26/5/16

Cartografía de Ptolomeo

Los conocimientos geográficos y cartográficos de la antigüedad griega fueron transmitidos por Ptolomeo en sus tratados de Astronomía y Geografía. De esta manera se conoció la determinación astronómica de las longitudes y latitudes, la esfericidad de la Tierra y una colección de mapas dibujados sobre una superficie plana con varios sistemas de proyección que mostraban la imagen del mundo.
La obra de Ptolomeo se redescubrió en el siglo XV y ejerció una gran influencia en el desarrollo de la Cartografía de los Descubrimientos.
La obra de Ptolomeo revolucionó la Geografía matemática. El método de proyección que permite representar la tierra en un plano confluye con el descubrimiento de la perspectiva en la pintura y con una nueva concepción espacial, que es característica del Renacimiento.
La información de sus mapas estuvo al alcance de navegantes, cosmógrafos, nobles y altos magnates desde el primer tercio del siglo XV, especialmente a partir de los primeros incunables que ven la luz en las imprentas italianas (Bolonia, Vicenza y Roma) y en la alemana de Ulm. Por eso los mapamundis que anteceden a los viajes colombinos ofrecen una imagen del Viejo Mundo con acusada influencia Ptolemaica: el de Henricus Martellus Germanus, el de Fra Mauro, la carta de Toscanelli, el globo de Martín Behaim y la carta que hizo el propio Colón. La obra de Ptolomeo tuvo que ejercer gran influencia en la gestación del plan colombino.

Hernando Colón, en la biografía que escribió sobre su padre dice lo siguiente: «las causas que movieron al Almirante al descubrimiento de las Indias, digo que fueron tres a saber: fundamentos naturales, la autoridad de los escritores y los indicios de los navegantes».
Los fundamentos naturales los encontró en Ptolomeo, Marino de Tiro, Estrabón y Alfragrano; la segunda, en los escritos de Aristóteles, Séneca, Estrabón, Plinio y Marco Polo y del maestro Paolo, físico; y la tercera fueron los indicios de tierra más allá del Atlántico.
En este sentido, además de otras muchas razones de peso que han ido investigando los historiadores colombinos a lo largo de los años, hay que considerar el crédito que tenía Ptolomeo en esos años en que circularon por Europa tantos códices y algunos incunables.
En definitiva, Colón fundamentó sus argumentos en unos mapamundis que tenían prestigio y se basaban en Ptolomeo. A ellos se sumarían también los viajes que se habían hecho por mar y las riquezas que se podrían obtener en el nuevo viaje descubridor.

Consultando en la bibliografía colombina las referencias e indicios sobre la Geografía de Ptolomeo en el proyecto de Colón. Han sido de gran utilidad las biografías sobre Colón, el itinerario de los cuatro viajes, y las ediciones facsímiles y estudios de los principales libros de Colón: Imago Mundi, Historia natural de Plinio, Historia rerum ubique gestarum de Pío II, el libro de viajes de Marco Polo etc. También el estudio de Molina dedicado a «Fray Hernando de Talavera y Colón», en el que examina el papel desempeñado por el confesor de la reina, fray Hernando de Talavera en la decisión final de los monarcas.
El propio Colón cita a Ptolomeo en las relaciones del tercero y cuarto viajes para desmentir algunas cuestiones. Andrés Bernáldez, que le conoció personalmente y le dio alojamiento en su casa en 1496, en las Memorias del reinado de los Reyes Católicos escribe que Colón «sentió, por lo que en Ptolomeo leyó e por otros libros e por su delgadez, cómo e en qué manera el mundo este (…) está fixo entre la esfera de los cielos». Según Antonio Ballesteros, la opinión del cronista se había cumplido porque «Colón poseía un ejemplar de la Geografía del escritor alejandrino, edición de Roma del año 1478» y añade: «Este volumen solo conserva de mano del descubridor su firma y la cita de un versículo de salmos».

