Hace
cerca de once mil años, la temperatura de la Tierra comenzó a aumentar de modo natural,
ocasionando el derretimiento progresivo de la última gran glaciación. Gran
parte del agua, al pasar del estado sólido al líquido, elevó el nivel de los
mares, separó tierras de los continentes, formó islas, incentivó la formación
de bosques y de otros ambientes. Los científicos dieron a esta nueva fase el
nombre de Holoceno.
En estos últimos once mil años, de los
homínidos solo quedó el homo sapiens, que se volvió soberano en
todo en planeta. Con un cerebro bien desarrollado, fue desafiado por las nuevas
condiciones climáticas y domesticó plantas y animales, inventó la actividad
agropecuaria, creó tecnología para pulir la piedra, inventó la rueda, el telar
y la metalurgia. Después, creó ciudades, imperios, represas, drenajes e
irrigación. Varias civilizaciones sobrepasaron los límites de los ecosistemas
en los que se levantaron, generando crisis ambientales que contribuyeron a su
fin.
El
concepto de huella ecológica. Se refiere al grado de impacto ecológico
producido por un individuo, una actividad, una economía, una sociedad. La
huella ecológica de las civilizaciones anteriores a la civilización occidental
tuvo siempre un carácter regional, siendo reversible en ocasiones y en otras
no. Occidente fue la civilización que calzó las botas más pesadas conocidas
hasta el momento. El peso comenzó con el capitalismo, que transformó el mundo.
A
partir del siglo XV, la civilización occidental (europea) pasó a imprimir
marcas profundas con la expansión marítima. Impuso su cultura a otras áreas del
planeta. El mundo fue occidentalizado y pasó también a pisar fuerte en el
ambiente.
Vino
entonces, otra gran transformación con la revolución industrial, cuyo origen se
localiza en la Inglaterra
del siglo XVIII, y que se extendió por el mundo, dividiéndolo en países
industrializados y países exportadores de materias primas. A partir de ella,
empieza a crearse otra realidad planetaria, con emisiones de gases causantes
del calentamiento, devastación de bosques y selvas, empobrecimiento de la
biodiversidad, uso indebido del suelo, fuerte urbanización, alteraciones
profundas en los ciclos de nitrógeno y fósforo, contaminación del agua dulce,
adelgazamiento de la capa de ozono y extracción excesiva de recursos naturales
no renovables, que, a su vez, producen cantidades inauditas de basura.
Los
científicos están demostrando que dentro del Holoceno (holos =entero +koinos
=nuevo), la acción humana colectiva en el capitalismo y en el socialismo ha provocado
una crisis ambiental sin precedentes en la historia de la Tierra , porque ha sido
generada por una sola especie. Han denominado al periodo pos-revolución
industrial del siglo XVIII, antropoceno, osea, una fase geológica construida
por la acción colectiva del ser humano (antropos =hombre +koinos =nuevo).
En
función de esta gran crisis o de esta nueva época la Organización de las
Naciones Unidas viene promoviendo grandes conferencias internacionales, como
las Conferencias de Estocolmo (1972), Río-92 y la reciente de Río+20. El
objetivo es resolver los problemas del antropoceno, sea conciliando desarrollo
económico y protección del ambiente, sea buscando otras formas de desarrollo. La Río-92 adoptó la fórmula de
desarrollo sostenible, que ha ido adquiriendo distintos sentidos, inclusive
antagónicos al original.
Río+20
mostró que los países industrializados no quieren abdicar de su posición; los
países emergentes quieren alcanzar a los industrializados, y los países pobres
quieren ser emergentes. Mientras no exista entendimiento acerca de los límites
del planeta, es inútil pensar en justicia social y desarrollo económico. Por
consiguiente, el ambiente es más importante que lo social y lo económico, ya
que sin él no se puede encontrar solución para los otros dos. Por otro lado, el
concepto de ecodesarrollo parece ser el más correcto como táctica y estrategia. Arthur
Soffiati
El
documento final de Río+20 presenta un generoso menú de sugerencias y propuestas
sin ninguna obligatoriedad con una dosis de buena voluntad conmovedora, pero
con una ingenuidad analítica espantosa y hasta lamentable. No es una brújula
que apunta hacia el futuro que queremos, sino en dirección a un abismo.
