6/12/18

Ofión, el Titán marino


En la mitología griega, Ofión (Oφίων, ‘serpiente’) era un Titán que gobernó el mundo con su compañera Eurínome antes del reinado de Crono y Rea, quienes les derrocaron y arrojaron al Tártaro o al mar, un profundo abismo usado como mazmorra de sufrimiento y prisión para los titanes. 
Según Fedón de Platón (400 a.C.), el tártaro era el lugar donde las almas eran juzgadas después de la muerte y donde los malvados eran castigados.

La primera mención de Ofión se hace en la Heptamychia del filósofo Ferécides de Siros (siglo VI a.C.). En algunos fragmentos se narra un mito o leyenda en el que los poderes conocidos como Cronos (Tiempo) y Ctonio (de la Tierra) existían desde el principio, siendo Cronos el creador del universo. También menciona el nacimiento de Ofioneo, así como una batalla entre dioses con Crono (no Cronos) en un bando y Ofioneo y sus hijos en el otro, donde al final se llegaba a un acuerdo que sin embargo empuja a este segundo bando al Ogenos (Océano) y otorga al primero el cielo.

En el Praeparatio, Eusebio de Cesarea cita a Filón de Biblos al afirmar que Ferécides tomó a Ofión y a los Ofiónidas de los fenicios.
La historia era aparentemente popular en la poesía órfica, de la que sólo se conservan fragmentos. En sus Argonáuticas, Apolonio de Rodas resume una canción de Orfeo:
Cantaba cómo la tierra, el cielo y el mar, una vez mezclados en una única forma, fueron separados unos de otros tras una disputa mortal, y cómo las estrellas y la luna y los caminos del sol no mantuvieron su lugar fijo en el cielo, y cómo las montañas se elevaron, y cómo los estrepitosos ríos con sus ninfas fueron creados, con todos los seres vivos. Y cantaba cómo en primer lugar Ofión y Eurínome, hija de Océano, tuvieron el dominio del nevado Olimpo, cómo por la fuerza cedieron su lugar a Crono y a Rea, y cómo cayeron a las olas de Océano; pero los otros dos gobernaban entonces sobre los titanes, mientras Zeus, todavía niño y con los pensamientos de un niño, moraba en la cueva Dictea, y los Cíclopes nacidos de la tierra aún no le había armado con el rayo, el trueno y el relámpago, pues estas cosas darían fama a Zeus”.

Licofrón narra que la madre de Zeus, es decir Rea, era diestra en la lucha y arrojó al Tártaro a la anterior reina Eurínome.
En sus Dionisíacas, Nono hizo que Rea dijera: “Iré a los mismos confines del Océano y compartiré el hogar de la primordial Tetis; de ahí pasaré a la casa de Harmonía y viviré con Ofión” (en este texto probablemente Harmonía sea un error, refiriéndose a Eurínome).
Ofión es mencionado otra vez por Nono: “Junto al muro oracular vimos la primera tablilla, antigua como el infinito pasado, conteniendo todas las cosas en una, sobre ella estaba todo lo que Ofión señor supremo había hecho, todo lo que el antiguo Crono logró”.

En el libro “Los mitos griegos” Robert Graves intentó reconstruir un mito de creación pelasgo que incluía a Ofión como una serpiente creada por una diosa suprema llamada Eurínome, danzando sobre las olas. Ésta era fertilizada por la serpiente y con la forma de la Noche ponía un huevo dorado sobre las aguas en torno al que Ofión se entrelazaba para empollarlo hasta que finalmente el mundo salía de él. Entonces Ofión y Eurínome moraban en el mundo sobre el monte Olimpo hasta que la presunción de Ofión llevó a Eurínome a desterrarlo a la oscuridad bajo tierra.

En la mitología griega, el Tártaro es tanto una deidad como un lugar del Inframundo, más profundo incluso que el Hades. En antiguas fuentes órficas y en las escuelas mistéricas es también la “cosa” ilimitada que existió primero, de la que nacieron la Luz y el Cosmos.