Salvador Miguel, en su estudio sobre los libros de Colón, siguiendo una hipótesis defendida por Juan Gil (1986). Sin embargo, en el año de conmemoración de la muerte de Colón (2006), el incunable de la Real Academia de la Historia con el exlibris de Colón se mostró como auténtico, junto a unas cartas autógrafas de Colón con similar anagrama y rúbrica, en la exposición sobre Colón en Andalucía.
Lo que ocurre es que este incunable llegó a manos del almirante diez años después de producirse el Descubrimiento, hacia 1501-1502, porque primero perteneció al cardenal Piccolomini (1460-1503), el papa Pío III, cuyas armas están pintadas en el folio segundo. Es uno de los tesoros bibliográficos y cartográficos de la Real Academia de la Historia.
Aunque no sea el ejemplar que Colón leyó antes del Descubrimiento, no hay que quitarle valor porque indudablemente demuestra que debió consultar otro de los muchos códices que circularon por España o incluso poseer alguno impreso de las ediciones de Bolonia (1477), Roma (1478, 1490) o Ulm (1482, 1486), antes de iniciar su primer viaje en 1492. Además, durante su etapa portuguesa (1480- 1485) pudo llegar a sus manos algún Ptolomeo de la biblioteca de su suegro.
Examinando el itinerario de Colón para comprobar si pudo conocer alguno de los códices de la Geografía de Ptolomeo documentados en España: el de la Biblioteca Nacional, el de la Biblioteca Universitaria de Valencia de Alfonso V de Nápoles y el de la Universidad de Salamanca del cardenal Juan de Margarit y Pau.
Varela Marcos había apuntado que, durante su estancia en Salamanca, Colón «aprovecharía para cimentar sus ideas y aprender de las ricas fuentes científicas que se guardaban en esta universidad, entre otros el Ptolomeo de 1456». Sin embargo, en esos años, el códice de la Geografía no pertenecía todavía a la Universidad de Salamanca, pero posiblemente estaba en poder del rey Fernando. En esa Universidad ingresaría mucho más tarde, quizá hacia 1537, con los demás libros de la Biblioteca del Colegio Mayor de Cuenca en Salamanca.
En efecto, junto al escudo de armas del cardenal Juan de Margarit y Pau, su primer propietario, se encuentra un ex-libris de esa Biblioteca fundada en 1500 por Diego Ramírez de Villaescusa, que fue un apasionado de los libros. Estas noticias sobre su paradero las dio a conocer Sanz Hermida, al estudiar el mapa de España moderno del códice. En su opinión, los libros de la biblioteca particular de Ramírez de Villaescusa pudieron ingresar en el Colegio y, entre ellos, quizá se «encontrase este Ptolomeo, que bien pudo llegar a sus manos en algún momento de la agitada vida que llevó en la corte de los Reyes». La fecha de su muerte, en 1537, es un dato importante para saber cuando pudo pasar el manuscrito al Colegio.
Diego Ramírez de Villaescusa fue alumno, bachiller y catedrático en la Universidad de Salamanca. Se ordenó sacerdote en Jaén, donde los estudios de varios autores sobre la personalidad y biografía del primer propietario, el humanista Juan de Margarit y Pau (Gerona 1422-Roma 1484), nos pueden dar luz para plantear como hipótesis que Colón hubiese conocido el códice en esa corte, antes de emprender el primer viaje.

Margarit, ha sido considerado el máximo representante de la historiografía humanística de la Corona de Aragón durante el siglo XV, en estrecha relación con el humanismo italiano. Se doctoró en Derecho en la Universidad de Bolonia y pasó unos años en Nápoles en la corte de Alfonso V, sirviendo en funciones de iglesia y misiones diplomáticas al servicio de los reyes de Aragón. Después, entre 1448-1453, se trasladó a Roma a la corte pontificia de Nicolás V (1447-1455). Entre 1453-1462 desempeñó el obispado de Elna (Rosellón) y ese último año el de Gerona.
Los monarcas de Aragón le encomendaron nuevas misiones diplomáticas en Italia, lo que le permitió entrar en contacto con algunos humanistas y con los papas Calixto III (1455-1458) y Pío II, el historiador Eneas Silvio Piccolomini, (1458-1464), tío de Francesco Todeschini Piccolomini, el primer propietario del Ptolomeo de la Real Academia de la Historia, que luego pasaría a manos de Colón.
La Geografía de Ptolomeo de Margarit se relaciona con los códices del taller florentino de Massaio y Comminelli de mediados de siglo. Como ellos, el mapamundi presenta proyección cónica y los mapas regionales ptolemaicos proyección plana. Se terminó en 1456, según se lee en el colofón del folio 117r, cuando Margarit desempeñaba el obispado de Elna (Rosellón).