Tal
fallido resultado se debe a la creencia casi religiosa de que la solución a la
actual crisis sistémica se encuentra en el veneno que la produjo: en la
economía. No se trata de la economía en un sentido transcendental, es decir,
como aquella instancia -poco importan los modos- que garantiza las bases
materiales de la vida, sino de la economía categorial, la realmente existente,
la que en los últimos tiempos, ha dado un golpe a todas las otras instancias (a
la política, a la cultura y a la ética) y se ha instalado, soberana, como el
único motor que hace andar a la sociedad. Es la Gran Transformación
que ya en 1944 el economista húngaro norteamericano Karl Polanyi denunciaba
enérgicamente. Este tipo de economía cubre todos los espacios de la vida, se
propone acumular riqueza a más no poder, sacando de todos los ecosistemas,
hasta agotarlos, todo lo que sea comercializable y consumible, rigiéndose por
la más feroz competitividad. Esta lógica ha desequilibrado todas las relaciones
con la Tierra
y entre los seres humanos.
Frente a este caos, Ban Ki Moon,
secretario general de las Naciones Unidas, no se cansa de repetir en la
apertura de las Conferencias: "estamos ante las últimas oportunidades de
salvarnos que tenemos". En 2011 en Davos declaró enfáticamente ante los
señores del dinero y de la guerra económica: "El actual modelo económico
mundial es un pacto de suicidio global".
Albert Jacquard, conocido genetista
francés, tituló así uno de sus últimos libros: ¿Ha
empezado la cuenta atrás? (2009).
Los que deciden no prestan la más mínima
atención a las alertas de la comunidad científica mundial. Nunca se vio tamaño
distanciamiento entre ciencia y política ni tampoco entre ética y economía como
actualmente
Pueden
añadírsele los adjetivos que se quiera a este tipo de economía vigente:
sostenible, verde... y otros, que no le cambiarán su naturaleza. Imaginan que
limar los dientes al lobo le quita la ferocidad, cuando ésta reside no en los
dientes sino en su naturaleza. La naturaleza de esta economía es querer crecer siempre,
aún a costa de la devastación del sistema-naturaleza y del sistema-vida. No
crecer sería dictar la propia muerte.
Pero
sucede que la Tierra
ya no aguanta más este asalto sistemático a sus bienes y servicios. Añádase a
esto la injusticia social, tan grave como la injusticia ecológica. Un rico
medio consume 16 veces más que un pobre medio. Y un africano tiene treinta años
menos de expectativa de vida que un europeo.
Frente
a tales crímenes, ¿cómo no indignarse y no exigir un cambio de rumbo?. La Carta de la Tierra nos ofrece una
dirección segura: "Como nunca antes en la historia, el destino común nos
convoca a buscar un nuevo comienzo, que requiere un cambio de mente y de
corazón, un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad
universal para alcanzar un modo sostenible de vida a nivel local, regional y
global".
Cambiar
la mente implica una mirada nueva sobre la Tierra , no como un mundo-máquina sino como un
organismo vivo, la
Tierra-madre a quien se le debe respeto y cuidado.
Cambiar
el corazón significa superar la dictadura de la razón científico-técnica y
recuperar la razón sensible en la que reside el sentimiento profundo, la pasión
por el cambio y el amor y el respeto a todo lo que existe y vive. En lugar de
la competencia, vivir la interdependencia global, otro nombre para la
cooperación; y en lugar de la indiferencia, la responsabilidad universal, osea,
la decisión de enfrentar juntos el peligro global.
Valen
las palabras del Nazareno: "Si no os convertís, todos pereceréis" (Lc
13,5). Leonardo Boff
Fuente:
http://www.noticiasdenavarra.com
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