9/12/18

Tifonomaquia


Con el nombre de Tifonomaquia se conoce el combate librado entre Zeus y Tifón, en el que estaba en juego la instauración de un nuevo orden, alentado por el Cronida, frente a uno de los últimos ataques de las fuerzas primitivas, caóticas, y al mismo tiempo, indispensables de la naturaleza, representadas en la figura serpentiforme de Tifón.

El esquema de esta contienda se atiene a los patrones que enmarcan otros combates cósmicos entre la serpiente primordial y una divinidad. A raíz de los enfrentamientos surgidos en el seno de una familia divina desencadenados para hacerse con el poder supremo, y cuando uno de sus miembros parece haberse hecho con el trono, hace su aparición un monstruo ofídico, que casi siempre alentado por las fuerzas primitivas subyugadas por el nuevo soberano, desafía la supremacía de éste recién conquistada.

Sobre el combate entre Zeus y Tifón hay varias tradiciones, destacando sobre todo la versión de Hesíodo en la Teogonía y la de Apolodoro en su Biblioteca Mitológica, sin olvidar la curiosa variante que ofrece Nonno de Panópolis en las Dionisiacas.

En Apolodoro, el combate se inicia cuando Tifón comienza a lanzar piedras candentes contra el cielo, lo que provoca que los dioses, asustados, huyan a Egipto metamorfoseados en diversos animales. El momento supremo del relato está representado por el duelo que (en el monte Casio, en Siria) enfrenta a los dos contendientes.

El monstruo logra herir a Zeus con una hoz de acero, lo aprisiona entre sus anillos serpentiformes, le corta los tendones de pies y manos, y los deposita en la cueva Coricia encomendando su vigilancia a la dragona Delfine. No es sino con la ayuda del engaño a Tifón por parte de dioses secundarios, Hermes y Egipán (en Apolodoro) y Cadmo (en Nonno) como Zeus puede sobreponerse, recobrar sus energías, salir victorioso en la contienda y proclamarse el nuevo dios soberano de los cielos y vencedor del caos caracterizado por las potencias ctónicas representadas en la figura serpentiforme de Tifón.

Este aspecto, al igual que otros muchos del combate entre Zeus y Tifón, tiene su paralelo en el mundo oriental, con toda una tradición de mitos en los que el dios de la tormenta no podría haberse impuesto sobre el monstruo sino hubiera sido por el auxilio de otros dioses o en ocasiones, mortales, por ejemplo: Upasiya en el mito hitita, Istar ayudando a Tesub, Ea a Marduk y Seth a Ra.

Las serpientes que conformaban su físico, según podemos ver en las representaciones que del monstruo hicieron helenos, etruscos y romanos, revelan esa identidad.
Tifón era hijo de Gea, de la Tierra, aspecto en el que todas las fuentes concuerdan, exceptuando la rara confusión de Higino cuando afirma que Tártaro engendró de Tártara a Tifón.
Hesíodo lo hace hijo de Gea y Tártaro, considerando su nacimiento como una venganza por la expulsión de los Titanes del cielo por Zeus. El Himno homérico a Apolo nos lo presenta como hijo de Hera sin la intervención de Zeus, pues ésta se negaba a yacer con su olímpico esposo, encolerizada como estaba por el nacimiento no genético de Atenea de la cabeza del Cronida. No obstante, Hera no consigue este monstruoso hijo sin antes imprecar a la Tierra, al Cielo y a los Titanes que moraban en el Tártaro.

Una tercera versión nos la da un escoliasta, para quien Tifón fue hijo de Gea con la intervención de Crono, idea que parece compartir Ovidio, para quien Tifón era un monstruo salido de lo más profundo de la tierra e hijo de la tierra, aunque el poeta no nombra ningún principio masculino. El hecho importante no radica en quién fuera el padre del monstruo, sino en que su madre era la misma Tierra. Este papel de la Tierra al lado de su hijo monstruoso debe de ser particularmente recalcado, pues el sometimiento de Tifón viene a ser, en última instancia, el sometimiento de la propia Gea, aquella diosa madre serpiente que, desde el Paleolítico y como reflejo de la estructura social matrilineal existente, daba la vida, la muerte y la regeneración.

Una vez que Tifón es derrotado, el mensaje que se lanza es claro; las armas del gigante son colgadas por Temis de lo alto del vestíbulo del Olimpo a fin de exponerlas como objeto de terror ante la insensata Tierra, madre de futuros gigantes. (Nonno de Panópolis, Dionisiacas 710).