Margarit empezó a escribir en Italia la obra Paraliponemon Hispaniae. En ella muestra su deseo de «contar lo que habían omitido otras historias de Hispania». Está destinada a un público culto: los humanistas y prelados italianos. Quería demostrar que Hispania «No era cosa de godos sino que había conocido una historia antigua, tan rica en acontecimientos trascendentales como la de Italia y frecuentemente enlazada con ésta».
En el libro primero hace frecuentes citas a Ptolomeo haciendo uso de la traducción de Jacobo Angelo da Scarpería. Esta versión es la que ofrecen los códices que hemos comentado de la Geografía salidos de los talleres italianos. Trabaja la geografía con una buena metodología usando fuentes de primera mano para corregir la imagen de la tierra. Mejora las medidas de Estrabón a partir de las que tomó de una carta náutica.

Extracto de: “La cartografía Ptolemaica, precedente científico de la llegada a tierra firme” Carmen Manso Porto.

22/5/16

Mitos Griegos

La religión griega arcaica carece de escritos que contengan algún tipo de revelación divina tal como aparece en los Vedas de la India o en las Sagradas Escrituras de los hebreos y los cristianos, o en el Corán. Por lo tanto, la religión del entorno griego más primitivo, y la del posterior, no es una "religión del libro".
Los griegos expresaron sus creencias a través de las narraciones transmitidas primero oralmente y después por escrito, y conocidas bajo el nombre de mitos. La mitología griega forma un complejo entramado de narraciones, a veces aparentemente contradictorias, que reflejan este universo divino politeísta.

Con la asimilación de la escritura fonética Fenicia en el siglo VIII antes de nuestra era, se recupera la palabra escrita que se había perdido después de la desaparición del mundo micénico. El mito, del que se tiene constancia incluso desde épocas anteriores a la arcaica, floreció en el canto épico, la poesía lírica y la coral, los himnos, y más tarde en las tragedias, las comedias y con un uso diferente, la filosofía. En consecuencia, no se puede hacer una distinción tajante entre religión y literatura o narración.

Entre los griegos primitivos, los dioses cumplían unas determinadas funciones y tenían una esfera de acción que incluso hoy se refleja en los adjetivos que acompañan a cada uno de los nombres divinos.
En el culto se expresaba la función de un dios mediante la invocación de atributos que acompañaban a su nombre. Estos atributos podían ser de tipo toponímico, descriptivo, geográfico, y otros, y variaban en función del dominio en que se esperaba la intervención divina. Así había un Zeus dios de la lluvia, y un Zeus guardián de la ciudad, o un Zeus de todos los griegos.
El dominio de cada una de las divinidades estaba perfectamente delimitado, aunque en cada esfera de acción podían intervenir simultáneamente varias divinidades.
En Grecia se rendía culto a dos figuras: a los dioses y a los héroes, mortales que con frecuencia eran hijos de dioses. El culto podía constar de diversas actuaciones, como el rezo, las libaciones, las ofrendas y el sacrificio.
El sacrificio era el acto más importante del culto. Era una muestra de la devoción porque con él se buscaba contentar a la divinidad. Solía tratarse de animales que se sacrificaban y constituían un banquete compartido con la divinidad, ya que los hombres comían la carne del animal ofrecido. En casos excepcionales también se practicaban sacrificios humanos.

La mitología griega más remota recreó su propia imagen del mundo que se basaba en un sustrato verídico en el que se inserían los diferentes personajes y escenas míticas creando lo que se llama una imagen geográfico-mítica del mundo habitado.
Esta imagen fue representada en mapas que evolucionaron a medida que los griegos iban conociendo más territorios y perfeccionaban sus conocimientos astronómicos. En general los límites de este mundo se solían poblar de seres extraños con costumbres extravagantes.
Como siempre sucede en los mitos, una realidad conocida iba acompañada de una realidad inventada, fruto en este caso del encuentro con lo desconocido propio de pueblos tan diferentes del griego.

