15/4/17

Jerusalem (I)


La ciudad de Jerusalem, se alza sobre la meseta calcárea de los Montes de Judá, a 800 metros sobre el nivel del Mediterráneo.
El topónimo deriva del término hebreo “Yerusalaim” que procede de la palabra cananea “Urusalim” que significa “bajo la protección de Salem”, o literalmente “fundación de Salem”.
El vocablo “Salem” identifica al dios cananeo que personificaba el crepúsculo vespertino, su santuario estaba en lo alto de la colina de Sión; es decir, sobre una de las colinas sobre las que se asienta actualmente la Ciudad Santa. Jerusalem tiene un sentido religioso pues la ciudad se construyó bajo la advocación del dios Salem.

La arqueología constata el desarrollo de la ciudad hacia el año 4.000 gracias al agua de la fuente de Guijón, con la que se hacía posible regar los campos y abrevar los ganados. La referencia más antigua a “Urusalim”, aparece en los archivos reales descubiertos en la Ciudad de Ebla (actual Siria) destruida en 2.250 a.C.
También es mencionada en algunos textos egipcios del siglo XIX a.C., sobre todo en la correspondencia entre el príncipe de Jerusalén, Abdí-Jipá, y la corte del faraón Amenofis IV (Akenaton) en el siglo XIV a.C.
Más tarde y en fecha incierta, figura en los registros asirios bajo el nombre de “Urusilimmu”. Durante el período de los Jueces (XII a.C.) se denominó “Jebus” (Jue 19,10-11), pero al conquistarla David (2Sam 5,6-7) devino la capital del Israel y pasó a llamarse “Ciudad de David”.
El Génesis menciona a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo que bendijo a Abrán (Gen. 15,18); y Salem, es identificada con Jerusalén, que en una lectura poética puede entenderse como “Ciudad de Paz”.

Jerusalén fue incluido como uno de los “Estados cruzados” y como tal se convirtió en un reino cristiano después de la Primera Cruzada promovida por el papa Urbano II, con el propósito de conquistar los sitios sagrados como Jerusalén (donde murió Jesús de Nazaret), y tras la conquista del lugar por el francés Godofredo de Bouillón.
El propio Godofredo fue su primer gobernante (aunque no rey), pero después de su fallecimiento un año más tarde (1.100) el trono y control pasó a su hermano Balduino I y posteriormente el título fue recayendo de un descendiente a otro, pasó a Balduino II y a Melisenda de Jerusalén (1.105-1.161).

Melisenda era la mayor de las cuatro hijas del rey Balduino II de Jerusalén y Morfia de Melitene. Estaba destinada a gobernar los Santos Lugares, tarea para la que su propio padre la preparó. A pesar de ser una mujer capacitada para ser reina, necesitaba a un rey a su lado que protegiera su posición dominante. Así, Balduino envió a sus hombres a Francia en busca de un noble digno de ser rey. El elegido fue Fulco V de Anjou, hijo del conde de Anjou y de Bertrada de Montfort (famosa por su adulterio con el rey de Felipe I).

En 1.130 nació su primer hijo, el futuro Balduino III. A la muerte de Balduino II en 1.131, obtuvo la corona, Fulco se esmeró para reducir el poder de su mujer excluyéndola de las actividades de gobierno, a pesar de haber recibido el reino como gobernantes conjuntos. La estrecha relación entre Melisenda y su primo Hugo le Puiset, conde de Jaffa, fue la excusa para que Fulco la acusara de adulterio. El rey no se conformó con eso sino que el conde sufrió un intento de asesinato. Melisenda reaccionó creando una situación de amenazas y terror entre los seguidores de Fulco. Este miedo hizo que Fulco rectificara e hiciera concesiones a la reina en materia política como permitirle ser miembro del consejo. A partir de ese momento, Fulco vería como su poder se iba reduciendo en favor de su esposa y sus partidarios.
En 1.136, Fulco y Melisenda se reconciliaban y tenían a su segundo hijo, Amalarico. En 1.143 moría Fulco en un accidente de caza.
Durante dos años Melisenda reinó en solitario en Jerusalén como regente de su hijo. Pero en 1.145 Balduino llegaba a la mayoría de edad y debía ser coronado rey. El joven rey sin corona aguantó su situación hasta 1.152 cuando pidió al patriarca de Jerusalén que le coronase como único rey legítimo. La negativa llevó a Balduino a hacerse coronar en secreto, lo que provocó la ira de su madre.
Antes de provocar una guerra civil entre las facciones de madre e hijo, se tomó una decisión salomónica. Balduino III gobernaría en los territorios del norte y Melisenda controlaría Judea, Samaría y Jerusalén. La situación de tensa paz no aguantó demasiado porque Balduino invadió los reinos de su madre.
Melisenda huía con su segundo hijo Amalarico. Sólo la mediación de la Iglesia evitó un desastre mayor, Balduino III aceptó que Melisenda gobernara Nablús de por vida a cambio de un juramento de paz perpetua. Hasta el momento de su muerte en 1.161, Melisenda mantuvo una importante influencia en la corte y el gobierno del reino de Jerusalén.

En el año 1.277, María de Antioquia, nieta de Isabel I (reina de Jerusalén) y pretendiente al trono, decidió vender el título (con la bendición y aprobación papal) a Carlos de Anjou, rey de Nápoles, aunque existían disputas por el título con Hugo III, rey de Chipre.
A pesar de que en el año 1.291 el Reino de Jerusalén dejó de existir como tal, el título al trono siguió vinculado al de Nápoles.
El nombramiento en 1.504 de Fernando el Católico como rey de Nápoles, trajo hacia España el título al trono del reino de Jerusalén y desde entonces la Corona Española ostenta dicho cargo con D. Juan Carlos de Borbón (Juan Carlos I), y su heredero D. Felipe de Borbón y Grecia (Felipe VI), además de rey de España también es rey de Jerusalén.

Continuará...

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