La sublevación de Tifón significa uno de los últimos intentos de la Tierra por resistir al avance de la nueva generación de dioses jóvenes caracterizados por un dinamismo que se contrapone frontalmente al inmovilismo típico de los dioses ancianos que dieron origen al mundo. Es la furia de la Tierra la que da origen a Tifón, y la derrota de su hijo es la suya propia. En casi todos los relatos se ve el sufrimiento físico de ésta a medida que el monstruo va siendo derrotado. Además, los golpes que Zeus descarga no sólo se dirigen a Tifón, sino que al mismo tiempo azota la tierra alrededor de él. Ésta arde, gime, se abre en grietas debido al fuego que origina el rayo, llora al ver el rostro quemado de su hijo, como lo hará en otras ocasiones, cuando vea derrotados también a otros monstruosos vástagos suyos.

La compasión de la Tierra por sus hijos derrotados también se deja ver en un pasaje de las Argonáuticas de Valerio Flaco: …en torno a ella se ven monstruos enormes de gigantes terrestres en otro tiempo enfrentados por obtener el cielo. Compadecida de éstos, su madre los vistió de rocas, árboles y riscos y los puso en pie a manera de montes que se elevan al cielo.
Hasta el final del combate Gea permanece al lado de su hijo, cuando éste es sepultado bajo el Etna, convirtiéndose así en prisionero dentro de la misma divinidad que lo engendró y de quien adquirió su característica más espantosa: las serpientes que conformaban su cuerpo.
No obstante, la tierra se sobrepone a la adversidad y quizá por su propio bien, la vemos en Hesíodo instando a Zeus, después de la victoria, a que reine sobre los inmortales.

La existencia de Tifón no acaba una vez que es vencido, pues en la Teogonía de Hesíodo se relata cómo, a partir de su cuerpo se crean elementos nuevos. Del cuerpo de Tifón emana una nueva creación que da lugar a los vientos soplantes, algunos benéficos y otros maléficos, sobre todo para los marineros.
De este modo, aunque el monstruo serpentiforme perdió la batalla contra el cielo, siguió estando presente en el nuevo orden del mundo que en Hesíodo surge tras la contienda, lo que viene a poner de manifiesto que, como representante del caos, Tifón era indestructible.

Un monstruo telúrico no puede ser destruido totalmente. En las versiones que no hablan de esta creación a partir de su cuerpo, éste sigue presente bajo el Etna, en el Tártaro e incluso en las armas colgadas en el vestíbulo del Olimpo, su amenaza, aunque menguada, permanece en estado latente como aviso a generaciones futuras y sobre todo como aviso a la insensata Tierra, madre de futuros gigantes.

Donde encontramos una manifestación mucho más arcaica de este mitologema es en el mundo babilónico, el paralelo babilónio “Enuma Elish” Poema de la Creación babilónico: ...“cuando en lo alto”, son las primeras palabras del himno, nos hace asistir a uno de los más feroces y primitivos combates entre monstruos ofídicos y dioses.
La finalidad de este poema es cantar la gloria de Marduk, dios supremo para los babilonios y dios de la tormenta, en su combate contra la diosa madre Tiamat, señora de las aguas saladas y superficiales, representada con forma de serpiente.
Por su parte, Tiamat, deseosa de venganza, engendra una cohorte de monstruos-serpientes llenos de veneno y dotados de poderes divinos.
Entre ellos destaca a Kingu, en cuyo pecho fija las Tablillas del Destino, proclamándose jefe. Después de una serie de avatares en los que se muestra a distintos dioses huyendo aterrados del campo de batalla frente a Tiamat (también otro rasgo común a varios mitos cosmogónicos, por ejemplo Indra/Vritra), el feroz Marduk, sobre el carro-tormenta, es enviado por la asamblea divina contra la diosa madre, no sin antes recibir la promesa de ser aceptado como dios supremo si regresara victorioso de la batalla.

Marduk fue el primer dios que derrotó a la diosa madre y tomó su puesto como dador de vida. Las tablillas que contienen el poema que narra sus hazañas fueron descubiertas en 1.848 d.C. en la biblioteca de Asurbanipal, último rey de Asiria, y están datadas hacia 1.750 a.C., cuando la dinastía de Hammurabi llegó al poder en Babilonia.
Este poema, sin embargo, recoge tradiciones muy anteriores, representando en realidad una síntesis literaria de leyendas y tradiciones arcaicas transmitidas de boca en boca que acabaron por ser grabadas en piedra y conservadas en santuarios y en palacios sumerios y semitas.

Extracto de: “El combate contra la serpiente: el triunfo de la tierra velado bajo la aparente muerte del ofidio”. Diana Rodríguez Pérez

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