La mitología refleja una imagen del mundo vertical y otra horizontal.
Los límites de la "geografía horizontal", que correspondería a nuestro concepto actual de "geografía", fueron variando a medida que los griegos iban fundando nuevas colonias por el Mediterráneo. El mundo de los antiguos griegos era principalmente el Mediterráneo, más allá del cual estaban las tierras incógnitas.
Dos personajes míticos, dos hermanos, marcaban los límites oriental y occidental: Atlas sostenía la bóveda celeste en el occidente (correspondiendo al actual Estrecho de Gibraltar) y Prometeo estaba encadenado a las rocas del Cáucaso, en Oriente.
La "geografía vertical" correspondía a una imagen tripartita del universo en cielo, tierra y submundo o Tártaro más allá del cual estaba el Caos infinito. Estas dos geografías estaban contenidas en un mar que todo lo circundaba, Océano. Es en estos niveles cósmicos donde encontramos a las diferentes divinidades de la mitología griega.

Extracto: “Historia de las religiones del mundo”.

19/5/16

Lenguas Indoeuropeas

Todas las naciones comparten tradiciones del Edén, de la Caída, del Diluvio, de la construcción de la Torre de Babel y de la Confusión de las Lenguas. Pero después de esto parece haberse establecido una separación y haberse dejado de compartir. Está claro que la Escritura registra aquí algo que afectó profundamente a la historia humana.

Se suscitan ciertas cuestiones que se pueden resumir como sigue:
1.¿Hay alguna evidencia de que la humanidad compartiese una misma lengua dentro de los últimos pocos miles de años, como se deduce claramente de la redacción de Génesis 11:1 ?
2. Si durante varios miles de años desde Adán a Noé, la humanidad estuvo hablando una lengua, ¿tenemos alguna forma de determinar, bien mediante las Escrituras o por otros datos de qué lengua se trataba?
3. ¿Existe alguna indicación de que la confusión a la que se refiere Génesis tuviese lugar de forma repentina, en contraste a lo que parece ser más o menos la tendencia normal de las lenguas a divergir entre sí con el paso del tiempo?
4. Si existe esta evidencia, ¿arroja la misma alguna luz acerca de la naturaleza de la confusión que tuvo lugar?

Porque la confusión hubiera podido surgir de dos formas claramente diferentes:
Un grupo humano podría estar todavía hablando la misma lengua y usando las mismas formas léxicas, pero podría haber comenzado repentinamente a atribuir diferentes significados a las palabras que usaban, por ejemplo, cuando el químico analista moderno habla de una celda en espectrometría, se refiere a algo muy diferente a lo que contempla un carcelero cuando usa esta misma palabra. En tal caso, la palabra misma persiste para ambos, pero cada uno le atribuye un sentido diferente; en este sentido, la “confusión” aparece en la mente, no en la lengua.
La otra alternativa es que individualmente las personas siguiesen pensando en las mismas cosas, por ejemplo, en la abertura en una pared, pero que uno comenzase a llamarla una finestra y otro a window. Excepto que cada uno conociera la lengua del otro, su conversación quedaría interrumpida y con ello llegaría a su fin el esfuerzo cooperativo. En este caso no se trata de una confusión de la mente, sino de la lengua.
En resumen, ¿qué es lo que sucedió, o es que sucedieron ambas cosas?, ¿Y quedó involucrada toda la raza humana, o solo un segmento de la misma?.
Hace muchos años que Hervas, un jesuita español, escribió un famoso Catálogo de Lenguajes, que se publicó en seis volúmenes en el año 1800. Demuestra en el mismo con una lista comparativa de desinencias y conjugaciones que el hebreo, caldeo, siríaco, árabe, etiópico y amárico son solo dialectos de una lengua original, y que forman una familia lingüística, el semítico. También percibió claras trazas de afinidades entre el húngaro, el lapón y el finés, tres dialectos que parecen ahora pertenecer al grupo camita. Pero uno de sus más brillantes descubrimientos fue establecer la familia de habla malaya y polinesia que se extendía desde la isla de Madagascar al este de África, a lo largo de 208 grados de longitud, hasta la Isla de Pascua. Muchos años después Humboldt llegó exactamente a la misma conclusión.

