25/5/19

Ophiolatría en Egipto (III)


El origen de las serpientes intrigaba a los antiguos egipcios, pues pensaban que podrían haberse creado a sí mismas, puesto que mudaban de piel también eran un símbolo del renacer después de la muerte, se pensaba que ayudaban a renacer al difunto. Todas las serpientes eran sagradas excepto la cobra que representaba al Sol.
En Egipto la cobra (uraeus) era un símbolo de resurrección, siendo el animal protector de los faraones, y en la ciudad de Buto eran veneradas por su carácter benéfico. Portaron su nombre varios faraones hicsos como Apofis I y Apofis II.

Uadyet, protectora del Bajo Egipto, era la diosa serpiente que escupía fuego a sus enemigos, simbolizaba el calor del sol y se la solía llamar “el Ardiente Ojo de Ra”, identificada con el uraeus, la cobra que los faraones llevaban en sus coronas, también se la llamaba “la del color del papiro” o “la verde”, por simbolizar la fertilidad del suelo. Enviaba profecías a través de los sueños y tenía un famoso oráculo en Buto. El oráculo egipcio fue el origen de los cultos y oráculos de la Pytia en la antigua Grecia.
Filón de Biblos cuenta que los fenicios siguieron a Ferécides de Siros, filósofo del siglo VI a.C., y uno de los siete sabios de Grecia, famoso por su teoría sobre la existencia de un dios supremo llamado Serpiente.

Según el mito de Menfis, Atum fué concebido del corazón de Ptah. Los animales que tenía asociados eran el león, el toro, el lagarto, el icneumon y la serpiente que representa el concepto de “fin del universo”, al final de los tiempos sólo Atum y Osiris sobrevivirán a las aguas de Nun que envolverán toda la tierra, y lo harán en forma de serpientes.


El basilisco es una criatura fabulosa de carácter serpentino; sobre todo en sus orígenes. Egipcios y hebreos lo mencionan en sus textos, y los griegos lo tenían por la más mortífera de las criaturas. Para estos pueblos de la Antigüedad, formaba parte de la familia de las serpientes. Los helenos lo consideraban el rey de las serpientes, de ahí el nombre que le dieron: βασιλίσκος, que significa “pequeño rey”. Aunque no es muy grande, su aspecto, su porte al desplazarse y su extrema toxicidad lo elevan por encima de los demás ofidios. Plinio el Viejo, por ejemplo, nos presenta al basilisco en su Historia Natural (VIII 33) como una serpiente que no supera los 22 cm. con una mancha blanca con forma de corona en la cabeza. A diferencia de las otras serpientes, los basiliscos avanzan erguidos, alzando la mitad del cuerpo y arrastrándose con el resto.

La gran letalidad del basilisco, se mantuvo inmutable con paso del tiempo. No solo posee uno de los venenos más potentes, sino que es tan abundante en su cuerpo que, según Brunetto Latini (Tesoro, IV, 3), rezuma por toda su piel y por eso reluce. No es de extrañar que su toque o mordisco sea mortal de necesidad. Y casi igual de ponzoñoso es su aliento, del que se sirve para cazar envenenando el aire a su paso. Pero la capacidad más mortífera de los basiliscos es su mirada. Con ella pueden matar a hombres y animales a distancia, e incluso llegar a partir la piedra. Una de las teorías es que emiten por los ojos una especie de fuerza, algo parecido en cierto modo, al mal de ojo.

El poeta Lucano escribió en su Farsalia que se debe a que los basiliscos nacieron de la sangre derramada de la Medusa, y habrían heredado su mirada letal.
Pero también hay maneras de contemplar al basilisco sin sufrir las consecuencias de su mirada. Desde muy antiguo se decía que se puede evitar el daño si lo ves antes de que él te vea. Otra manera es mirarlo a través de un vidrio. Cuanto mayor sea este, mejor, ya que además de proteger del efecto de la mirada, el basilisco no puede distinguir nada situado tras él.

A los basiliscos les gusta vivir en lugares áridos, como a los escorpiones. Según Plinio, son originarios de las zonas desérticas de Libia, en la provincia de Cirenaica, aunque, hacia el siglo X, diversas fuentes los localizaban ya en Europa. En realidad, no es que vivan en el desierto sino que este los sigue; los mismos basiliscos convierten en desierto el territorio por el que pasan, al desmenuzar las piedras y secar árboles y plantas. Hasta las aves en el cielo, corren el peligro de ser alcanzadas por su ponzoña. Además, son capaces de envenenar los cursos de los ríos durante décadas, o incluso siglos. San Isidoro advierte que quienes beben o se baña en esas aguas se vuelven hidrófobos y linfáticos. Durante las epidemias de peste negra que se sucedieron a partir del siglo XIV, surgió el rumor de que la enfermedad era provocada por envenenadores que usaban carne de basilisco para emponzoñar el agua.

Para los antiguos egipcios, la serpiente real o basilisco nacía de los huevos del ibis, y en el Antiguo Testamento pueden encontrarse referencias en cuatro libros. Las siete referencias que hay en la Biblia del basilisco: Isaías XI-8, XIV-29, XXX-6, LIX-5; Proverbios XX-52; Jeremíass VIII-17 y Salmos XC-13. Y no falta quien lo ha visto en la propia serpiente tentadora de Eva (Génesis 3-1, 5). De las ocho palabras hebreas que se usaron para designar a las serpientes en el Antiguo Testamento, tres se tradujeron por basilisco en la Versión de los Setenta: zephá (cinco veces), pethen y 'eph'eh (una vez cada una).
Continuará...


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