En su Teogonía, Hesíodo cuenta que Tártaro era una de las deidades primordiales, junto con Caos, Gea y Eros, y padre de Tifón con Gea. También asevera que un yunque de bronce caerá desde el cielo durante nueve días hasta alcanzar la Tierra, y que tardará nueve días más en caer desde ahí al Tártaro.

En la Ilíada, Zeus dice que el Tártaro está tan por debajo del Hades como la tierra lo está del cielo. Al ser un lugar tan alejado del sol y tan profundo en la tierra, está rodeado por tres capas de noche, que rodean un muro de bronce que a su vez abarca el Tártaro. Es un pozo húmedo, frío y desgraciado hundido en la tenebrosa oscuridad.
Mientras que, según la mitología griega, el Hades es el hogar de los muertos, el Tártaro tiene además una serie de habitantes.
Cuando Cronos, el Titán reinante, tomó el poder encerró a los Cíclopes en el Tártaro. Zeus los liberó para que le ayudasen en su lucha con los Titanes. Los dioses del Olimpo terminaron derrotándolos y arrojaron al Tártaro a muchos de ellos (Atlas, Crono, Epimeteo, Metis, Menecio y Prometeo son algunos de los que no fueron encerrados). En el Tártaro los prisioneros eran guardados por gigantes, cada uno con 50 enormes cabezas y 100 fuertes brazos, llamados Hecatónquiros. Más tarde, cuando Zeus venció al monstruo Tifón, hijo de Tártaro y Gea, también lo arrojó al mismo pozo.
En mitologías posteriores, el Tártaro se convirtió en el lugar donde el castigo se adecúa al crimen. 
Por ejemplo Sísifo, que era un ladrón y un asesino, fue condenado a empujar eternamente una roca cuesta arriba sólo para verla caer por su propio peso. También allí se encontraba Ixión, el primer humano que derramó sangre de un pariente. Hizo que su suegro cayese a un pozo lleno de carbones en llamas para evitar pagarle los regalos de boda. Su justo castigo fue pasar la eternidad girando en una rueda en llamas.

Tántalo, que disfrutaba de la confianza de los dioses conversando y cenando con ellos, compartió la comida y los secretos de los dioses con sus amigos. Su justo castigo fue ser sumergido hasta el cuello en agua fría, que desaparecía cada vez que intentaba saciar su sed, con suculentas uvas sobre él que subían fuera de su alcance cuando intentaba agarrarlas.
Radamantis, Éaco y Minos eran los jueces de los muertos y decidían quiénes iban al Tártaro. Radamantis juzgaba las almas asiáticas, Éaco las europeas y Minos tenía el voto decisivo y juzgaba a los griegos.

En la mitología romana, el Tártaro es el lugar a donde se enviaba a los pecadores. Virgilio lo describe en Libro VI de la Eneida como un lugar gigantesco, rodeado por el flamígero río Flegetonte y triples murallas para evitar que los pecadores escapen de él. Está guardado por una hidra con cincuenta enormes fauces negras, que se sentaba en una puerta chirriante protegida por columnas de diamante. Dentro, hay un castillo con anchas murallas y un alto torreón de hierro. Tisífone, la Furia que representaba la venganza, hace guardia insomne en lo alto de este torreón, azotando un látigo. Dentro hay un pozo del que se dice que profundiza en la tierra el doble de la distancia que hay entre la tierra de los vivos y el Olimpo. En el fondo de este pozo están los Titanes, los Alóadas y otros muchos pecadores. Dentro del Tártaro hay muchos pecadores, castigados de forma parecida a los de los mitos griegos.

En la Biblia, la segunda carta de Pedro alude a la tradición romana, llamando Tártaro (ταρταρώσας) a la condición restringida y degradada en la que Dios sumió a los ángeles desobedientes en tiempos de Noé. "Ciertamente Dios no se contuvo de castigar a los ángeles que pecaron, al echarlos en el Tártaro, los entregó a hoyos de densa oscuridad para que fueran reservados para juicio".

Fuente: Wikipedia

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