En el antiguo Egipto parece haber un caso de vinculación entre el grupo camita y la familia semita. Tal como lo expresa Vere Gordon Childe:
«Muchos filólogos consideran la lengua egipcia como un habla compuesta o híbrida en la que una línea semítica emparentada con el asirio o hebreo ha sido injertada en un tronco camita africano como el que queda representado en una forma más pura, por ejemplo, en el berebere... En cambio, Junker explicaría las analogías semíticas en el egipcio por la suposición de que el semítico y el camítico tuvieron un origen común.
Childe va más allá y sugiere una relación entre los lenguajes de Egipto y Sumer:
«La misma escritura jeroglífica, aunque sus elementos se componen de plantas y animales puramente nilóticos, concuerda de una forma tan notable con la babilónica en su curiosa combinación de signos fonéticos con ideogramas y determinantes, que ambos sistemas deben tener alguna interrelación.»
Una relación todavía más notable fue la observada por A. H. Sayce, que dice:
«Se han realizado intentos para mostrar la relación del sumerio con el lenguaje de China, y que entre los primeros emigrantes chinos a la “Tierra de las Flores” y los habitantes pre-semitas de Caldea había una relación lingüística además de racial.»
Hay incluso evidencia para apoyar la postura de que se revelan vínculos entre los lenguajes semíticos y jaféticos mediante un cuidadoso estudio del hebreo, aunque por razones que no vienen al caso, la idea de derivar lenguas jaféticas de algo parecido al hebreo ha quedado descartada.

En 1890 Benjamin Davies publicó un conocido léxico hebreo y caldeo basado fundamentalmente en el trabajo de Gesenius, en el que presenta mucho que de cierto indica una relación así. En su léxico quizá cada cuarta o quinta palabra raíz hebrea se traduce al inglés y luego va acompañada de una lista de palabras de otros lenguajes indoeuropeos que parecen tan claramente emparentadas que uno se pregunta por qué otros eruditos no han seguido las indicaciones que proporciona.
La mayor parte de los modernos lingüistas, cristianos o no, tienden a rechazar toda idea así. Pero el estudio de la obra de Davies parece demandar que expliquen cómo pueden existir estos paralelismos, no meramente para algunas pocas palabras posiblemente tomadas de prestado, sino para una inmensa cantidad de palabras que son fundamentales para cualquier vocabulario: numerales, relaciones personales, objetos domésticos, cosas de importancia primordial e inmediata para la supervivencia o el bienestar personales, etc.

Parece evidente que si el Lenguaje A está relacionado con el Lenguaje B, y que a su vez se puede demostrar que el Lenguaje B está relacionado con el Lenguaje C, entonces el Lenguaje A tiene que considerarse necesariamente relacionado con el Lenguaje C. Esto parece tan evidente que apenas es necesario enunciarlo. Como ya se ha visto, se reconocen las relaciones entre lenguas camíticas y semíticas, y entre semíticas y jaféticas, y sin embargo se da una tácita negación de cualquier posibilidad de que el camítico pudiera estar relacionado con el jafético, o en otras palabras, que todas las lenguas estén relacionadas; A, B y C.
Así, J. H. Greenberg afirmó, en un artículo presentado ante un simposio:
«La relación genética entre los lenguajes es, en terminología lógica, transitiva. Por relación “transitiva” se significa una relación tal que, si es válida entre A y B, y entre B y C, tiene que ser válida también entre A y C.»
J. B. S. Haldane, escribiendo en The Rationalist Annual (y difícilmente podría nadie acusar ni al autor ni al editor de una postura favorable al cristianismo) hizo esta declaración:
«Los lenguajes actuales son muy diferentes entre sí, pero diversos recientes investigadores han encontrado semejanzas entre lenguajes de familias completamente diferentes. Rae y Paget en Inglaterra y Johannesson en Islandia... y Marr en la Unión Soviética han afirmado haber seguido los linajes de muchos lenguajes diferentes a una fuente común…Los investigadores han descubierto vinculaciones entre lenguajes totalmente de semejantes, como el grupo ario, el grupo semítico, el chino y el polinesio.»
Entre los miembros de la familia semita es relativamente fácil establecer una unidad esencial para su forma original de habla. Aunque la familia indoeuropea de lenguajes ha divergido algo más extensamente a partir de su supuesto original que la semítica, sin embargo constituyen con toda claridad una sola familia.
J. L. Myers observó:
«Aunque los lenguajes indoeuropeos difieren mucho más entre sí que incluso los más separados del grupo semítico, todos ellos poseen un tipo reconocible de estructura gramatical y un pequeño fondo de palabras común a todas ellas, para los numerales, las relaciones familiares, las partes del cuerpo, ciertos animales y plantas, etc., en base a lo cual se sigue creyendo en general, a pesar de mucha experiencia desalentadora en el detalle, que es posible descubrir algo de las condiciones de vida donde se habló un antecesor común de todos estos lenguajes.»

