península Ibérica y las Islas Británicas, y también considera el complicado proceso de transmisión y asimilación de la cultura material, en este caso las leyendas.
El manuscrito más antiguo en el que se conserva este texto es el Libro de Leinster del siglo XII pero debe matizarse que el LGÉ debería ser visto como la culminación de una doctrina de los orígenes que se comenzó a formar por lo menos 400 años antes.
Es un cuento seudohistórico que incorpora un mito del origen irlandés dentro de un contexto bíblico mediante la creación de una genealogía compleja que unía a los gaélicos a Jafet y su padre, Noé. El texto explica el poblamiento de Irlanda a través de seis invasiones, la última de las cuales culminó con la derrota de los Tuath Dé Dannan, un pueblo inmortal, por los hijos de Míl, descendientes del escita Fénius Farsaid.

Los colonizadores escitas se habían establecido en España bajo la dirección de Brath, cuyo hijo Breogán fundó la ciudad de Brigantia (A Coruña o Betanzos) donde se construyó una torre tan alta, que sus hijos Bile e Íth fueron capaces de ver Irlanda desde ella, visión que los atrajo. Íth fue elegido para llevar a cabo la misión de reconocimiento inicial pero fue asesinado por los tres reyes de la Tuath Dé Danann. Su cuerpo fue trasladado a España, y su familia juró vengar su muerte. Mil, el nieto de Breogán y sobrino de Íth, murió antes de la invasión y la expedición fue dirigida por sus hijos, incluyendo a Eremon, Eber, Ir, Amairgen y Donn.
Tras la derrota de la Tuath Dé Dannan Irlanda quedó dividida verticalmente, con los hijos de Míl gobernando sobre la tierra, y la Tuatha Dé Dannan por debajo. La genealogía de casi todos los jefes irlandeses posteriores se traza en el texto desde los hijos de Míl hasta la conquista normanda.

CREACIÓN DE UN MITO

El LGÉ consiste en una serie de poemas a los que les siguen resúmenes en prosa, y se basa principalmente en varios largos poemas históricos compuestos por una serie de conocidos poetas irlandeses de los siglos IX al XI. Mientras la recensión incorporada en el Libro de Leinster no podía ser anterior al siglo XI, los elementos del esquema de invasión estaban presentes en fuentes anteriores, como el tratado de gramática Auraicept na nÉces del siglo VII en que se presenta Fénius Farsaid como el inventor de la lengua gaélica, y la Historia Brittonum del siglo IX.

Tradicionalmente atribuido a Nennius, un monje galés, Historia Brittonum (829 a 830 d.C.) es una historia de los británicos que también contiene un relato de la historia primitiva de Irlanda, en particular de los diversos asentamientos de la isla. En este texto encontramos muchos de los elementos del LGÉ ya existentes, aunque se refiere sólo a tres invasiones de Irlanda, la última de las
cuales se atribuyó a tres hijos de un soldado español, en latín, tres filii militis Hispaniae (Carey 2005: 37).
John Carey ha demostrado que el nombre de Míl es una versión gaélica de una frase latina que significa soldado español/ militis Hispaniae, en lugar de ser derivado de un nombre más antiguo pre-cristiano. Si el nombre de Míl es una invención literaria, parece indicar que sus hijos también son creaciones medievales.

Pero si el origen español de los irlandeses es una creación medieval, ¿Por qué los compiladores del LGÉ miraban hacia España en busca de inspiración para su historia de origen?
La orientación ibérica de las leyendas de origen irlandés ha sido interpretada por algunos como la consecuencia de una falta de conocimiento geográfico. “España” podría haber sido un término vagamente aplicado a cualquier ambiguo territorio de ultramar en lugar de a un país específico (Hyde, 1910: 19), o la ignorancia de la ubicación de Irlanda puede haber llevado a la creencia de que los viajes desde España resultaban logísticamente más fáciles
que en la realidad. Este tipo de deconstrucción de la presentación de los orígenes españoles de los irlandeses toma este relato al pie de la letra. Pero si el LGÉ se ve en el contexto de la cultura cristiana de sus compiladores la utilización de una génesis española puede ser menos extraordinaria, reflejando la estrecha relación académica entre Irlanda y España en este momento, un factor esencial en la identificación de Iberia como la cuna de los gaélicos.

Extracto: Revista de Arqueología antigua.
El Libro de las Invasiones, la creación, utilización y apropiación de un artefacto cultural.