29/6/17

Hispania Visigoda (II)

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Según iba pasando el tiempo la cultura de los hispanos del Sur, los sometidos al gobierno de los musulmanes, se iba haciendo menos viva. Por un lado la conversión al Islam de varios cientos de miles de hispanos apartó a estos conversos de seguir siendo agentes creadores de cultura porque se asimilaron a otra nueva. Por otro lado los hispanos que aún mantenían la cultura visigoda poco a poco vieron reducido su margen de maniobra.
Aunque no fueron perseguidos (al menos no formalmente) sufrieron la expropiación de iglesias y monasterios, con sus tesoros culturales, reliquias y recuerdos de otra época. Fueron gravados con impuestos especiales, restringiendo el mecenazgo que pudiera haber entre ellos. Su cultura tuvo que competir con la nueva cultura musulmana (de raíz más bien Siria que árabe), que gozaba de una mejor situación y además contaba con el apoyo del poder político, del que los cristianos estaban excluidos. En consecuencia, cuando se quiebra el primer elemento de cohesión (la Iglesia), los godos que vivían en tierras islámicas solo tuvieron dos opciones, convertirse y desaparecer entre el resto de la población islámica, o emigrar al Norte cristiano.

Una situación llena de tensiones se agravó a partir de la llegada de los Omeyas a la Península. Los Omeyas, como hijos de los califas, eran también defensores de la fe islámica. Los dos primeros Omeyas no tuvieron especial interés en reprimir a los cristianos mientras éstos no se unieran a sus enemigos, pero Abd-al-Rahman II poco a poco les fue apretando las tuercas a los cristianos.
La situación estalló en el verano de 850, en Córdoba, cuando dos cristianos fueron ejecutados por blasfemia. Muchos otros cristianos protestaron por ello, y hartos ya de someterse, se dedicaron a blasfemar contra el Islam en público. Abd-al-Rahman II estaba lo bastante asentado en el trono como para no temer una revuelta, y reprimió duramente a los cristianos. Además, buscó el apoyo de la Iglesia del Sur. Pero mientras que el metropolitano de Sevilla condenó la búsqueda del martirio voluntario, el obispo de Córdoba apoyó a los mártires sin dudar.
La revuelta y los martirios voluntarios siguieron, Abd-al-Rahman murió en 852, sucediéndole su hijo Muhammad, que heredó el problema incluso agravado, puesto que tras el concilio de Córdoba el problema se había extendido a Sevilla, Mérida, Toledo, y otras ciudades. Parecía que lo que empezó siendo un conflicto religioso podía degenerar en un alzamiento general de los cristianos mozárabes.
El nuevo califa decidió cortar por lo sano. Destruyó varios monasterios (entre ellos el de Tábanos, cerca de Córdoba, que era tenido por el foco de la insurrección), confiscó iglesias, ejecutó a varios cientos de cristianos (entre ellos al obispo de Córdoba) y en definitiva, organizó la primera persecución efectiva de cristianos en Al-Andalus. Ahora a los cristianos solo les quedaba emigrar o morir.

La revuelta de los mártires llegó a su fin en torno al 860. Como resultado Sevilla y Córdoba, las capitales culturales de Hispania (y lo habían sido desde el siglo IV), y en menor medida Toledo, Mérida, y otras ciudades importantes, ya no eran centros de creación cultural de los cristianos, y ni tan siquiera podían transmitir a los reinos del Norte el legado cultural hispanogodo porque ya no quedaba nadie que lo recordase. Así, en la primera mitad del siglo IX, siglo y medio después de la conquista musulmana, llegaba a su fin la historia social y cultural del pueblo de los visigodos.

La llegada de los árabes rompió con todo el desarrollo histórico anterior, no fueron solo una super estructura de poder, como había ocurrido con los visigodos, sino que pusieron en marcha procesos que dieron como resultado una realidad no continuadora de la Hispania visigótica.
Con los conquistadores llegó, entre otras cosas, una lengua de naturaleza bien distinta a las románicas: el árabe, con sus diferentes manifestaciones escritas y orales, que se impuso como lengua oficial y de cultura.
Esta lengua actuó como superestrato del romance andalusí y como adstrato de los otros romances peninsulares. Fueron muchos los que dominaban ambas formas lingüísticas, Al-Andalus fue una sociedad bilingüe al menos hasta el siglo XI o XII.
Al romperse la sociedad hispanogoda, los hablantes románicos se distribuyeron y evolucionaron en situaciones completamente nuevas. Se continuaba con el latín de Emérita, Hispalis, Curduba o Tarraco, pero era una lengua coloquial, carente de normalización y fragmentada.
Lo que se perpetuó fue el habla de los enclaves de resistencia cristiana de la zona Astur y Pirinaica donde junto a los habitantes de la zona, se refugiaron los miembros de la maltrecha aristocracia hispanogoda y cristianos que no deseaban permanecer en Al-Andalus. Fue en esos lugares (Oviedo, León, Burgos, Barcelona…) donde nacieron los nuevos modos lingüísticos que se repartirán por la Península durante la Conquista Cristiana.

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