Fuente: “La confusión de las lenguas” Arthur C. Custance. Traducción: Santiago Escuain.

8/5/16

Iberia Caucásica

En algunas crónicas medievales de la región de Armenia se conservan noticias curiosas. Una de ellas es la que expone el deseo de una serie de nobles del reino de visitar algún día “a sus hermanos los íberos del oeste”.
La conocida y estrecha relación existente entre las lenguas caucásicas y algunas lenguas de la Península Ibérica como el Euskera, y del norte de África donde habitan los Bereberes, debería ser puesta en relación con otros paralelismos históricos y culturales que se dan entre puntos tan distantes.
Los antiguos reinos íberos de oriente son mencionados con ese nombre por los historiadores clásicos. Existe en Armenia el río Aras, que es uno de los ejes de la civilización íbera de oriente. En el cauce medio del río Aras se levanta el monte Ararat donde los hebreos dicen fue enterrado Noé. Y existe también un monte Aras en España, en cuyo interior los judíos españoles de Lucena aseguraban que estaba enterrado Noé.

Existe un Eber, patriarca histórico de los hebreos y un río Hevrón en el extremo Mediterráneo oriental; y existe un río Ebro y un pueblo íbero en España, en el otro extremo. Existe Siberia, y una escritura ibérica antiquísima, simbólica, basada en signos casi mágicos como son las runas danesas, que se escribía de derecha a izquierda y que era silábica; existe ese mismo tipo de escritura entre los hebreos, con la misma conformación mágico-simbólica del signo escrito y de la palabra, y nadie dice nada.
Existe un pueblo ario en la Península, que ha dejado su nombre escrito incluso en las monedas de una época tan tardía como la romana; y existe una nación aria, un conglomerado de pueblos que se llamaron arios, que se establecieron sobre la cuenca media del Danubio hacia el 5.000 a.C. y que hacia el 3.500 está precisamente en la región del Caúcaso y en Armenia… Y nadie lo ha relacionado. Nadie que modernamente parezca haber visto esas monedas ha dicho nada.
Esos mismos arios o Aryana del reino de Armenia, de Urartu, levantan templos a la diosa Ana o Nanna (o los destruyen), e “inventan” religiones con dioses tan resonantes como Mitra, Varuna o Sintra que en muchas ocasiones tienen sus prototipos occidentales (ver la fortaleza de Sintra en Portugal).
Más prosaicamente, el reino de Armenia tiene por escudo dos leones rampantes, lo mismo que el escudo del antiguo reino de León en España; y el citado Mitra tiene en las leyendas por acompañante un negro cuervo, que es el símbolo de Lug, (Lugo) antiquísimo dios de Luz occidental.
En la wikipedia inglesa se dice que los íberos de Armenia son arqueológicamente conocidos como Kura-Araxes o Kura-Aras, y que esta es la civilización material cuyos restos se encuentran en el estrato inmediatamente anterior a la presencia en la zona de un pueblo de Israel (antes de su entrada en Egipto) y que presumiblemente, les dio origen. La esposa de Abraham se llamaba Sara, el nombre Sara se conoce como “princesa” en ambos extremos del Mediterráneo, etc. etc…

Cuando vemos cómo la guerra maltrata a chechenos, georgianos o armenios, pocos en este país saben qué pasa y quiénes son los descendientes y ascendientes de esos pueblos, y el resto somos absolutamente indiferentes, ni nos revela signo alguno de identidad, ni cultural, ni genética, ni afectiva, ni de ningún tipo. Los pueblos del Caúcaso nos son desconocidos, por más que la antigüedad los llamase íberos. Ese tipo de cuestiones no entra en los planes de estudio. El sentimiento de querer cruzar medio mundo para conocer de primera mano a nuestro espejo, aquello que somos nosotros mismos pero en una región muy distante, ese sentimiento que estaba vivo en la Edad Media hoy se ha perdido.
Y la destrucción de los templos de Anahita en Kanwavar, y de los restos de esa civilización íbera tan antigua, la memoria de nuestro propio itinerario vital, los matices de nuestra propia lengua tal y como fue hablada en el pasado, todo eso se intenta borrar y se borra sin que nadie levante un dedo. Los judíos de América no movieron un dedo por los judíos europeos, y nosotros no nos alteramos un ápice por la situación de los íberos orientales.

