31/8/20

Ofiolatría Mexica (IV)

La mujer serpiente Cihuacóatl

Lejos de los razonamientos científicos que las personas de hoy exigimos ante cualquier planteamiento, las leyendas son ventanas que nos explican hechos o sucesos de forma fantástica.

Las leyendas prehispánicas se conservaron gracias a la tradición oral, luego se plasmaron en códices y más tarde en libros con la llegada de los españoles. La más famosa es aquella que se refiere a la mujer serpiente Cihuacóatl o La Llorona.

Cihuacóatl fue una mujer que perdió a su esposo en una batalla, aunque existen algunas otras versiones. Pero en general se dice que la Llorona enloqueció y de dolor mató a sus hijos en el lago. Aunque pensaba suicidarse, los pobladores la detuvieron para juzgarla, torturarla y sacrificarla por su crimen.

Cuando llegó al Mictlan, el infierno, los dioses la condenaron para que permaneciera como un ente, entre la vida y la muerte, su castigo fue estar penando y lamentándose indefinidamente por haber matado a sus hijos.
Siempre se aparece en el mismo sitio donde había realizado su crimen. En este lugar aterrorizaba a los pobladores, los hacía naufragar y después los mataba. Otras versiones dicen que cada noche salía para lamentarse, llorando y dando gritos: “¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!” o “Hijitos míos ¿A dónde os llevaré?”.

El cronista Sahagún dice que este ser llevaba una cuna y la dejaba en el mercado, la cuna estaba vacía salvo por un cuchillo de pedernal, como los que se usaban para los sacrificios. Irónicamente las madres cuyos hijos eran sacrificados para calmar a la Cihuacóatl iban gritando por las calles “¡Ay mis hijos! ¡Dónde están mis hijos!”. Cuando el lago se secó la mujer vestida de blanco siguió apareciéndose con su espeluznante lamento.

Fray Bernardidno de Sahagún, en el primer sueño de la noche junto a los mexicas, escuchó un ruido de alguien cortando madera que lo llamaban Youaltepuztli. Al dirigirse al lugar de donde provenían los sonidos se daban cuenta que no había nadie talando así que los pobladores le presentaban ofrendas al ente, con tal de superar su miedo inicial y perseguir a esta forma de bulto hasta alcanzarla y agarrarla. Después debían esperar a otro ente que tenía forma de hombre sin cabeza, que tenía el pescuezo cortado como un tronco y el pecho abierto, en ambos lados había puertas que se abrían y se cerraban en el centro donde reposaba el corazón. Y si todavía el captor tenía ánimos para contemplar esta visión debía arrancarle el corazón y negociar con el fantasma algún favor, petición o riqueza.

En el Escudo Mexicano la serpiente es devorada por el Águila.

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