17/2/17

Tesoros de Canaán (Alfabetos III)

Los fenicios utilizaban un alfabeto fonético que los griegos adaptaron a su propia lengua y con el tiempo, sirvió de modelo para los posteriores alfabetos occidentales. Se conoce la existencia de dialectos en su lengua (de Biblos, Chipriota, Púnico), y como tal dejó de hablarse en Palestina en el siglo II, aunque reminiscencias persisten entre los Bereberes y Tuaregs del norte de África.

Los hebreos adoptaron el alfabeto fenicio, aunque dada la similitud de sus lenguas y la mutua influencia por su cercanía geográfica hubo menor modificación que por los griegos. Los griegos tomaron algunas letras del alfabeto fenicio y les dieron valor de vocal; debido a las diferencias lingüísticas entre ambos idiomas (griego/indoeuropeo, fenicio/semita), también cambiaron la pronunciación de algunas letras, y agregaron algunos símbolos para representar sonidos inexistentes en fenicio.
El alfabeto latino proviene del alfabeto etrusco, que fue a su vez una adaptación del alfabeto griego.

La literatura fenicia y púnica está rodeada de un halo de misterio, dado los pocos vestigios que se han conservado. Se han perdido los archivos existentes en palacios y templos (Anales de Tiro), así como sus textos geográficos, jurídicos, filosóficos y religiosos de los que, con referencias indirectas, tenemos constancia. No queda más que una serie de inscripciones reiterativas y estereotipadas, pocas de las cuales tienen carácter netamente literario (casi todas meramente votivas o funerarias, y solo alguna narración histórica, poemas, etc.), otras sobre monedas, fragmentos de la Historia de Sanjuniatón y del Tratado de Magón, la traducción al griego de Los anales de los reyes tirios por Menandro (Josefo conservó fragmentos de esta obra), del Viaje de Hannón el Navegante, y el texto del Poenulus de Plauto, junto a otros textos en versiones muy alejadas de los originales.

En poco más de un centenar de rótulos, estelas o epígrafes se citan nombres, divinidades, cargos públicos, oficios o invocaciones religiosas que sugieren un pueblo lleno de creencias, mitología, técnica y cultura. Es un hecho probado que tanto en Fenicia como en Cartago hubo bibliotecas y tras su victoria sobre Cartago, el Senado Romano dictó su reparto entre sus aliados africanos (lo que demuestra su valía, aunque del soporte en papiro de Plinio (Hist. Nat. XVIII, 5, 22) indicaba que de este reparto solo se salvó la obra de agricultura de Magón, y conocemos que los fenicios tuvieron una rica producción literaria heredera de su pasado Cananeo, de la que obras como las de Filón de Biblos o Menandro de Éfeso, sin duda son parte muy poco representativa.
Los Anales de Tiro, que se siguen estudiando, los archivos que se desentierran en Ebla (Siria) o los muy antiguos Textos de Ugarit, están aportando nuevas visiones de sus creencias y su saber.

Aunque los fenicios fueron un pueblo mucho más comerciante-marinero que agrícola-ganadero, obviamente necesitaban alimentos, que obtenían de los pequeños territorios agrícolas de sus ciudades y colonias, y disponían de numerosas deidades relacionadas con la agricultura.
Adoraban la vida en el campo y los jardines y frutales de sus ciudades, el testimonio de Diodoro de Sicilia sobre las explotaciones agrícolas de Cabo Bon (XX, 8, 2), es suficientemente explícito, y los de Cartago eran famosos. Algunos nombres de plantas han pasado a través de los griegos a la nomenclatura botánica vinculados a ellos, sea la palmera (Phoenix) o el granado (Punica). Precisamente en esa ciudad, y volviendo a sus textos, se había escrito el citado Tratado de agricultura de Magón, de 28 libros (originales perdidos), donde hallamos varias referencias a sus abejas y a sus plagas. Este texto fue traducido al latín tras la destrucción de Cartago (146 a.C.) y posteriormente al griego, a partir de las cuales nos han llegado referencias y 66 fragmentos, y sabemos que fue ampliamente utilizado por los romanos (citado en la Res Rustica de Varrón, en el tratado de Columela, por Plinio, etc.) y por los árabes. De estos fragmentos, tres (uillatica pastio) se dedican a la apicultura, de lo cual se evidencia su práctica generalizada en Cartago. La Cera Púnica, una de las mejores por su calidad con la que comerciaban, y cuyas cualidades junto a las de España, Pontus, Candia, Creta o Córcega, alababan autores griegos y romanos como Aristóteles, Celsio, Dioscórides, Plinio, Columela o Paladio, quienes hablan de las propiedades de las ceras púnicas. Los griegos y los romanos la emplearán para sus revestimientos y técnicas encáusticas.

También tenemos indirectas referencias apícolas entre los fenicios a través de Egipto. Es conocido que en el Imperio Nuevo egipcio, la miel se usaba como elemento de pago de expediciones militares o comerciales y como tributo a mandatarios, tal como aparece en los Anales de Tutmosis III, en los que se citan 470 jarras de miel de Djahi (Fenicia) y 264 de Retenu (nombre egipcio de Canaán, la actual región de Palestina y Siria, que se extendía desde Tjaru a Mitani), o también como tributo a mandatarios aparece en la Tumba de Rekmire en Tebas (s. XV a.C.), documento que nos asevera la producción apícola entre los fenicios y su estima, y que corrobora Ezequiel en su profecía contra Tiro (27, 12-25).

Fuente: LAS CREENCIAS Y EL ARTE DE LOS FENICIOS - Víctor J. Monserrat. Boletín de la Sociedad Entomológica Aragonesa (S.E.A.), nº 52 

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