22/5/17

Ruta de la Seda (II)

Las Rutas de la Seda (en amarillo) y la Ruta de las Especias (en azul) fueron una compleja red comercial que dio la oportunidad de intercambiar bienes y cultura.

El eje Roma-Changan marcaba el principio y el final de una gran cadena de intercambios, cuyos eslabones enlazaban a territorios que hoy corresponden a Turquía con Siria, a Irak con Persia, al Cáucaso con las fronteras de la India y China; y cuyos centros comerciales, en los que se realizaban las últimas y las primeras transacciones, dependiendo si se avanzaba hacia Changan o hacia el Caspio, eran las ciudades próximas al valle de Fergana (Bukhara, Khiva y Samarkanda) o las situadas en el inhóspito desierto de Takla-Makan, cuyos oasis eran bien conocidos por los conductores de las caravanas; especialmente los de las ciudades de Tashkurgán, Kashgar, Yarkand y Jotán en las que, por imperativos del clima, estaban obligadas a detenerse durante un período de tiempo siempre incierto hasta alcanzar el límite oeste de la verdadera China de entonces: la Puerta de Loulan.

Con el apogeo del Islam bajo la Dinastía Omeya (661-750), que quería controlar las más importantes líneas comerciales a China, tomó la mitad occidental de la Ruta de la Seda, y esta se vio interrumpida, ahogando el comercio de otras naciones con precios elevados y altas tasas. Este fue el principio del fin.
El aspecto más importante del entramado comercial de esta ruta, era el papel de intermediarios que ejercían los comerciantes islámicos, que conscientes de los beneficios económicos que dejaba este trasiego comercial, no permitieron la entrada de comerciantes europeos o asiáticos en la ruta, convirtiéndose en los elementos que hacían funcionar el sistema. Las caravanas procedentes de Siria y Mesopotamia cruzaban todo el continente asiático para adquirir a bajo precio los productos que después venderían a precios desorbitados a los comerciantes o intermediarios europeos. Para ello, las caravanas hacían uso de una red de albergues llamados caravansarays para pernoctar, protegerse y proveerse.

La pimienta, originaria de la India, se extendió por Indonesia y Malasia en torno al año 600 a.C. Los chinos la distribuían por las rutas de la seda, siglos después fue traída a Europa por el comerciante griego Eudoxo de Cícico, que embarcó en una expedición al continente asiático y trajo piedras preciosas, azafrán, clavo, jengibre y pimienta, iniciándose así su comercialización.
Los romanos mantuvieron su uso culinario y afrodisíaco exportándolo inicialmente a Egipto, Norte de África para posteriormente llevarlo a los territorios de Iberia. A partir de este momento la pimienta fue considerada la especia más valiosa por su gran resistencia ya que podía almacenarse muchos años sin sufrir deterioro. Su comercio estaba controlado por Genoveses y Venecianos, que la importaban por vía marítima desde las Indias Orientales para posteriormente distribuirla por todo el Mediterráneo.
Tras la caída de Constantinopla en manos turcas, en 1.453, se paraliza casi todo el comercio de las codiciadas especias, especialmente el de la pimienta, por lo que numerosos navegantes del siglo XV salen al mar con el fin de trazar nuevas rutas, como la ruta africana abierta por el portugués Vasco de Gama o el intento de Cristóbal Colón que culmina con el descubrimiento de América.
En España en los inicios de la Edad Media empezó a utilizarse la pimienta como medio de pago de deudas, impuestos o rentas, e incluso podía entregarse como dote para las hijas de nobles y comerciantes.

La pimienta era el producto de mayor importación en Europa, llegando a consumirse del orden de 3 millones de kilos anuales, que se empleaban tanto en cocina como en aplicaciones terapéuticas, la molécula piperina es un eficaz insecticida y antiparásitos, pero solo las clases adineradas podían permitirse su consumo. Algunos historiadores llegaron a considerar esta especia como uno de los factores más importantes de desarrollo comercial de la época preindustrial.

Para el mundo islámico, la Ruta supuso una excelente fuente de ingresos que se convirtió en la base de su economía. Para Europa, una sangría económica irrenunciable (los productos eran insustituibles). Como respuesta a este hecho, Europa se lanzó a buscar nuevas rutas marítimas, originando la era de los descubrimientos.

Una nueva situación política en China protagonizada por las dinastías Tang, Song y Yuan desde el siglo VII hasta mediados del siglo XIV, y una nueva realidad económica y cultural en Occidente hicieron posible el restablecimiento de nuevas relaciones entre los dos mundos gracias a que, junto a las mercancías, empezaron a intercambiarse también las ideas, los conocimientos artísticos, los idiomas y las religiones. Desde entonces, las Rutas de la Seda dejaron de ser caminos exclusivos de los comerciantes y de los militares, y empezaron a ser transitados cada vez con más frecuencia por intelectuales y por monjes de las principales religiones del mundo, que supieron también, como si fueran ávidos comerciantes del espíritu, intercambiarse entre ellos las enseñanzas de Buda, Confucio, Jesucristo y Mahoma.

Continuará...

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