En el estudio “Los términos “Iberia” e “iberos” en las fuentes grecolatinas: estudio acerca de su origen y ámbito de aplicación”, de Adolfo J. Domínguez Monedero, encontramos el siguiente párrafo:
Creo que no puede comprenderse el concepto de Iberia, aplicado a la Península Ibérica (a la totalidad o a una parte, como ya discutiremos posteriormente), sin referencia, como viene siendo frecuente, a los iberos y a la Iberia orientales. Efectivamente, dos son las «Iberias» que en el mundo antiguo se conocen: una de ellas, la oriental, ha sido considerada sistemáticamente por los historiadores como sin ninguna relación, salvo la casualidad de sus nombres (Schulten, 1952, 311) con la Península Ibérica. Sin embargo, las fuentes y su interpretación tienen algo que decir al respecto. Creo que la solución nos la aporta uno de nuestros mejores informadores acerca del mundo antiguo, que no es otro que Estrabón, cuando nos dice (XI, 2, 19) que es probable que los iberos del Ponto y los iberos occidentales sean «homónimos» a causa de la existencia de minas de oro entre ambos. Schulten (1952, 310) cree que debe tratarse de una interpolación, y García Bellido (1968, 247) dice que se trata de una «curiosa hipótesis, fuera de toda razón».”

Las fuentes antiguas confirman una Iberia que ocupaba la parte oriental de la actual Georgia. Por lo visto, fueron los griegos quienes bautizaron a las dos Iberias, lugares que consideraban míticos por encontrarse en los dos extremos del mundo conocido. Varios autores de la Antigüedad y la Edad Media sostuvieron esta idea, aunque difirieron en relación con el problema del lugar inicial de su orígen. La teoría parece que se hizo popular en la Georgia medieval. El prominente escritor religioso georgiano, Giorgi Mthatzmindeli (1009-1065) escribió sobre el deseo de algunos nobles georgianos de viajar a la Península Ibérica y visitar los “georgianos del oeste”, como así los citaba.

Juan Valera escribió en La Ilustración Española y Americana, nº 2 de 15 de enero de 1880, un artículo bastante literario y nada científico:
Desde la falda del Cáucaso, dilatándose al Mediodía hasta el monte Ararat, en cuya nevada cumbre se posó el arca de Noé, habitaban y habitan aún diversas tribus, gentes o naciones, apellidadas caucásicas; casta de hombres valientes, robustos y hermosísimos, cuales son hoy los circasianos, georgianos y mingrelianos, en los tiempos a que nos referimos designados con nombres diversos. Al Oriente, en las riberas del Caspio, vivían los albaneses, y más al Sur los cadusios; al Occidente, orillas del Ponto, habitaban los colquios, famosos por Medea la hechicera y por el áureo vellocino, y más al Occidente los calibes, diestros forjadores del hierro, y los de Tibar, tan envidiados por su oro. En el centro de estas naciones, y como defendiendo las puertas caucasianas contra las invasiones de los escitas, se hallaban los iberos, de quienes sin duda proceden los primitivos españoles, que se llamaron iberos también.”
Continúa exponiendo su acuerdo con la hipótesis del Padre Fidel Fita, que sostenía que los iberos españoles procedían de los caucásicos, siendo el euskera y el georgiano lenguas emparentadas. Y añade:
Refieren las crónicas georgianas, mandadas redactar y publicar por el rey Wagtang, que después de la dispersión de las gentes, fue a poblar la Georgia o Iberia el gigantesco patriarca Togorma, hijo de Gomer y nieto de Jafet. Otros quieren que fuese Túbal, hijo de Jafet, quien pobló o colonizó la Iberia del Cáucaso, y que luego él o sus descendientes llegaron hasta la Iberia al Sur de los Pirineos, ya pasando primero a Irlanda, isla a quien dieron el nombre de Ibernia, y desde allí viniendo a España directamente. Sobre estos nombres de Iberia e Ibernia, de Ebro y de íberos, dados a diversas comarcas, ríos y pueblos, se ponen varias etimologías. Ya los derivan de “ibha”, que en el idioma de los vedas vale tanto como familia, ya de avara, que en el mismo idioma significa occidente.”

Lo que sí es seguro es que la Iberia Caucásica estuvo poblada desde los tiempos más remotos y que constituyó un reino independiente (con el nombre autóctono de Kartli) desde 302 a.C, hasta caer en poder de los bizantinos, y en 580 d.C. de los persas.